Testimonio de los estigmas del Padre Tomislav Vlašić

Finale Ligure, 1 de noviembre de 2025

 

Testimonio de los estigmas del Padre Tomislav Vlašić

 

Soy médico y, como tal, he seguido al Padre Tomislav Vlašić durante todo el período, un año y medio, en el que ha tenido los estigmas. Lo he visitado y tratado casi a diario, viviendo en primera persona su evolución. Padre Tomislav sentía inicialmente un dolor fuerte en el pecho, a la altura de la última costilla derecha. Decía que sentía como si una lanza le atravesara desde la costilla hasta el corazón. Un dolor muy intenso y continuo que ningún analgésico lograba calmar y que no seguía ningún patrón patológico que yo conociera. No se podía tocar e incluso el contacto de la piel con la ropa le resultaba insoportable. Noté varias veces que, cuando tenía los ojos cerrados, si acercaba mi mano al costado, sin siquiera tocarlo, sentía dolor. No había sufrido ningún golpe, no tenía otros síntomas y todos sus órganos funcionaban con normalidad. Los análisis de sangre tampoco mostraban ninguna alteración. Sin embargo, aunque no sabíamos hacer un diagnóstico, ni él ni yo, ni ninguno de nosotros pensó que pudiera tratarse de un signo de los estigmas. Intenté, sin éxito, mantener el dolor bajo control y comprender de qué se trataba, consultando también con otros colegas. Con el tiempo, el dolor se volvió cada vez más intenso, no le daba tregua ni de día ni de noche, y en el punto de donde partía el dolor apareció un hematoma de unos 4 cm y una hinchazón: parecía que la piel estuviera a punto de abrirse, lo que nunca ocurrió. También las muñecas y los pies se hincharon hasta el punto de tener, a veces, dificultad para caminar y, siempre, para coger objetos. A pesar de ello, Padre Tomislav intentaba llevar una vida normal y ocultar la intensidad del dolor a quienes lo rodeaban. Se mostraba sereno, equilibrado, atento a las necesidades de los demás, dispuesto a escuchar, dócil a cualquier intento de tratamiento, profundamente arraigado en la voluntad del Padre y en el amor de María Santísima. Cuando le preguntaba cómo se encontraba, no me ocultaba, revelando una verdadera y sincera humanidad, la intensidad del dolor, la dificultad para soportarlo y, a veces, el desánimo, la lucha interior, pero siempre añadía: “Mi espíritu está en paz, y me sumerjo en el silencio de Dios en el que Él se revela a mí”. Y esta paz me la comunicó cada vez que lo encontré y visité, cada vez que quiso compartir también conmigo lo que Dios le hacía saber, cada vez que el dolor le obligaba a permanecer en silencio. Durante este tiempo, siempre dijo que estaba viviendo un período de gran purificación personal, que estaba quitando las costras de su alma, que Dios estaba transformando su pensamiento, y por todo ello estaba agradecido. Yo misma, cada vez que salía de su casa, independientemente de si me había hablado o no, experimentaba un proceso de purificación interior que, a lo largo de este año y medio, ha purificado mi modo de pensar, me ha ayudado a caminar hacia Dios y ha sanado heridas de mi alma.

En la Pascua del 2025, los dolores se intensificaron aún más y me resultaba difícil ver cuánto sufría sin poder ayudarlo a aliviar el sufrimiento. También testifico que el dolor se agudizaba a menudo los viernes por la tarde, hacia las 15 h, y con motivo de importantes solemnidades marianas. En estas ocasiones se veía obligado a estar en la cama y a oscuras. El cuerpo, especialmente la pierna y el pie izquierdos, presentaban espasmos musculares visibles, y los pies y las muñecas se hinchaban aún más. El latido cardíaco, el funcionamiento de los riñones y la presión arterial eran normales. Tenía dificultad para respirar y no podía hablar. Estuve a su lado algunas veces durante estos momentos y me sentía como si estuviera al pie de la cruz de Cristo. Los últimos días ya no podía hablar, ni caminar, ni comer: el dolor era demasiado fuerte. No podía dormir y tampoco en este caso ningún medicamento le hacía efecto. Como médico, solo podía constatar que me encontraba ante un fenómeno que no seguía ningún conocimiento médico y admitir mi impotencia y la de cualquier terapia. Por otra parte, dado el equilibrio, la lucidez mental, la docilidad, la fe, el altruismo, la humanidad y la sencillez con que me hacía partícipe de lo que estaba viviendo, la humildad y la espiritualidad que mostraba descartaba que se tratase de fenómenos esotéricos. Con el tiempo, Jesús mismo reveló que los dolores de Padre Tomislav eran signos de los estigmas (en este caso invisibles)[1] de nuestro Señor Jesucristo, el cual le pedía que los llevara como don de amor para la salvación de la Humanidad.

Padre Tomislav, después de una vida ofrecida a Jesús a través del Corazón Inmaculado de María, aceptó también este último sacrificio por amor a todas las almas, viviéndolo en la discreción, en la humildad, en la fe, en la sencillez, en la docilidad, en la gratitud, con mucha humanidad y un grande amor hacia Dios y todas sus criaturas. No se enorgullecía de ello, no presumía ni lo ostentaba, y él mismo se maravillaba de ello. Cada vez más delgado y silencioso, consumido por el dolor, Padre Tomislav comunicaba la vibración de la Vida, que es la del Amor Trinitario. Mi recuerdo de él no está ligado a todo lo que dijo e hizo, sino a la vibración que emanaba. La vibración de una persona que se despojó de todo pensamiento para conocer el de Dios y su Amor, de una persona cuya fuerza del alma dejó espacio a la belleza, a la fuerza, a la luz, a la calidez con que el Espíritu Santo colma el espíritu del hombre si este se lo permite. Con Padre Tomislav he comprobado que todo esto se comunica incluso sin palabras, incluso en medio de grandes dolores, de luchas espirituales, incluso medio desnudo, con el catéter, el suero, estando en coma, y durante la agonía.

No tengo ninguna duda, ante lo que he vivido y observado, en creer que fueran los estigmas de la Pasión de Jesucristo y asumo libre y conscientemente la responsabilidad de lo que he afirmado.

                                                                                                          Dra. Luisa Pirelli

[1] Los “estigmas invisibles” son un fenómeno místico en el que un individuo experimenta los dolores físicos de la Pasión de Cristo, pero sin presentar heridas visibles sobre el cuerpo, aunque se perciben con gran intensidad. Por lo tanto, implican solo sufrimiento interior y físico, sin la manifestación sobre el cuerpo. El dolor se vive como un don espiritual, una forma de participar en la pasión de Jesús.

Esta experiencia la vivieron varios santos, como Santa Caterina de Siena, que pidió a Dios que los hiciera invisibles, y Padre Pío, que experimentó los estigmas tanto visibles como invisibles, describiendo estos últimos como un dolor agudo persistente.