Mensaje del Espíritu Santo; Vigilia de Pentecostés, 22 de mayo de 1999
Os bendigo en esta tarde ; quisiera recordaros que cada uno de vuestros esfuerzos en la vida espiritual son inútiles si no vivís íntimamente con Dios. Son pocas las almas que han descubierto a Dios, aún entre aquellas que dicen pertenecerle. Son pocas las almas que han descubierto a Dios como amigo y menos aún los que lo han descubierto como Padre.
En casi todos vosotros falta la intimidad con Dios, falta la capacidad de entrar en el silencio y sentir a Dios como parte de la propia vida. Sin embargo todos vosotros estáis llamados a sentir el contacto íntimo conmigo; tenéis la posibilidad si me amáis y si sois capaces de retiraros dentro de vosotros mismos, en la parte más profunda de vuestro ser, tan misteriosa e inviolable, ahí donde Yo vivo. Deberiais percibir este contacto como algo que os vuelve fecundos, porque Yo soy el Espíritu de Dios, el Espíritu de la Vida. Así como en la intimidad de los cónyujes es concebida la vida, así también en la intimidad con Dios el alma concibe la Vida de Dios. Os invito a esta intimidad sin la cual no podéis encontrarme. No podréis encontrarme en los fenómenos extraordinarios, ni ahí donde hay ruido y confusión, donde hay demasiadas palabras. Podréis encontrarme solamente en la intimidad de vuestra alma y de vuestra vida.
Os ruego que no permitáis a nadie violar vuestra intimidad con Dios y hacer de tal modo que vuestro espacio interior pertenezca solo a El a vosotros, y a ningún otro. No permitáis que el veneno del mundo, y que lo que es sucio y vil profanen esa intimidad que es también vuestro santuario. Es aquí en el santuario de vuestra alma que debéis estar en silencio, arrodillados y adorar a Dios.
Os pido también respetar la intimidad de cada alma, respetarla siempre. Pido sobre todo a los sacerdotes que ayudéis a cada alma que se os confía, a encontrar en sí mismo es espacio de intimidad con Dios; enseñadles a respetarlo en los demás. Así crece una comunidad sana, cuando uno ayuda al otro a encontrar y vivir la intimidad con Dios, y a respetarla en todos. En este respeto nace la Iglesia, la verdadera, que es el santuario del amor.
Respetar la intimidad de la persona no quiere decir que no se deba corregirla. Me dirijo sobre todo a los sacerdotes, también a los padres y a los educadores: dejad que las personas maduren, a fin de que sean libres de crecer delante de Dios. No libres de hacer lo que quieran, sino libres porque son acogidas y respetadas en su libertad de crecer y de decidir. Así actúa Dios y os respeta siempre vuestra libertad. Dejad que la última palabra sea siempre la de Dios y nunca la vuestra, aunque seáis sacerdotes o educadores.Dejad que sea Dios quien cumpla su obra en cada uno. A vosotros corresponde preparar el terreno, como el jardinero prepara la tierra para la semilla. Pero a esta no la hace crecer él. Por eso os sugiero decir las cosas con delicadeza pero con claridad. Ayudad a las personas que os han sido confiadas a alcanzar una clara elección existencial; muchas veces en las almas hay más ignorancia del bien que egoísmo. Después dejar que cada uno elija en libertad y nada más.
Os digo a todos vosotros: es vuestra tarea mostrar la verdad a vuestros hermanos y a llevarlos, con cuanto esté en vosotros a la verdad. Vosotros respetad siempre la elección de los demás, aun cuando sean dolorosas, así como Yo la respeto aunque vea que muchos se pierden. Muchos de vosotros llegan delante del santuario de la verdad y no entran. ¡Es tremendo! Es como morirse de hambre en el umbral de la sala del banquete, donde las mesas están colmadas de manjares. ¡Así viven y se pierden muchas almas!.
La educación y la formación que no respetan a las personas en su intimidad, sobre todo en su intimidad con Dios constituyen una exacta y verdadera forma de violencia. El alma de una persona no es ayudada a madurar y a crecer sino que le es inculcada la disciplina. El espacio de su intimidad es ocupado por las reglas, por la forma y por la ley; se considera que una persona es buena y santa porque respeta las reglas, y no siempre es verdad. Es ciertamente oportuna una disciplina y el respeto de las reglas pero esto debe suceder sin constricciones, o imposiciones y sin ninguna violencia. La persona ayudada a crecer en la fe en Dios y en el respeto del prójimo se orienta naturalmente hacia la verdadera disciplina interior, aquella que proviene de las leyes de Dios inscriptas en cada uno de vosotros. Con frecuencia, en cambio se produce un gran drama en la etapa de crecimiento, porque la guía de las almas no es dejada a Mí, sino a la mente humana, a la ciencia humana, al miedo humano, y el miedo genera miedo.
En la relación con la Santísima Trinidad está guardado el fundamento de toda la vida espiritual y de la Teología entera; no hay nada más importante que esto. El hombre se afana en estudiar a Dios, cómo encontrar a Dios, qué hace Dios, qué cualidades posee Dios; no ha entendido que lo que realmente cuenta es su relación con Dios; porque en su relación íntima con Dios Trino y Uno está la esencia de la vida y todo aquello que sirve en la vida y más allá de la vida. En vuestro vivir en Dios y con Dios se regeneran, encuentran su justa dimensión, vuestro ser, vuestra inteligencia y todas vuestras capacidades. Todo esto, sin embargo, debe desearlo sinceramente y buscarlo con humildad, porque Dios no os impone nada, ni siquiera su amor. Os busca continuamente, pero no os obliga, os desea pero no os posee, os deja libres de escoger, de entender dónde está la vida.
Os bendigo para que en vosotros esté siempre el deseo de Dios, si es un deseo sincero, límpido, exento de ambiciones y compromisos, entonces Yo no dejaré de llevaros ahí donde debo llevaros, al Padre a través del Hijo. Jesús y Yo trabajamos incesantemente para que cada uno de vosotros llegue a la plenitud, y todo lo que hacemos es por vuestra vida. Todo lo que hacemos pasa a través de nuestras vidas para llevaros a la vida del Padre.
Os amo mucho y os protejo: os regalo la gracia para abrir en vosotros y en las almas de vuestros hermanos un espacio siempre más grande. El espacio de la vida que fluye entre la criatura y el Creador, el espacio de amor infinito que continuamente regenera.
Os bendigo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.”