Queridos lectores: el mensaje de este mes lleva nuestra atención sobre la profecía, como manifestación de la fuerza de Dios que es vida. Todos estamos llamados a ser profetas, esto es, a manifestar la vida de Dios. De esta forma resultamos miembros vivos del pueblo de Dios y preparamos el camino a cuantos desean sinceramente participar del plan de la salvación y ser criaturas nuevas. Os auguro poder ser fuertes en el Señor, como los verdaderos profetas, os saludo y os deseo todo bien.
Mensaje del Espíritu Santo del 24 de junio de 2012
“Os bendigo, queridísimos, en el día en que recordáis al gran profeta y precursor Juan Bautista, en el cual actuaba magníficamente la fuerza de Dios. El era señal de esperanza para el pueblo de Israel, porque preparaba el camino al Salvador y anunciaba su llegada.
Todos vosotros sois profetas, en virtud del bautismo, mediante el que sois ungidos para ser sacerdotes, profetas y reyes. En la unción bautismal, Dios Trino y Uno infunde en vosotros su fuerza para guiaros en vuestra misión terrena, al término de la cual reentraréis en el seno del Padre y continuaréis siendo y actuando en la vida sin fin.
¿Qué es la fuerza de Dios? No es nada comparable con lo que entendéis vosotros los hombres. No es supremacía sobre los demás, ni ejercicio de poder; no hay presunción ni arrogancia. No hay nada de todo esto. La fuerza de Dios es su capacidad de emanar la vida y cuidarla, en cada criatura como en todo el universo.
Ningún otro ser está en condición de generar y alimentar constantemente la vida, con excepción de la SantísimaTrinidad. Las Tres Personas divinas actúan al unísono para mantener siempre encendido en vosotros el fuego de la vida, que es la manifestación directa de su fuerza. El Padre es el Creador de la vida, el Hijo es aquel que la sana y que cura toda herida, el Espíritu Santo la santifica y la eleva al Padre y al Hijo. Así en el hombre creado a imagen y semejanza de Dios se expresa en plenitud la potencia del vórtice trinitario, de cuya acción depende toda forma de vida.
Os es dicho que todos sois profetas, porque en cada uno de vosotros está presente y actúa la vida de Dios. Sin embargo, en algunos actúa con mayor intensidad el don de la profecía, no porque Dios tenga preferencias, sino porque asigna a cada uno una misión particular. La misión del profeta es justamente la de manifestar la fuerza de Dios; no una fuerza humana, sino la fuerza de Dios.
El verdadero profeta es aquel que transmite la vida divina, y la expresa en las palabras y en las obras; el profeta falso es el que emana egoísmo y que atrae sobre sí la atención. El profeta verdadero es transparente, porque a través de su persona es
visible la acción de Dios; el no se interpone entre Dios y los hombres sino que hace de puente entre la humanidad y el Creador. No ostenta nunca una seguridad humana, sólo cuenta con Dios. El profeta falso se cubre de hipocresía para conquistar a los hombres; quiere sobresalir para dominar.
El falso profeta no viene de Dios sino de Lucifer, el enemigo de Dios. Desde los albores de vuestra historia Dios ha mandado sobre la Tierra muchos profetas para ayudaros en el camino: Lucifer ha respondido mandando sus profetas engañadores. La fuerza de Dios que actúa en los verdaderos profetas se ha enfrentado siempre con la fuerza del mal que actúa en los profetas falsos. Sí hijos, también el mal posee su fuerza, que brota de la muerte y no de la vida, y que corrompe. Quien tiene en sí mismo la fuerza del mal es un ser corrupto, porque esta fuerza alimenta la muerte. Sin embargo los hombres se dejan engañar por la astucia del demonio y creen que la fuerza del mal procura ventajas más fáciles y accesibles en comparación con lo que nos ofrece Dios. Por eso muchos hombres se entregan a Lucifer para obtener poderes y ganancias. Esta es la vía ancha de la cual os habló Jesús, que conduce a la ruina,(1) pero que se presenta más placentera y rápida de recorrer. Los falsos profetas indican siempre un camino fácil y no descontentan a nadie. Se adecuan al sistema de poder y se cuidan bien de contradecirlo porque ellos son parte de él a título pleno.
¡Cuidaos de los falsos profetas pero sabed reconocer a los verdaderos! Este es el tiempo de los verdaderos profetas, porque mi acción se hace siempre más evidente en el universo y cambia todas las cosas. Yo estoy preparando intensamente el espíritu de los hijos de Dios y oriento la creación entera hacia el retorno glorioso de Cristo. Todos vosotros estáis empeñados en preparar la nueva creación, pero ella no sucederá antes que Jesús retorne en su gloria. Por eso os he dicho que es el tiempo de los profetas, porque ha llegado la hora en que yo despierte a mi pueblo. El yace atontado y aturdido por tantas palabras sin vida, confundido por maestros y doctores que no hablan de otra cosa que de sí mismos y aprisionan a los hijos de Dios en las finas redes de sus ambiciones.
Os mandaré verdaderos profetas por que os amo y porque esta es mi obra: despertar a los hijos de Dios, instruirlos en lo más íntimo y hacerlos dóciles a la acción de la Santísima Trinidad. Prepararé a cada uno de vosotros, si tiene buena voluntad y quiere participar en mi obra, a reconocer a los verdaderos profetas. Su palabra será mi palabra. Su fuerza será mi fuerza. Para nada servirán las tentativas de Lucifer de suscitar falsos profetas para contrarrestar la obra de Dios. Ellos no podrán engañar a cuantos se entregaron a Dios, por medio del Corazón Inmaculado de María. Engañarán a aquellos que no tienen fe y que corren detrás de vanas promesas. Así los falsos profetas arrastrarán consigo a cuantos son un obstáculo en el camino de los hijos de Dios, serán imanes que atraerán a si mismos aquello que esté corrompido. Seducidos y seductores serán puestos aparte.
La fuerza de los verdaderos profetas vigorizará al pueblo de Dios y le infundirá coraje, hasta que el pueblo mismo resultará un pueblo profético, o sea, capaz de manifestar la vida de Dios y de conocer su querer. Los hijos de Dios se reunirán en
núcleos pequeños no para escuchar prédicas vacías, sino para poner en común los dones de Dios. Dejarán fluir libremente entre ellos la vida divina, vivirán una verdadera comunión fraterna. En cada núcleo se despertarán los dones específicos para la misión de cada uno y del núcleo entero. Cada uno conocerá lo que deba hacer y todos juntos llegarán a comprender aquellos que Dios desea. Será mi potencia la que hará esto, no vuestra habilidad. No os estoy hablando de un sueño hermoso, sino de una realidad que veréis concretarse entre vosotros a cambio que tengáis fe en mis palabras y que sepáis renunciar a vosotros mismos y a vuestras ambiciones.
Sed humildes y bien dispuestos para acoger la novedad de este tiempo, y ella os saldrá al encuentro, sin que os afanéis en perseguirla. Colocaos lo más rápido posible en camino a la nueva creación, acogiendo sin reservas a Jesucristo como Hijo de Dios y vuestro Salvador y uniéndoos a El. Si hacéis esto el Padre me enviará a vosotros en el nombre de Jesús y yo podré trabajar libremente en vosotros y a través de vosotros.
¡Estad atentos y vigilantes! Uníos a aquellos que desean progresar en el camino para resultar criaturas nuevas, formad pequeños núcleos, pequeñas células vivas del Cuerpo Místico de Cristo. No es importante que seáis muchos para formar un núcleo; es importante que estéis vivos. Podéis estar vivos sólo si amáis a Dios, si ponéis todo vuestro ser en las manos de Dios y si os amáis los unos a los otros en Dios. Entonces el vuestro será un núcleo rico de dones, rico de verdaderos profetas y maestros, de auténticos apóstoles, para este tiempo.
¡Sed fervientes en la plegaria! No os pido recitar muchas fórmulas, sino estar constantemente vueltos a Dios en cada cosa que hacéis. Que vuestro pensamiento se eleve a Dios en las actividades vuestras de cada día. Podéis rezar siempre y sin fatiga, si estáis concientes que Dios está a vuestro lado en todo momento, si creéis que os comprende. Si creéis esto ya estáis rezando.
Sed fuertes porque Dios os ha regalado su fuerza, y ella es capaz de derribar todo obstáculo. Sed concientes de la vida que está en vosotros, que es un regalo de Dios y aniquila la muerte. Entonces tendréis la misma fuerza de los profetas, de los santos, de los mártires, la fuerza de cuantos han servido a Dios a lo largo de los siglos y han dejado tras de sí el recuerdo y el perfume del amor a Dios.
Os bendigo y os cuido con inmenso amor, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”-
1- cfr. Mt, 7 13-14