Mensaje del Espíritu Santo del 29 de febrero de 2012
“Os saludo y os bendigo. Deseo continuar con vosotros el coloquio sobre la vida humana que es de gran importancia para cada uno de vosotros.[1]
Os he explicado que vuestra existencia tiene origen en la gran vibración de la vida, que Dios imprime en vosotros en el momento en que os crea. En esta vibración está contenida la potencia divina de la Santísima Trinidad. Es el impulso primario que da origen a la existencia de todo ser viviente; como tal comprende en sí la acción de las Tres Divinas Persona. Desde ese instante, comienzan a operar en vosotros las tres grandes leyes del universo: la ley de la LUZ, del SONIDO o VIBRACION, y la ley del CALOR. Son tres leyes espirituales y naturales al mismo tiempo y gobiernan la creación entera.[2]
La vibración de la vida no concluye su acción en el momento de la creación, sino que se renueva su acción en cada instante de la vida; es necesario por lo tanto que sea continuamente alimentada, porque ningún ser viviente podría hacer de menos Así, después del primer impulso, semejante a una gran descarga eléctrica que da origen al ser, la vibración de la vida se renueva incesantemente mediante la acción específica de cada una las Tres Divinas Personas.
El Hijo de Dios, Jesucristo, segunda Persona de la Santísima Trinidad, mantiene constante la intensidad de la vibración de la vida. Jesús, Verbo de Dios, con su Palabra que llena el Universo, imprime constantemente en cada ser creado la VIBRACIÓN de su amor. El amor de Cristo regenera porque redime, y vence el mal en las criaturas; sostiene a todos los seres vivientes, ángeles, hombres, y a todas las criaturas. La vibración que emana del Hijo de Dios y que es transmitida a la creación entera, es la expresión más sublime del amor del Padre, porque el Hijo vibra al unísono con el Padre, en el Espíritu Santo. Si Jesús no comunicase más su amor al Universo este dejaría de vivir.
El amor de Jesús vibra en cada punto del Universo y alcanza a cada ser viviente; contiene toda la potencia necesaria para alimentar el espíritu, el alma y el cuerpo de cada ser humano. Su intensidad es proporcional a la estructura de cada hombre, pero también a su respuesta en el momento de la creación y a sus elecciones de vida. Esto significa que un hombre que pronuncia un sí convencido a Dios en el inicio, acoge a Jesucristo y permanece fiel a Él, recibirá una vibración de mayor intensidad que lo fortalecerá en el desarrollo de su misión. Por el contrario el hombre que acoge ni a Dios ni a Jesucristo recibirá una vibración más débil; no porque Dios lo castigue, sino porque su espíritu estará más cerrado y por eso incapaz de recibir una vibración más poderosa. Será como un contenedor pequeño que arriesga romperse si está demasiado lleno.
Dios respeta vuestra libertad. Sabed, sin embargo que el uso de la libertad tiene un precio y debéis estar conscientes de las consecuencias de cada una de vuestras elecciones. A menudo, en cambio hacéis elecciones erradas porque queréis ser libres e independientes de Dios; después sufrís las consecuencias y murmuráis contra Dios como si fuera Él el culpable de vuestras elecciones, pero no es así, y lo sabéis bien. No seáis hipócritas y asumidlas responsabilidad de vuestras elecciones y las consecuencias que se derivan; de otro modo quedaréis inmaduros e indecisos.
En la vibración de la vida está comprendido también el calor, que emana de mí, el Espíritu Santo, la tercera Persona dela Santísima Trinidad. El calor es el elemento que permite que la vida brote y se mantenga ininterrumpida. Sabéis bien que sin el calor del sol la vida sobre la Tierra cesaría. Lo mismo sucede en vuestro espíritu, en el alma y en el cuerpo: sin mi calor que transmite amor, inteligencia, y fuerza seríais como muñecos inanimados. Mi calor os envuelve y guía cada proceso biológico de vuestro ser, desde los primeros instantes de la vida. Alimenta vuestra inteligencia y os direcciona hacia Dios, os abre al conocimiento del misterio de la vida tal como es en Dios, y os protege del mal.
También el calor que recibís de mí es proporcionado a vuestras elecciones, ya sea en momento de la creación como durante la existencia terrena. Cuanto más unidos estéis a Jesús tanto más puedo Yo actuar en vosotros, porque mi obra no está nunca separada de la del Hijo de Dios. Por eso, cuando ofrecéis la vida a Jesucristo, a través del Corazón Inmaculado de María, me permitís actuar plenamente en vosotros, y Yo os oriento continuamente a Cristo para que seáis llenos de su amor. A su vez Jesús me manda incesantemente a vosotros; y juntos, Jesús y Yo, ofrecemos vuestra vida al Padre para que os regale su Luz.
Deseo detenerme en particular, sobre la LUZ de la vida que emana del Padre. Esta LUZ es su sello, colocado en cada uno de vosotros, y os acompaña en la vida terrenal y en la eternidad. También la Luz del Padre es impresa en vosotros en el momento de la creación mediante la gran vibración de la vida y está conmensurada según vuestras elecciones. Si habéis elegido a Dios tendréis más Luz, de otra forma tendréis menos. ¿Qué es la LUZ? Es inteligencia, consciencia de ser hijos de Dios; es verdad y santidad; es la percepción clara de la imagen de Dios en vosotros. Es también la potencia espiritual que os hace superar las fuerzas del mal y os vuelve vencedores en las pruebas; es alegría y paz.
La Luz de que os hablo es también una realidad física, presente en el Universo y es aquello de lo que está hecha la gran barrera del cielo.[3] Sí, la gran barrera no es otra cosa que una gran faja de luz de enorme potencia. Solo los espíritus puros la cruzan y las almas de los difuntos. Las fuerzas oscuras del mal no pueden sobrepasarla y tampoco las criaturas, a no ser cuando Dios excepcionalmente lo permite, como sucede en el caso de las humanidades del Universo fieles a Dios.
Inmediatamente después de haber recibido la primera, gran vibración que os llama a la vida, la luz comienza a actuar en vuestro espíritu. Su acción es indispensable porque sois llamados a decidir, ya en el momento de la creación, si servir o no a Dios; para eso os es dada la Luz desde el primer instante, para que se abra vuestra inteligencia y podáis elegir. Después de haber hecho vuestra elección, Dios os coloca en la realidad en la cual viviréis. Debéis por eso atravesar la gran barrera: entonces, desde la dimensión del puro espíritu descendéis a la realidad material donde se inicia la fase de la vida en el cuerpo, sobre la Tierra o en algún otro lugar. “Me has preparado un cuerpo…” así está escrito, y es así.
No busquéis ahora de entender racionalmente si Dios crea primero el espíritu o el cuerpo, porque no lo lograréis. No os perdáis en vuestras abstrusas filosofías, porque el pensamiento de Dios no tiene nada que hacer con el vuestro, y Él tiene el poder de pensar y de crear en un instante lo que quiere. Dios en el pensar crea; en Él no existen esquemas delimitados[4]; su pensamiento es libre.
El pasaje a través de la gran barrera es un gran pasaje en la LUZ, porque todo vuestro ser es iluminado. Así Dios os muestra con claridad aquello que habéis elegido en el momento de la creación, aquello que os espera en la vida como consecuencia de vuestra elección inicial, y os indica claramente el camino de Cristo, como único camino que puede corregir las elecciones equivocadas, y que un día os permitirá volver a vivir en plenitud en la dimensión espiritual. Es una ayuda final por parte de Dios, que es dado a todos indistintamente; a aquellos que han elegido a Dios como a aquellos que lo han rechazado.
El mismo pasaje en la LUZ os espera al término de la vida terrenal, porque las almas de los difuntos sobrepasan la gran barrera, para entrar en la dimensión del puro espíritu. Así como al inicio os es mostrado lo que os espera, al final os mostrado lo que habéis hecho. También esto es muy importante, porque, de este modo, Dios da a cada uno la posibilidad de reconsiderar su comportamiento, y acoger plenamente la salvación que Jesucristo le ofrece. También aquellos que en la vida han rechazado a Dios y han actuado de modo contrario a sus leyes, tienen la posibilidad de arrepentirse. La Luz de la barrera pone a descubierto todas las cosas y muestra lo que cada uno es delante de Dios; aquí no sirven más las discusiones ni las justificaciones porque la Luz de Dios os muestra lo que realmente sois y lo que habéis realizado en esta vida.
Así la misericordia de Dios viene a vuestro encuentro y os prepara para aquello que os espera en la dimensión del espíritu, en el paraíso o en purgatorio y busca de toda forma de evitaros el infierno; también aquí todo depende de vuestra elección y del juicio particular que os espera. De todo esto os hablaré próximamente, porque hay mucha confusión al respecto, también entre los cristianos. Por ahora es suficiente que comprendáis bien esto: con la muerte se cierra solo una fase de la vida, aquella en el cuerpo y se abre una nueva en la dimensión del espíritu, que es la dimensión eterna.
Mientras vivís en el cuerpo, si tenéis fe en Dios y en Jesucristo, y si progresáis en el camino de la fe, la Luz que habéis recibido de Dios y que está encerrada en vosotros, podrá agrandarse. De hecho la LUZ es directamente proporcional a la fe. Cuanto más creáis, más envuelto serás por la Luz. En consecuencia la vibración del amor de Jesús aumentará con el calor del Espíritu Santo. Todo depende como siempre de vuestra fe.
Las leyes de la LUZ, de la VIBRACION y del CALOR han sido impresas en vosotros desde la concepción. Vuestra fe y la sincera adhesión a Cristo, mediante el ofrecimiento de la vida a Él determinan el funcionamiento correcto y eficaz de estas tres leyes, que son las leyes de la vida. Ellas extienden sus efectos no solo a nivel natural sino también a nivel espiritual: entonces la LUZ deviene sabiduría e inteligencia; la VIBRACIÓN palabra y acción; el CALOR amor y santidad. Así crecen la fe, la esperanza y la caridad. Vuestro espíritu está constantemente alimentado, el alma fortalecida, el cuerpo sano y armonioso. Resultáis así verdaderos hijos de Dios.
¿Todo esto os parece quizá una utopía lejana de la triste realidad de la Tierra? Os digo que no! Aun cuando el mal parezca prevalecer sobre vuestro planeta, la acción de Dios es constante y silenciosa en vuestro espíritu. Si le entregáis la vida a Jesús, a través del Corazón Inmaculado de María, confiándole a Él todo vuestro ser, Él hará de forma que las leyes de la vida funcionen en vosotros, más allá de lo que podáis comprender. No os corresponde a vosotros hacer funcionar las tres leyes de que os hablo, ni tampoco seríais capaces. A vosotros solo os toca abrirle la puerta a Jesús, para que cumpla su obra junto a Mí, el Espíritu Santo. Seréis protegidos y ayudados en todo y experimentaréis desde ahora la pertenencia a una dimensión nueva, la del Espíritu, que os espera al final de la vida terrena.
¡No resolveréis vuestros problemas espirituales y físicos hasta que no os confiéis totalmente a Dios! Solo así podréis vencer el mal, que intenta de cualquier forma de alterar en vosotros la armonía de las leyes divinas. Cuando Dios sea el Señor de vuestra vida, entonces también vosotros podréis dominar las fuerzas adversas y reinar con Cristo, ya aquí, sobre la Tierra, elevándole a Él todo lo que os pertenece y rodea. No olvidéis que sois un pueblo real y sacerdotal, porque unidos a Cristo participáis plenamente de la gloria de Dios, la gloria que Él ha puesto en sus hijos.
Os bendigo en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.”
[1] En el mensaje titulado ”Me has hecho como un prodigio” el Espíritu Santo ha hablado de la creación del hombre y de la elección que está llamado a hacer en ese momento.
[2] He hablado extensamente de estas tres leyes en el libro “Más allá de la gran barrera”, cap.12
[3] cfr. “Más allá de la gran barrera” cap. 12 y 15
[4] He hablado extensamente del pensamiento de Dios y de sus prerrogativas en el libro “Reescribirla historia – Vol 1 – En el pensamiento de Dios”