7. En camino hacia el encuentro con Cristo Jesús

Iglesia de Jesucristo del Universo

A cargo de Mauro

15.12.2025

En este camino, intento ahora hablar del Espíritu Santo, Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

Es definido como el amor que fluye entre el Padre y el Hijo, Aquel que toca toda la creación, toca a todo el género humano en cualquier parte del Universo: sale del Padre y del Hijo, recorre incesantemente el universo y todo lo toca, y a todo devuelve la vida, todo lo retorna a su condición inicial.

Es el primer don de Jesús, el primer don dado a los creyentes. Es Aquel de quien Jesús dice: “Cuando me vaya, os explicará todas las cosas[1]. Todo lo que Jesús ha sembrado, todo lo que ha puesto en nosotros desde la concepción —el recuerdo de Dios, su imagen, su semejanza—, todo es revelado y explicado por el Espíritu Santo. Es Aquel quien concibe a Jesús en el vientre de la Virgen María, su Esposo, Esposo de la Virgen María, María Santísima. Es la sabiduría de Dios, Aquel, como sigue diciendo Jesús, que recibe del Padre, recibe del Hijo y da a cada hombre, explica a cada hombre.[2]

Podríamos continuar así, hasta el infinito, pero enseguida se comprende la belleza de la Santísima Trinidad: Uno no puede prescindir del otro, todos tienen las mismas prerrogativas, todos son el amor: el Padre que crea, Jesús que se ofrece, el Espíritu Santo que santifica. Todos aman y se aman, pero ninguno de ellos puede sin el otro; se ve la belleza de la verdadera comunión. Y María Santísima se inserta precisamente en este vórtice de amor, porque también Ella acoge este amor, acoge el don que le llega del Espíritu Santo, de Dios, lo recibe y lo ofrece de nuevo, recibe y devuelve al Padre. Y así es para todos aquellos que se insertan en esta dinámica de Dios, todo aquel que inicia este camino desde el Bautismo para volver a Dios, para encontrar a Dios, porque quien se inserta se ofrece para conocer a Dios, amarlo y servirlo. Y también esto es todo obra del Espíritu Santo.

Jesús dice: “Sin mí no podéis hacer nada[3], pero también Él, para cumplir la obra del Padre, da el Espíritu Santo. Él también, para cumplir la obra del Padre, actúa en comunión con el Espíritu Santo. También nosotros, si no fuera por el Espíritu Santo, no podríamos ni tan solo decir “Abba, Padre”.

Así pues, podemos decir que quien con alegría elige obedecer a Dios está lleno del Espíritu Santo, que luego se desarrolla, recrea, transforma, se expande. Pero en ese deseo de obedecer a Dios, de ser suyo, de querer conocerlo, de someternos a su voluntad —no basta con reconocer a Dios como Creador, sino que también debemos aceptar ser guiados por Él—, eres colmado del Espíritu Santo.

Es el fuego que quema toda impureza, es el deseo interior de ser de Dios, de ser vitales, de comprender el bien, de desear el bien y querer hacerlo, hacia Dios y hacia el próximo. Todo lo que no se hace en esta dimensión, aunque sea bonito, carece de algo, no llega a la plenitud; incluso el bien que se ha hecho, si no es acción del Espíritu Santo, se detiene tarde o temprano, porque Él es la fuerza, Él es quien enseña; Él, lo mismo que puede decirse de toda la Trinidad, es la vida. Sin el Espíritu Santo, no estás vivo.

Sabemos por sus dones que Él es el defensor del alma, el dulce huésped, el abogado; también sabemos que es quien ora en nosotros. Por lo tanto, a mí me parece intuir que hay que saber con claridad que Él es una Persona, y esto nos ayuda a comprenderlo y a tener una relación con Él. Él es una Persona y, como tal, nosotros debemos entrar en comunión con esta Persona. Nos es más fácil hacerlo con Jesús; con el Padre ya hacemos un proceso, pero también con el Espíritu Santo debemos verlo así, precisamente para aprender a comprenderlo, aprender a hablarle, aprender a tener una relación, hacerle preguntas y escuchar sus respuestas.

Creo que podemos concluir, para no hacer un tratado sobre el Espíritu Santo, y en este tiempo navideño podemos concluir diciendo: debemos aprender a dejar espacio al Espíritu Santo, y también debemos aprender a disminuir nuestro ego, para que aumente el Espíritu Santo en nosotros. Y entonces nos resultará fácil comprender la Trinidad, comprender la Navidad, comprender… la Redención, comprender este tiempo de cumplimiento, comprender que es justo que Jesús retorne glorioso para dar fin a todo el proyecto de Dios, para luego comenzar así con la nueva creación. Una vez más, todo vuelve ahí: debe partir del deseo de entrar en el pensamiento de Dios, y el Espíritu Santo, eh, nos ayuda en esto.

Que María Santísima, su Esposa, nos bendiga en este camino, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

[1] Cfr. Jn 14, 26

[2] Cfr. Jn 16, 13-15

[3] Cfr. Jn 15, 5