Iglesia de Jesucristo del Universo
A cargo de Mauro
05.12.2025
Todo es generado por el Padre, todo lo que vemos, todo lo que existe y, sobre todo, todo hombre, nosotros, hemos sido generados por el Padre, Rostro del Padre, de un Dios que siempre ha sido ocultado, interpretado. El nacimiento de Jesucristo, su venida a la Tierra, es precisamente para mostrarnos el verdadero Rostro del Padre. Su venida, además de ser para la redención, fue para mostrarnos el Rostro del Padre y para declarar que Dios es Trino y Uno. En la práctica, quiso hablarnos y explicarnos el vórtice trinitario[1].
Partamos entonces de esto: todo nace del Padre, también Jesucristo nace del Padre, también Él salió del Padre. Jesús tuvo que cumplir aquella misión, la redención, a través de la pasión, la muerte y la resurrección; tuvo que cumplirla para eliminar el pecado que nos impide a cada uno de nosotros reconstruir, recrear y reencontrar la verdadera relación con un Padre, porque Dios es Padre. También Jesús dice: “Sin el Padre no puedo hacer nada”[2], aun siendo Dios. Nos dice en el Evangelio: “Estoy sometido al Padre, digo lo que oigo de Él y hago lo que veo hacer a Él”[3].
Cada uno de nosotros está llamado, pero no con una llamada pesada, sino como una alegría profunda; cada uno tiene la posibilidad de volver al Padre, de encontrarlo, de revivir esa relación que le permite contemplar al Padre, su amor, lo que dice, lo que hace, lo que piensa. Puede hacerlo a través de Jesús, porque todos debemos volver a sentirnos hijos. Este paso es posible gracias a Jesús, a su redención. Al acoger a Jesús, Jesús nos lleva al Padre, y el Padre nos da el Espíritu Santo, primer don a los creyentes, que pasa a través de Jesús. Es un don obtenido por Jesús, pero que nos permite comprender el amor del Padre, porque el Padre es amor. Comprender al Padre significa comprender el Amor, con mayúscula. Entonces, veis que es realmente una acción de la Trinidad, del vórtice trinitario.
¡Cuántas imágenes equivocadas del Padre! Creo que a lo largo de la historia pocos lo han conocido así como es. Cuántas imágenes han nacido en nuestro interior, porque nos lo han presentado como un juez, como un Dios severo, como Aquel que te observa, que lo ve todo, y no como Aquel que te ve para ayudarte, te ve para amarte, te ve para protegerte, te ve para permitirte vivir. No, te ve para juzgar, te ve y te juzga; Aquel que, si no respetas perfectamente lo que ha dicho, te condenará. Bueno, hoy quiero decir: ¡Dios no condena a nadie, a nadie!
Debemos conocer al Padre en su verdadera esencia que es amor. Es un amor que siempre busca recuperar el hijo para el amor dado por el Justo, Jesús, por amor a aquellos hijos que no son tan justos. Es este el amor, es un amor que guía el tiempo, guía la historia, guía las fuerzas de la naturaleza, incluso alarga los tiempos para intentar salvarnos y abrazarnos de nuevo a cada uno de nosotros. La parábola del «buen padre»[4], aquella que algunos llaman del «hijo pródigo», presenta precisamente este amor y, bien meditada, da la posibilidad de conocer ese amor de la manera correcta, que no es la del primer hijo que primero debe alejarse, y tampoco la del que no se alejó, que no conoció ese amor.
El vórtice trinitario, el amor que fluye entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que continuamente nos toca a todos, toca al Universo entero, es precisamente esto: es el deseo del Padre de amar y sentirse amado por sus hijos, y sabe que para vivir esto debe generarlos, redimirlos y santificarlos continuamente: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es un amor que vive para nosotros. Se podría decir que el Padre, que siempre ha existido, que siempre existirá, está ahí para nosotros, nos ama tanto que está ahí para nosotros, buscando nuestro amor.
El amor que Dios Padre tiene por cada uno de nosotros, en cierto sentido, es tan grande -permitidme decirlo-, es tan grande que no le da paz, no le da paz hasta que no nos haya salvado a todos. Es tan grande que todavía, en cierto sentido, comprendedme, puede sufrir porque ve que alguno se pierde, puede sufrir porque ve que no ha logrado salvar a todos, ve que ni siquiera dando al Hijo, intentando guiar la historia como la guía, ha logrado salvar y recuperar a todos. Así es el Padre: vive por nosotros.
Jesús, el Espíritu Santo, y -yo diría también- María Santísima, participan plenamente en este amor. Todos los santos, todos los ángeles, todos los justos, la Iglesia de Jesucristo del Universo, especialmente la gloriosa, participan en este amor porque todos trabajan por la voluntad del Padre que es salvar a todos. Por lo tanto, toda la historia, desde siempre -y lo será hasta el final- está dirigida, guiada hacia la búsqueda del hombre, porque el Padre quiere encontrar al hombre y salvar al hombre. Esta es la historia. Todos aquellos que colaboran con Dios se insertan en esta historia.
Así pues, eliminemos toda imagen severa de Dios – ¿cómo puede ser severo alguien que vive así? -, toda imagen de un juez. Pero ¿qué clase de juez es ese? ¡Ojalá los jueces fueran así! Busquémoslo como Aquel que lo da todo por nosotros y que nos ama… No sé ni cómo decirlo, inmensamente es poco, infinitamente es poco… ese amor que es todo perdón, todo lo cubre, todo lo espera, todo lo soporta. San Pablo, en el Himno al Amor[5], describía el amor del Padre y nos decía a cada uno que debemos acercarnos a ese amor, el uno hacia el otro, si queremos participar de la vida del Padre.
Estamos en el tiempo de la venida intermedia de Jesús. ¿Qué significa esto? Significa que el Señor, el Padre, ha concedido una vez más gracias extraordinarias, también el Jubileo es una gracia extraordinaria, los sacramentos son gracias extraordinarias, la Eucaristía: gracia extraordinaria, pero todo dirigido a encontrarlo a Él. En su segunda venida, si nosotros lo buscamos, hay gracias por las cuales Él viene a nuestro interior, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para estar con nosotros y cenar con nosotros. Esta segunda venida está muy bien descrita en el Evangelio de Juan, cuando dice: “Vendremos a él, a vivir con él”[6]. Es una gracia así, que en este tiempo es especial. Vendrán a nuestros corazones, ¿y qué traerán? Paz, luz, fuerza, valentía y, sobre todo, amor, se traerán a sí mismos.
Así que no cometamos el error de pensar que las pruebas vienen del Padre (el Padre te prueba). Las pruebas vienen del mal. No hay ningún mal en el Padre, ninguna idea de maldad, ni siquiera puede pensarlo, Él, el mal. Las pruebas vienen de Satanás. Dios no quiere vernos sufrir, tampoco quiere vernos tristes y mucho menos probados. El mal viene de Satanás y Dios lo permite porque el primer don después de la vida es la libertad. ¿Cómo podría el amor no dejar libre al amado? Ya no sería amor. Y por eso el don del Padre es la libertad, te deja libre, libre para elegir. Además, si usas bien esa libertad, esa libertad de elegir de nuevo a Dios, de elegir de nuevo la vida, entonces, como dije la última vez, esa libertad, esa prueba se convierte en un salto, un trampolín hacia el amor del Padre. Te hace transformar el mal en bien. Y entonces estás colaborando en la obra de Dios: el amor que siempre vence.
En toda prueba, no lo olvidéis nunca, Dios Padre nos da anticipadamente las gracias para vencer, para resucitar, y las pruebas, así, se convierten en un medio de salvación. Por ello, deshaceros, repito, de una imagen que al final cierra vuestra alma cuando pensáis en un Dios juez, porque la memoria de vuestra alma no alberga en su más profundo la idea de Dios juez. Lo ha visto y sabe que no es juez. Así que, si queréis abrir el alma al espíritu, seguid buscando al Padre como el amor, Aquel que todo lo puede y todo lo quiere para encontrarnos y abrazarnos.
Y que Dios nos bendiga nuevamente, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
[1] Ver la explicación sobre el vórtice trinitario en el libro “Más allá de la Gran Barrera”, cap. 1, pág. 19; Ed. Luci dell’Esodo.
[2] Cfr. Jn 5, 19
[3] Cfr. Jn 5, 19
[4] Cfr. Lc 15, 1-32
[5] Cfr. 1 Co 13, 1-13
[6] Cfr. Jn 14, 22-23
