Mensaje de la Virgen María, 25.02.2018
Las tinieblas de la Tierra y la luz del Pueblo de Dios
Queridísimos hijos:
Os saludo a todos vosotros que habéis estado aquí en estos días, a cuantos están presentes hoy, y a los ausentes que están unidos a vosotros en el espíritu. Quiero agradeceros por el empeño que habéis puesto y por la seriedad que demostrasteis en este tiempo.
Deseo deciros, hijos míos, que el Pueblo de Dios debe ser siempre cada vez más visible, porque esta es la única salvación para la humanidad. En este Pueblo deberán confluir los hijos de Dios que buscan la vida.
Os digo también que sobre la Tierra están por descender densas tinieblas que envolverán a toda la humanidad. No hablo aquí de las tinieblas físicas sino de aquellas del espíritu; se apagarán cada vez más en las almas la fe, la esperanza y el amor. Ya lo veis hoy que la Tierra vive sin fe, esperanza y amor. A pesar de las hermosas chácharas de muchos sobre el amor, el amor no existe. No hay amor capaz de tomar la cruz por otro, capaz de sacrificio, de altruismo, de generosidad.
Las tinieblas deben descender sobre la Tierra porque de otro modo no podrá manifestarse plenamente la luz del pueblo de Dios. En medio de las tinieblas, de la nube que envolverá la humanidad deberá salir la voz del Padre que diga: “Este es mi Pueblo. Seguidlo, escuchadlo, formad parte de el”.
Mi Hijo ha dicho que llegará el tiempo en que también el sol se oscurecerá, no dará más su luz.(1) ¿Qué quería decir? Quería decir que el rostro de Dios se oscurecería para muchos hombres; porque el sol es el rostro de Dios y muchos de sus hijos, sin embargo no lo verían más. Este rostro debe en cambio resplandecer en cada uno de vosotros y en todo este pueblo. Sobre vuestro rostro debe ser clara la luz del sol que es Dios; debe brillar en cada uno de vosotros y en medio de vosotros. Las personas de buena voluntad la verán y se dirigirán hacia esa luz.
La Tierra está ahora en el centro de muchos acontecimientos y la oscuridad de la que os hablo será un evento visible en todo el universo. Muchos han hablado de las tinieblas, de tres días de oscuridad sobre la Tierra; aconsejaron proveerse de velas, pero no se trata de eso. En medio de la oscuridad deberá resplandecer la única luz que puede iluminar a las personas: la luz de Dios. No os servirán las candelas, os servirán la fe, la esperanza y el amor que deberéis comunicar a tantos pobres hijos de Dios perdidos.
No os quiero asustar sino llamaros a vuestra responsabilidad. Veréis muchos sufrimientos no sólo entre los hombres sino también en lo creado. La naturaleza está trastornada, aplastada por la prepotencia, por el egoísmo y por la explotación del hombre, y se está rebelando. Ya estáis viendo ahora la cantidad de calamidades naturales que os afligen, pero muchas más vendrán todavía. Las guerras y el odio se multiplicarán. Cuando el rostro de Dios no resplandezca ya más para muchos hombres, entonces bajarán las tinieblas.
Por esto hijos míos os suplico: dejad que el sol de Dios os ilumine, que su luz resplandezca dentro de vosotros. Yo deseo servirme de todos vosotros para hacer brillar la luz de la vida para tantos hijos míos que ya no la ven más. No debéis hacer cosas grandes, ni tampoco ser particularmente inteligentes, sabios o capaces. Sólo debéis ser humildes y simples, como pequeñas flores que no hacen nada de especial, sólo abrirse al sol, se abren y basta. ¡Abríos al amor de Dios!
Os bendigo. Estoy cerca en todo. Pido incesantemente a mi Señor y vuestro Señor que su Luz resplandezca para vosotros y dentro de vosotros, y os bendigo en el nombre de Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.