HACEOS UN TESORO EN EL CIELO (Lc 12,33)

Queridos lectores: aún una vez más el Espíritu Santo nos alienta a abandonarnos totalmente a la acción  de Dios para vivir una vida feliz, a pesar de las pruebas de la vida.

Nos habla del regalo de la Eucaristía y de la Providencia divina, subrayando el amor inmenso  que Dios  nutre por nosotros, hombres de la Tierra, tan frágiles frente a la corrupción  del mal que prospera aquí.

Me auguro que estas palabras nos ayuden  a ser siempre más concientes de los regalos recibidos, y de la responsabilidad que tenemos de responder con amor a tanto amor  que nos muestra el Padre. Con la esperanza de ser siempre más fuertes en la fe, en la esperanza y en el amor, os saludo y os bendigo en Cristo

                                                                                               Stefania Caterina

MENSAJE DEL ESPIRITU SANTO    del 30 de julio de 2012

 

 

“Os bendigo hijos queridísimos y os agradezco por cada paso  que dais hacia Dios. Yo escudriño todo en  vosotros, veo vuestros deseos y vuestra fatiga, por eso os aliento para que sigáis adelante, a pesar de los tiempos difíciles como son  aquellos en que vivís.

Os he hablado extensamente  sobre vuestra vida, sobre cómo se inicia y lo que lleva en  sí misma. La vida de cada uno de vosotros es un milagro de Dios.  El universo se llena de estupor por cada vida que florece. La creación entera goza cuando nace un hijo de Dios. y sin embargo para la mayoría de vosotros la vida es fatigosa, sembrada de pruebas y dolores. ¿Por qué os sucede esto? ¿Es posible, en cambio, que la vida sea alegría, una verdadera satisfacción  y felicidad?  Deseo ayudaros a responder a estas preguntas.

Antes que nada debéis comprender que la vida en la Tierra es objetivamente más difícil  que en otro lado, porque aquí la humanidad se ha alejado del verdadero Dios,  a causa del  pecado original cometido por los progenitores, pero no sólo por eso; vuestra humanidad continúa rechazando las múltiples invitaciones de Dios  a  la conversión y le vuelve continuamente la espalda.  El mismo Jesucristo, Hijo de Dios,  venido a la Tierra como Salvador, no fue recibido por la mayor parte de vosotros y es desconocido por muchos. Los santos y los profetas mandados repetidamente por Dios a la Tierra para llamaros  a la santidad de la vida, han sido por lo general perseguidos, incomprendidos, burlados y también asesinados. A todo esto se añade la fuerte presencia de Satanás, que ha elegido la humanidad de la Tierra como su morada predilecta, porque ella es infiel y rebelde por naturaleza, pronta a vendérsele por un poco de dinero y de poder.

Los hijos de Dios que desean vivir fieles a su Señor, sufren mucho sobre la Tierra.

Siguen las huella de su Salvador, Jesucristo, que ha encontrado hostilidad y  odio. Por esto Dios Padre  ama tiernamente a sus hijos de la Tierra y sale a su encuentro con gracias especiales, para colocarlos en condiciones de  mantener en alto su nombre en medio de una generación tan perversa.

Primero de todo, el Padre os ha regalado  y os regala continuamente a su Hijo Jesús. Esta es la gracia más grande. Jesús está presente entre vosotros, en modo especial, en la Eucaristía, y continúa renovando incesantemente su sacrificio sobre los altares de la Tierra. Este es un regalo especial a vuestra humanidad, que os permite superar la distancia que os separa de Dios, que sería insoportable  para vosotros que creéis. Cada uno de vosotros tiene necesidad  de sentir a Dios cerca de sí, tiene necesidad de un contacto vivo con El. La cercanía con Dios se volvió imposible por el pecado original, que ha producido una gran fractura entre vuestra humanidad y Dios. En el plan original de Dios, en cambio, el hombre habría gozado  del la presencia viva del Creador tal como le sucede a las almas que están  en el paraíso, las cuales perciben la presencia de Dios y la gozan.  En la Biblia está escrito que Adán y Eva, en el jardín del Edén “…oyeron los pasos del Señor Dios que paseaba en el jardín…”(1)  Esta no es simplemente una imagen simbólica, sino que encierra una realidad  que habría debido subsistir y que ha venido a menos,  por causa de la rebelión de parte de la humanidad.

Las humanidades fieles que no han  cometido el pecado original continúan percibiendo la  presencia de Dios y se relacionan habitualmente con Jesucristo.  En efecto: luego de haber  cumplido su misión sobre la Tierra, después de su muerte y su resurrección, Jesús visita habitualmente los planetas fieles, donde es acogido, amado y venerado.  De tal modo, las  humanidades fieles entran en contacto vivo con Dios, por medio de Jesús; y gracias a esta cercanía con Dios, progresan enormemente en todos los aspectos de su vida.

Para vosotros no es así.  Jesús ha venido sobre la Tierra una sola vez y volverá a vosotros, glorioso al final de los tiempos:  la dureza de vuestro  corazón lo rechaza.

Por esto es fundamental para vosotros la presencia eucarística de Jesús.  Si no existiese la Eucaristía vuestra humanidad habría quedado inexorablemente separada del Creador y vosotros no  podríais, de ningún modo percibir su presencia. La Eucaristía, entonces, colma la distancia entre vosotros y Dios; y también la distancia entre vosotros y vuestros hermanos esparcidos  en el universo, especialmente aquellos de las humanidades fieles. Estos últimos, reconocen y veneran la Eucaristía y entran en comunión con vosotros cada vez que sobre la Tierra es celebrado dignamente el Sacrificio Eucarístico. Por eso es fundamental vuestra participación viva en el  Sacrificio de Cristo, mediante la entrega de vuestra vida a El, a través del Corazón Inmaculado de María.

 

Para estar unidos al Sacrificio de Cristo no basta con participar en la santa Misa como en un simple rito con el que se debe cumplir por estar obligados por preceptos religiosos. Si falta la entrega  de vuestra vida a Dios y la sincera adhesión a sus leyes, si no está en vosotros la decisión de pertenecer completamente a Dios, por medio de Jesús, y si falta vuestra disponibilidad a morir y a resucitar con Cristo,

 

 

 

 Yo   os digo que vuestros ritos son inútiles;  os digo,  incluso,  que son una ofensa a Dios. Me dirijo a vosotros, fieles, que participáis distraídamente, pero también a vosotros, sacerdotes ministros,  que a menudo celebráis Misas que no  son dignas de este nombre. ¡Arrepentíos y corregíos1

Por el contrario, cuando os entregáis completamente  Dios, eligiendo hacer su voluntad por encima de todo y de todos, vuestra participación  en la celebración eucarística  resulta activa, y vuestro ser se une plenamente a Jesús mediante la eucaristía que recibís. De esta forma también resulta poderosa mi acción en vosotros, porque Yo actúo en plena unión  y sintonía con el Hijo y ambos actuamos según el querer del Padre. Así os transformáis poco a poco hasta llegar a ser vosotros mismos Eucaristía viviente. Es Dios  quien os transforma, no  podéis hacerlo vosotros, porque El desea que seáis vosotros mismos un sacramente viviente, o sea,  un instrumente de salvación en sus manos, que trabaja a favor de la creación entera.  Todo esto no puede suceder sin vuestra donación total y sincera a Dios.

Recordad que Dios desea hacer de vosotros su templo santo. Este no es un templo hecho por las manos del hombre, en el que no se celebran ritos religiosos. Es el templo santo de vuestro espíritu, en el cual Jesús, Sumo Sacerdote eleva al Padre el verdadero, santo e inmaculado Sacrificio, el de vuestra vida; no puede hacerlo si no se lo permitís.

En el final de los tiempos, cuando la humanidad de  todo el universo  entrará en la creación nueva, Dios vivirá en medio de su pueblo y será anulada toda distancia  entre Dios y el hombre. Hasta entonces debéis  caminar en la fe, unidos a Jesucristo con la ayuda extraordinaria que Dios os da  a través de la presencia eucarística de su Hijo Jesús en medio vuestro.

Os pregunto entonces: ¿estáis concientes del regalo que habéis recibido con la Eucaristía? ¿Estáis concientes cuando participáis en vuestras celebraciones? Os pregunto a vosotros, sacerdotes: ¿estáis concientes de lo que hacéis en aquel momento?

El Padre os regala también otra gracia muy importante: su Providencia.  La Providencia no es un concepto abstracto, sino una acción de Dios, poderosa e incesante, mediante la cual Dios  no le deja faltar nada a quien lo ama. Ella es un regalo estupendo de Dios, fruto de su bondad y de su sabiduría infinita. Se lo puede comprender sólo con la fe. En efecto, si os fiáis de Dios, el actúa: pero debéis dejarlo libre para actuar, concediéndole todo el espacio dentro de vosotros, dejándole a El toda decisión. De  hecho, esto no significa   ser pasivos o fatalistas; significa fiarse de Alguien que todo lo sabe y que todo lo puede, porque es Omnipotente.

No sois vosotros los que debéis resolver las cosas sino Dios; a vosotros os corresponde colaborar con la acción de Dios con vuestra fe y docilidad,  con vuestro amor y vuestra plegaria.  Solamente cuando estéis seguros que Dios puede resolver cada situación y no dudéis, comenzaréis a ver  que se resuelven las situaciones. La razón por la que no veis los milagros  en vuestra vida, está en el hecho de que no creéis en la omnipotencia de Dios. Y porque no os fiáis de Dios comenzáis a hacerlo todo por vuestra cuenta, recurrís  al saber humano, a los medios humanos y os encontráis en enredos peores que los anteriores.

Os he dicho que la providencia no es un concepto abstracto,  porque esa es una ley cósmica y como tal, opera  en cada punto del universo. Jesús ha dicho:”buscad primero el reino de Dios y haced su voluntad: todo lo otro Dios os lo dará  de más”. (2)

Al pronunciar estas palabras, Jesús no ha querido expresar  una hermosa frase para consolaros: ha proclamado una ley eterna e infalible. Esta ley os dice que se estáis dispuestos a ocuparos del reino de Dios, Dios se ocupará de vosotros. Lo hará siempre en los tiempos y los modos oportunos, según su sabiduría y el conocimiento absoluto que tiene de cada uno de vosotros. La humanidad de la Tierra no ha creído nunca en esta ley. Hasta los cristianos  dudan de estas palabras y prefieren asegurarse el porvenir según las leyes de los hombres, que se apoyan siempre en el poder del dinero. Las humanidades fieles creen y ponen en práctica esta ley; por eso no usan ningún tipo de dinero y no carecen de nada.

Sobre la Tierra, los hijos de Dios no pueden escapar del poder del dinero y de la lógica del provecho y la ganancia que está en la base de todas vuestras relaciones. Dios lo sabe bien  y no os condena por el uso del dinero en sí, porque debéis vivir una vida normal. Pero os pide  no colocar vuestra seguridad  en el dinero y las ganancias y creer  en su Providencia. Dios sabe cuáles son vuestras necesidades y está en condiciones perfectamente de ayudaros. Por eso, aun cuando trabajáis para ganar lo que os hace falta, colocad a Dios en el primer plano. ¿Qué significa esto? Quiere decir ofrecerle a El vuestro trabajo, vuestra fatiga de todos los días, con el espíritu dirigido a su reino y no a la ganancia. Entonces  Dios os saldrá al encuentro con su Providencia y multiplicará los frutos de vuestra fatiga, os bendecirá y os llenará de paz, de alegría y de esperanza. Después os dará el pan  de cada día y vosotros no careceréis de nada. El os dará siempre aquello que os haga falta en la medida justa para vosotros; ni mucho, ni poco; lo justo, porque El es justo.

¡Abandonad vuestros deseos de bienes materiales y buscad en Dios  vuestra alegría!  Estad seguros de que vuestra vida no depende de lo que tenéis sino de lo que viene de la mano de Dios. Esta es la verdadera pobreza evangélica, la actitud justa que abre las puertas a la acción de la divina Providencia.

Unidos a Dios y seguros de su ayuda en cada momento comenzaréis  gustar de la verdadera vida y os haréis un  tesoro en los cielos. Sí, queridos, todo aquello que hacéis por Dios, cada acto de confianza en El, cada renuncia vuestra a la lógica del dinero y de la ganancia  se vuelca en las grandes arcas de Dios. Estas no están colmadas de oro y de plata sino de los frutos de vuestra santidad. A  Dios no se le escapa nada,  y todo aquello que hacéis por El os será restituido con sus intereses. Más contribuís a llenar las arcas de Dios, tanto más ellas se abrirán y derramarán sobre vosotros sus riquezas. Dios es leal con vosotros.

Vuestro tesoro en los cielos es inviolable, nadie lo puede tocar porque el os pertenece sólo a vosotros.  No debéis ni siquiera afanaros por aumentar este tesoro. Os bastará con vivir con simplicidad y amor delante de Dios, fieles a El y a sus leyes, y veréis aumentar vuestro tesoro.

Cuando os sintáis en paz, y al seguro en los brazos de Dios, amados, perdonados, comprendidos, aliviados también en el dolor, entonces sabréis con seguridad que Dios ha abierto para vosotros sus arcas que están siempre desbordantes, sabréis que vuestro tesoro existe verdaderamente en los cielos y que ningún ladrón podrá nunca robarlo.

Os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

 

(1)   cfr. Gn . 3,8

(2)   cfr. Mt. 6,33

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