Las dimensiones de la vida

Queridos lectores;

en el mensaje de este mes Jesús habla de las etapas que caracterizan nuestra vida a través de las  diversas edades y las situaciones que nos tocan de cerca. Nos toma de la mano y nos explica cómo hacer para vivir en armonía con  las múltiples dimensiones de nuestra existencia. Jesús abre nuestra mente a una mirada más amplia, y nos deja libres, serenos, confiados en su guía. Nos lleva más allá de nuestros límites hasta hacernos descubrir la dimensión de la eternidad. Conduce la creación entera, y a cada uno de nosotros hacia la dimensión del puro espíritu, que todo ser viviente deberá inevitablemente  encontrar y de la cual podrá gozar solamente si ha elegido a Dios. Así nos transforma y nos vuelve criaturas nuevas.

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El Señor nos invita también a tener confianza en Él porque Él tiene confianza en nosotros. Oremos para comprender cómo vivir en esta confianza, para que nuestra vida sea colmada de esperanza. Espero que las palabras de Jesús os den fuerza y esperanza, en un tiempo en que la humanidad vive profundas inquietudes.

Os saludo y os bendigo en Cristo.

MENSAJE DE JESÚS    del  30 de julio de 2011

“¡ Os bendigo mis amados hijos! Deseo hablaros hoy de las diversas dimensiones de que se compone la vida, vuestra vida como también la de la creación entera.

Cuando hablo de dimensiones me refiero a un ámbito en el que la vida se desarrolla, porque ella tiene necesidad de un capullo en el cual desarrollarse y crecer. Así como un feto tiene necesidad del útero materno para formarse y resultar completo, así vuestra existencia terrena  necesita un  ambiente que os permita llegar a la madurez. Por eso, la vida de cualquier criatura, comprendido el hombre, nace, se desarrolla y alcanza la madurez en un contexto preciso, esto es en una dimensión. Cada dimensión se compone de tres elementos que la caracterizan: el tiempo, el espacio y el espíritu. El aspecto temporal, espacial y espiritual se armonizan hasta formar la dimensión o sea aquel seno imaginario  en el que vuestra vida continúa  desarrollándose, aún cuando seáis ya adultos.

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El tiempo mide vuestra existencia y lo sabéis bien. Es un tiempo objetivo, porque afecta la humanidad entera en la cual vivís y a vuestro mismo planeta, que se encuentran  en un determinado día, mes y año. Es también un tiempo subjetivo porque atañe a cada uno de vosotros, la edad que tenéis en este momento. El transcurrir de vuestra vida, o sea vuestro tiempo, se inserta en el transcurrir  de una época y de una fase bien precisa de  vuestra humanidad, resultando  parte de la historia.

También el espacio es objetivo y subjetivo. Objetivo, porque cada uno de vosotros se encuentra  viviendo en un determinado lugar, una nación, sobre un  planeta bien preciso. Subjetivo, porque vivís en vuestra familia, en vuestra casa, etc.

El espíritu abarca todas las dimensiones, en su doble aspecto: el Espíritu de Dios, que nos regala la vida y asigna a cada criatura su espacio y su tiempo, guiando la existencia entera con su amor y sus leyes;  y  vuestro espíritu que llena  vuestro espacio y vuestro tiempo. El espíritu es fundamental: sin el no existirían ni el espacio ni el tiempo. En efecto, del Espíritu de Dios proviene la vida,  y ella germina como una semilla en vuestro espíritu.

Desde el momento de vuestra concepción comienza para vosotros un camino marcado por continuos cambios, que os hará atravesar innumerables dimensiones.

La vida,  no es nunca estática, sino dinámica. Instante tras instante, día tras día, os colocáis progresivamente en diferentes dimensiones, donde vuestro espíritu, el espacio y el tiempo experimentan continuas transformaciones. Todas estas dimensiones forman  la edad de vuestra vida. ¡Pensad cuántas personas, cuántos lugares cuántos momentos habéis encontrado en la vida! Y cuántos comportamientos y convicciones habéis visto nacer y morir en vosotros y en los otros. A menudo  habéis  debido dejar lugares, personas y situaciones, con separaciones tal vez dolorosas, como en el caso  de la muerte de vuestros seres queridos.  ¿Por qué? Porque cada uno de vosotros está en continuo movimiento,  en un tránsito continuo hacia dimensiones siempre nuevas; si  no fuese así, vuestra existencia  estaría prisionera en un pantano. Deseo explicaros mejor todo esto.

Vuestra vida atraviesa diversas edades: de la infancia pasáis a la adolescencia, luego a la juventud y a la madurez, para llegar después a la vejez y al final a la muerte.  Paralelamente, la historia entera de la humanidad atraviesa diversas fases  en las cuales os insertáis. Cada una de vuestras edades  se compone de diversas dimensiones, porque, creciendo,  vuestro espíritu desarrolla una potencia siempre mayor, tomando más conciencia de la realidad.  Por eso debéis colocaros en dimensiones cada vez más elevadas, que estén en condiciones de contener la potencia de vuestro espíritu en ese tiempo determinado  y en aquel espacio en el que vivís.

El Espíritu Santo transmite ininterrumpidamente a vuestro espíritu los impulsos de la vida; es como si en vosotros ardiese un fuego  que el Espíritu Santo  alimenta continuamente, soplando  sobre él con su fuerza, para que no se apague nunca. Vuestro espíritu recibe estos impulsos y todo vuestro ser, compuesto  de espíritu alma y cuerpo, se abre a un conocimiento siempre más amplio de la realidad, conocimiento  que se expresa en modos siempre nuevos. A cada progreso de vuestro espíritu, corresponde el pasaje a una dimensión distinta a la de antes. Los pasajes de una dimensión a otra  suceden continuamente durante la vida. Así se cumple vuestro ciclo vital  sobre la Tierra, antes que la muerte os abra las puertas  de la dimensión ultraterrena. El proceso de la vida está todo aquí.

A través de muchos pasajes  de una  dimensión a otra vuestro espíritu se expande y se potencia; no es más el de antes. Tampoco el tiempo es el mismo, porque  habéis crecido  y ha cambiado vuestro modo de ver las cosas, se formaron en vosotros nuevas convicciones; no existe más  la posibilidad de una vuelta atrás en el tiempo. Podría suceder, en cambio  que el espacio permanezca el mismo, porque, por ejemplo,  vivís siempre en el mismo lugar; sin embargo, también en este caso,  la dimensión en la cual os encontráis no es más la precedente, porque vosotros sois distintos  de antes.

También el espacio antes o después cambia, porque dejáis la familia, el colegio, la antigua casa, etc. Sin embargo el espacio no es como el tiempo, porque vosotros podéis volver al lugar donde habéis vivido,  a no ser que ya no exista más; pero ni siquiera en este caso la dimensión en la cual os encontráis  es la  misma de entonces. Porque el tiempo no es más el mismo, ni tampoco vuestro  espíritu. Por eso no podéis revivir nunca más lo que habéis vivido. Queda un recuerdo  de la dimensión precedente, pero no hay un retorno en el tiempo, aunque os encontréis quizá en el mismo espacio.

Mientras vosotros crecéis espiritualmente y físicamente la humanidad entera pasa continuamente de una dimensión a otra. En efecto, generaciones enteras cumplen su ciclo vital, mientras otras se presentan en el escenario de la historia,  y esto determina cambios visibles y profundos en los pueblos, porque cambia el espíritu colectivo y el tiempo corre. También el espacio experimenta cambios aunque viváis siempre sobre el mismo planeta; pensad en los cambios que la Tierra ha experimentado a lo largo de los milenios. Tampoco la humanidad puede retornar a las dimensiones ya vividas y este su incesante tránsito  hacia dimensiones siempre nuevas, hechas de espíritu de espacio y de tiempo es el ciclo vital de la humanidad, eso que vosotros llamáis progreso.

Vuestra existencia es dinámica porque la vida de Dios, de la que proviene toda otra forma de vida, es en sí  misma dinámica. Dios está actuando constantemente; y su acción incesante gobierna la creación entera. El Espíritu Santo penetra todas las dimensiones y está presente en el espíritu del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. El no es una energía sino que es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y  en su incesante pasaje a través de la creación entera lleva la potencia trinitaria  a todo lo que se mueve en el universo.

El Espíritu Santo hace que cada una de las dimensiones  de la vida sea ordenada; que el tiempo fluya en  el modo justo, que el espacio se armonice con el tiempo y que el  espíritu del hombre reciba constantemente fuerza, de modo que el ciclo vital de cada ser y de la humanidad entera se desarrolle  según  las leyes divinas,  colocándose perfectamente en el espacio y en el tiempo asignados a cada uno y a todo el género humano.

Si estáis unidos a Dios, porque estáis decididos a vivir una vida de fe según sus leyes, si le permitís que os guíe interiormente,  entonces vuestra vida transcurre con facilidad.  El paso de una dimensión a otra,  de una edad a la otra, no os turban ni os fatigan sino que resultan para vosotros la evolución natural de vuestro ser. Dejáis con serenidad las cosas del pasado sin aferraros a ellas y sin proyectaros en el futuro que no  conocéis. Pero si estáis separados de Dios, los cambios interiores, el paso del tiempo, las transformaciones del espacio entorno vuestro, provocan en vosotros miedo y desesperación. Y aquello que cada uno de vosotros vive, se proyecta sobre todos, porque el  conjunto de los espíritus de los hombres forma el espíritu de la humanidad. Cuanto  más los individuos abandonan la fe en Dios y viven situaciones  de ansiedad y de miedo tanto  más la humanidad está ansiosa y temerosa, privada de esperanza, como lo podéis observar hoy sobre la Tierra.

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El transcurrir de la vida debería en cambio aportaros sabiduría, madurez, comprensión de las cosas, capacidad de entablar  relaciones cada vez más profundas  con vuestros semejantes. Debería llevaros a comprender y a prepararos al gran pasaje de la muerte. Ella marca la separación de vuestro espíritu del tiempo y del espacio tal como vosotros los experimentáis sobre la Tierra; deberéis dejar el cuerpo, que no puede seguiros en la dimensión ultraterrena, hecha de puro espíritu. Por el contrario, vuestra alma y el espíritu contenido en  ella, son capaces de acceder a esta nueva dimensión; permanecen íntegros y conservan el recuerdo de las experiencias vividas en el cuerpo.

Al final de los tiempos todos resucitarán  y recobrarán sus cuerpos. Los que hubieran vivido en la fidelidad a Dios, recibirán un cuerpo transfigurado, adaptado  para vivir en la nueva creación, o sea, en aquella realidad que no conocerá más la corrupción.

Cuantos hubieran servido a Satanás, permanecerán junto a él y gustarán hasta  el fondo la muerte y la corrupción  que han elegido.

El hombre separado de Dios, que no se entrega a El,  vive la muerte como una tragedia irremediable. Sin embargo, no son pocos los cristianos  que no nutren más la esperanza en la vida eterna.  En muchos de ellos falta una sincera entrega a Dios y esto torna difíciles sus vidas, y no los distingue más de cuantos no creen.

Las dimensiones que cada individuo atraviesa son originales, como  es original el espíritu de un hombre respecto al de todos los demás hombres. Así, en un mismo espacio, por ejemplo en una familia, puede suceder que cada individuo viva un tiempo de su vida u una madurez espiritual distinta de la de los demás. Esto se debe, precisamente, a la originalidad de cada uno, que debe ser promovida y respetada siempre, como lo hace el mismo Dios. Al contrario, sucede frecuentemente que la originalidad de cada uno, las edades diversas y las convicciones provoquen desencuentros entre los individuos como entre los pueblos. Esto no sucedería si los hombres vivieran  según las leyes  divinas de la vida. Estas, en efecto, operan de modo perfecto, respetando los ritmos de crecimiento de cada uno y poniendo a cada individuo en sintonía con los demás, no obstante las diversas  dimensiones en que cada uno se encuentra.

Las leyes de Dios provienen de su amor y transmiten amor. Si os entregáis a Dios y aceptáis ser guiados por El, renunciando a vuestro egoísmo, el amor de Dios os colma y os envuelve,  en coloca en aquella sublime relación con los demás, que se llama comunión. Pero si pretendéis manejar por vosotros solos vuestra  existencia,  entonces la ley  del egoísmo toma la ventaja y no estáis más en  condición de armonizar  las diferencias que existen entre vosotros. Cada uno  vive para sí mismo, como encerrado en una burbuja , y vaga hasta chocarse con otras burbujas que lo hacen estallar. Así transcurre la vida de muchos hombres, de aquí nacen vuestras incomprensiones recíprocas, las guerras entre los pueblos, las separaciones dolorosas, los homicidios, y todas las  controversias y contradicciones de las cuales está saturada vuestra humanidad.

¡No, hijos míos! La vida no es una serie interminable de deberes, una lista de tareas, sembrada de pruebas y que termina con la muerte. La vida es la  maravillosa expresión del gozo y  de la potencia  que brotan del seno de vuestro creador, y que El desea alimentar continuamente en vosotros.

Dios goza con vuestra felicidad y está siempre a vuestro lado para ayudaros a crecer y atravesar todas las fases de vuestra vida. Os toma de la mano y os acompaña en cada pasaje a las dimensiones nuevas que os esperan, El Padre os ama; su amor y su poder llenan vuestro espíritu, vuestro espacio y vuestro  tiempo.  El me ha enviado a vosotros con la potencia del Espíritu Santo.

Yo  he venido a la Tierra y he atravesado todas las dimensiones de vuestra vida, haciéndome en todo semejante a vosotros. He descendido en el espacio y en el tiempo para uniros a mi espíritu. He santificado las dimensiones que he atravesado hasta transformar, aún la muerte, en resurrección. Os he abierto el camino para que podáis también vosotros santificar el espacio en  el que vivís, el tiempo que vivís, el espíritu que tenéis.¡Nada podrá deteneros si estáis unidos a mí!  Ni siquiera la muerte podrá quitaros la vida, porque tendréis en vosotros la vida del  Hijo de Dios que ha vencido la muerte

¡Por lo tanto no temáis y vivid en la esperanza! Buscad la alegría en Dios, buscad la fuente del agua límpida, que puede saciar toda sed. Buscadme y yo os conduciré a aguas tranquilas, os enseñaré a amar la vida, porque ella merece ser amada. No os dejéis seducir por el Maligno que pone toda suerte de impedimentos a vuestra felicidad, y después os hace creer que es por culpa de Dios. Satanás está celoso de vuestra felicidad y no puede poseerla porque se ha privado por sí mismo  de la vida de Dios; por eso no soporta que estéis vivos y llenos de alegría y busca  arruinaros.

¡Pero no temáis! Venid a mí y no os sucederá nada malo; yo deseo sólo vuestra felicidad.

¡Tened confianza en mí porque yo tengo confianza en vosotros! Yo soy la Vida, no lo olvidéis nunca, sobre todo cuando sufrís. Y si os parece que desciende la noche, buscad mi luz; os guiará e iluminará todas las dimensiones de vuestra vida.

Os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.”

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