Queridos lectores:
el mensaje de Jesús que les propongo este mes toca el tema del mal y el sufrimiento, un tema delicado y tan presente en nuestra vida. Deseo que estas palabras los conforten y les comuniquen la esperanza en un tiempo tan difícil para nuestra humanidad.
Los saludo y les deseo todo bien.
MENSAJE DE JESUS : DEL 11 DE FEBRERO DE 2011-
Os bendigo, mis amados hijos con toda la potencia de mi amor. Deseo hablaros hoy de la relación entre el mal y el sufrimiento.
El mal es una raíz venenosa presente en vosotros, que ha entrado a formar parte de vuestra naturaleza acto seguido del pecado original cometido por vuestros progenitores. Antes del pecado original el mal era una realidad por fuera del hombre; pecando y aliándose con satanás, vuestros progenitores han acogido el mal en sí mismos que ha resultado una realidad no sólo externa al hombre sino también presente en lo profundo del hombre. Desde ese momento el mal presiona desde afuera y desde adentro de cada uno de vosotros oprimiéndoos en una morsa terrible. Las consecuencias las podéis observar en vosotros y en torno a vosotros. El pecado original le abrió las puertas a la corrupción cuyo culmen es la muerte, que desde los progenitores ha pasado a las generaciones siguientes. De la cepa enferma han rebrotado retoños enfermos y sufrientes.
De aquí tiene su origen el sufrimiento, o sea, aquella condición en la cual el hombre está dominado por los acontecimientos y por la materia, porque no está en condición de conocer las leyes divinas de la vida, ni de uniformarse a ellas, a causa de corrupción que lleva consigo. Ella les impide conocer plenamente a Dios, el sumo Bien; de la ignorancia de Dios nace todo sufrimiento. A esto os ha llevado la rebelión al Creador, una rebelión que se renueva cada día y en todo tiempo en la conducta de muchos hombres de la Tierra.
El mal os separa del pensamiento de Dios, se alberga en vosotros y desde el exterior se insinúa en vuestra conciencia. Os incita a actuar guiados por vuestro pensamiento, que es humano, y por ende limitado e incapaz de abrazar el misterio, del cual está penetrada la creación entera y que gobierna vuestra misma vida. Sí, hijos, la vida es un misterio grandioso que podéis conocer sólo en Dios, entregándole a El vuestra vida. Vuestra entrega sincera a Dios, a través del Corazón Inmaculado de mi Madre, hace que la vida y sus leyes, resulten un libro que el Señor abre delante de vuestros ojos, para que podáis leer su amor y su poder. Entonces el Espíritu Santo os llena, os comunica mi pensamiento, y yo puedo guiar vuestra vida y presentaros a mi Padre, para que El renueve en cada uno de vosotros el sello de la vida, aquel sello con el que fuisteis marcados desde vuestra concepción.
Si por el contrario os mantenéis obstinadamente alejados del Dios, si rechazáis su amor y su ayuda, entonces el mal reaflora en vosotros con todas sus trágicas consecuencias, y no solo. Os golpea también desde exterior: el enemigo os ataca, pone frente a vosotros vuestros límites, los límites de los demás, la maldad del mundo; así quedáis encerrados en un cerco sin salida, que os hace sufrir en el espíritu y en el cuerpo. Vuestras depresiones, vuestras enfermedades, vuestros conflictos, el disgusto en el que se mueve vuestra existencia, derivan del no conocimiento de las leyes de Dios, o peor aún, del rechazo de tales leyes, que os hace empeorar, y no os permite ver las soluciones que Dios tendría para vosotros. ¡Cuántos hombres y mujeres viven hoy sobre la Tierra en contraste con las leyes de la vida! Son muchos; sufren y son causa a la vez de sufrimientos.
Dios os ha dado una ley, la ha escrito en vuestros corazones. La ley de Dios no es una colección de mandamientos y de prohibiciones semejantes a la de vuestros legisladores, sino que es fruto de su bondad y os lleva a la vida íntegra y feliz. Ella está fundada sobre el amor: el amor a Dios y el amor al prójimo.
Amar a Dios, antes que todo y sobre todo; este amor está en la base de vuestro existir. Adoradlo en vosotros mismos, servidlo a El y no a los hombres que se creen poderosos y no son nada. Sí, os lo digo: es inútil adorar a los poderosos, someterse a ellos, vendiendo vuestra dignidad a cambio de una recompensa cualquiera. Si no amáis a Dios y no lo adoráis os colocáis fuera de la vida y acabaréis por encontraros con la muerte. Y no hablo sólo de la muerte física, porque existe una forma de muerte mucho más devastadora: la muerte existencial, el vacío, el sin sentido. DIOS ES AQUEL QUE ES y si os separáis de El, VOSOTROS NO SOIS, porque os priváis de la esencia vital que da sentido a cada cosa. Vivís sin existir, observáis sin entender, camináis sin meta; así se arrastran los días de tantos pobres hijos míos que han elegido estar lejos de Mí.
Amar al prójimo como a vosotros mismos; este amor está en la base de vuestro actuar. No matar, no robar, no cometer adulterio, honrar al padre y a la madre, no hablar falsamente, no robarle a prójimo ni en su dignidad, ni en sus bienes conseguidos honestamente, ayudar a vuestros hermanos a crecer en el conocimiento de Dios y de sus leyes. Si hacéis esto seréis felices, la pesadez de la materia no podrá dominaros, no obstante los obstáculos, que Satanás, el enemigo, siembra sin cesar sobre vuestro camino, porque el es homicida desde el principio (Cf r. Jn. 8,44).
¿Cómo pensáis observar esta ley? ¿Con vuestros esfuerzos humanos? ¿Con vuestros formalismos y las apariencias? No, podéis vivir según la ley de Dios solo si la amáis, y podéis amarla sólo si amáis a Aquel de quien ella proviene.
Volvamos al punto de partida, queridos hijos: la vía maestra para amar a Dios es entregarle a El vuestra vida a través del Corazón Inmaculado de María. Solo de esta forma me permitís actuar plenamente en vosotros, y solo así mi ley opera en vosotros y produce fruto, un fruto de paz, de alegría, de justicia.
Entonces, el mal produce sufrimiento, causa enfermedades físicas y espirituales. Quien odia a Dios y a las leyes de la vida se contamina a sí mismo y a la humanidad entera. La conducta perversa de muchos, de demasiados hombres, se abate como una guadaña sobre todos vosotros. A menudo os preguntáis porqué los inocentes deben pagar las culpas de otros y de esto le adosáis la responsabilidad a Dios: Dios permite, Dios no lo impide, etc, etc. Os respondo que no es de Dios de donde proviene el mal, porque Dios es sólo bien, luz y bondad. El mal viene de Satanás y de la alianza estipulada con él por vuestros progenitores, pero que se ha renovado y se renueva constantemente a lo largo de los siglos en las generaciones. Con profundo dolor constato que gran parte de la humanidad de esta Tierra desea complacerse a si misma y no a Dios; a las leyes del Espíritu antepone las leyes del egoísmo que lleva a la muerte. De aquí se desata la violencia del mal que se abate indistintamente sobre todos vosotros, y que en verdad, es grande, porque hoy sobre la Tierra son más los egoístas que los verdaderos hijos de Dios.
¿No hay, entonces, remedio para vosotros? ¿Quizá Dios os ha abandonado? No, hijos, vosotros no estáis abandonados. Vuestro Padre os ha dado la posibilidad de salir de una vez por todas de la morsa terrible del mal que produce sufrimiento. ¿Cómo? A través de mí.
Yo he venido a la Tierra para anular el poder del mal, enfrentando directamente a Satanás. Asumiendo sobre mí la muerte y aniquilándola con mi resurrección, no solo he vencido el mal, sino que he hecho mucho más: he santificado el sufrimiento haciéndolo salvífico. Todo dolor unido a mi cruz, tiene el poder de aniquilar el mal y vuelve como un boomerang al enemigo. Satanás pensaba matar a Dios sobre la cruz, pero se aniquiló a sí mismo.
Después de mi muerte y resurrección el sufrimiento ha sido sublimado. El ya no es más solo la tremenda consecuencia del pecado sino que es también la victoria sobre el enemigo. En efecto, mis hijos, sufriendo como yo y por mí no son más aplastados por el mal sino que lo anulan de la misma forma como lo hice yo. Sobre la cruz he sufrido pero he vencido al mal. Unidos a mí, también vosotros, sobre vuestras cruces, sufrís pero vencéis el mal. Así vuestro sufrimiento ofrecido a mí, resulta un bálsamo sobre las heridas de la humanidad, pero también una espada que hiere al enemigo.
Sabed que el sufrimiento de tantos inocentes hoy sobre la Tierra, está intimamente unido a mi Sacrificio: es un arma tan poderosa contra el mal que la Tierra es regenerada, a pesar de la maldad de una multitud de hombres que perversamente oprimen a los pobres y a los pequeños. Pero yo ofrezco al Padre la sangre de los inocentes que me aman, la uno a mi sangre. Los últimos de la Tierra, aquellos que descartados por la humanidad, considerados una nada, son dignos de estar al lado del Redentor, dignos de subir con él a la cruz. Así, una vez más Satanás se aniquila a sí mismo: ahí donde creía haber vencido, ahí donde pensaba haber quitado de en medio aquellos pequeños que tanto detesta porque le recuerdan la pureza que ha perdido.
Solo yo tengo el poder de volver salvífico vuestro dolor porque soy el Salvador. El dolor salvífico os redime a vosotros mismos y a la humanidad entera. Puedo transformar vuestro sufrimiento en victoria solo si me entregáis vuestras vidas y vuestras cruces, porque yo tengo respeto de vuestra libertad; por eso deseo que participéis en mi obra de redención libremente, concientemente. La humanidad tiene necesidad de los hijos de Dios, ahora más que nunca; tiene necesidad de personas capaces de transformar el mal en bien con la potencia del amor divino que opera en ellas.¡Por lo tanto, coraje, hijos míos! Y si os sucede que sufrís, sabed que yo estoy al lado, pronto a transformar cada cruz en resurrección; me basta un sincero acto de fe en mí, me basta que entreguéis vuestro dolor. ¡Vuestro dolor ofrecido a mí es un tesoro precioso! Es el dolor de los santos, que como un fuego ardiente, purifica la humanidad entera y derrota el mal.
El sufrimiento no reinará para siempre sobre la Tierra, ni tampoco la muerte. Yo volveré para poner definitivamente a parte el mal y la corrupción, y para decretar la victoria final de mi pueblo sobre Satanás y sus seguidores. Resurgirán incontables legiones de mártires desconocidos, victoriosos sobre el mal y sobre la muerte; estarán a mi lado en el día de la victoria. Sus pasos pisotearán toda la soberbia del enemigo. La humanidad no conocerá más el sufrimiento, sino solamente la infinita felicidad de los buenos, de los mansos, de los verdaderos adoradores del Padre. No es una fábula, es la promesa de Dios.
Os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.