Queridos lectores:
En el mensaje que os propongo, la Santísima Virgen María habla de la potencia de la cruz. Afronta, también, temas importantes que se refieren a los tiempos que nos esperan y nos llama a una seria decisión por Dios. Sus palabras son fuertes, como las de una madre que desea el bien para sus hijos y que conoce los peligros que ellos corren.
Creo que estas palabras nos deben hacer reflexionar sobre nuestro modo de vivir y de testimoniar a Cristo en estos tiempos difíciles pero también grandiosos, en los que el Señor está trabajando para liberar a sus hijos de la corrupción del mundo.
Os saludo y os bendigo en Cristo. Dios os de paz.
MENSAJE DE LA SANTISIMA VIRGEN MARIA del 14 setiembre de 2012-
Conmemoración de la Exaltación de la Santa Cruz
“Queridos hijos, os bendigo en este día importante en el que veneráis la cruz de mi Hijo. Hoy no celebráis sólo el recuerdo de su suplicio sino el memorial de la potencia que brota de la cruz. Olvidáis a menudo la potencia de la cruz, que es grande, muy grande.
Sobre la cruz, Jesús me ha confiado a Juan y lo confió a Juan, a mí. En aquel momento mi maternidad se expandió en toda su potencia. La maternidad era un don puesto en mí desde mi concepción, pero la cruz, la muerte y la resurrección de mi Hijo lo volvieron plenamente activo; lo mismo aconteció en Juan y en tantos otros en el correr de los siglos. Todas las gracias que el Señor os ha regalado en el momento de la concepción y en el bautismo no serían nunca activas dentro de vosotros sin la fuerza que mana de la cruz de Jesús. La cruz es mucho más que un símbolo que recuerda el sacrificio de mi Hijo: de ella emana la potencia de Dios, vuelta operante por el sacrificio de Jesús. Por eso se coloca la cruz sobre los altares: ella testimonia la potencia operante en el sacramento en virtud del sacrificio de mi Hijo. Para los cristianos la cruz o es signo de muerte, pues ella actúa en vista de la resurrección.
Os invito, hoy, a renovar vuestra fidelidad a mi Hijo que opera en vosotros a través de la potencia de la cruz. Cada uno de vosotros está llamado a llevar su propia cruz; pero no para ser aplastado por ella sino para ser colmado de la potencia que brota de ella y os lleva directamente a la resurrección, siempre que llevéis la cruz con amor a mi Hijo.
Ofreced sobre el altar todos los dones que habéis recibido de Dios para que la potencia de la cruz los renueve y los refuerce en vista de los tiempos especiales que os esperan; tiempos ricos de gracias, pero también de batallas y de sufrimientos a través de los que tendréis que pasar para vencer. Al deciros esto no pretendo asustaros; no tenéis nada que temer porque Dios os dará siempre la fuerza para cumplir con lo que se os pide.
Como verdadera Madre deseo advertiros que os esperan tiempos difíciles; una madre no esconde nunca a sus hijos el peligro, aún cuando este pudiera turbarlo. Haced de modo que la potencia de la cruz os acompañe siempre, manteneos unidos a la cruz de Jesús, porque sin ella vuestros dones no podrán manifestarse y operar en las situaciones que os esperan. Sin la fuerza de la cruz no se puede liberar la potencia de la resurrección.
En los tiempos que vendrán será inevitable el enfrentamiento con el espíritu del mundo: antes o después esto sucederá. Si no sucediera no sería un claro signo de contradicción; recordaos que sois un signo de contradicción para el mundo, así como lo fue Jesús; por eso el mundo os considerará muy fastidiosos. Seréis un signo de contradicción siempre más evidente y siempre más grande. En efecto, Dios está actuando en el corazón de los hombres de buena voluntad para formarse un pueblo nuevo, fiel a él hasta lo último; este pueblo será un gran signo de contradicción. El enfrentamiento entre el pueblo nuevo y el viejo, aferrado a sus propios intereses, será inevitable. También en la Iglesia se darán grandes contrastes entre quienes estarán abiertos a la novedad de los tiempos con quienes con los estarán. Es justo que suceda así, porque sólo así Dios podrá renovar su Iglesia. La Iglesia no puede ser una asociación de personas unidas entre sí por fines religiosos, inmutables a lo largo de los siglos. La Iglesia es un pueblo vivo que el Espíritu Santo guía y plasma incesantemente, en el que las personas están unidas entre ellas por el amor de Cristo para testimoniar al mundo ese mismo amor para gloria del Padre.
Tiempos nuevos se preparan para la humanidad y caminos nuevos para el pueblo de Dios. La novedad de Dios no es nunca una revolución violenta: es un proceso de renovación y de transformación que nace de cada hombre de buena voluntad y se transmite a los demás hombres hasta renovar la multitud. Es una levadura que hace fermentar la masa, como se los ha explicado Jesús. Así ha sucedido en la venida de Jesús: pocos hombres, inflamados del amor divino han dado testimonio de sus enseñanzas y muchos han creído. Dios transforma sin destruir, porque quiere recuperar todo el bien que hay en cada uno de vosotros. También en la Iglesia hay mucho bien que no se perderá; sin embargo mi Hijo desea que su Iglesia manifieste en plenitud la vida de la Trinidad, la única vida que os puede salvar. Por eso su mano pasará sobre la Iglesia y restablecerá todo lo que está desviado; enderezará los caminos tortuosos, se manifestará a su pueblo como único Señor.
Muchas veces mi Señor me ha enviado a vosotros para ayudaros a entender su voluntad, para consolaros en vuestro caminar sobre la Tierra, un camino espinoso que conozco bien.
He aparecido en muchos lugares de la Tierra y os llamado incesantemente al bien, a la vida con Dios, al arrepentimiento. Frecuentemente os he curado de vuestras enfermedades. Como una verdadera Madre me he inclinado sobre vosotros, pero no he venido sólo para consolaros: he venido para instruiros en las cosas de Dios, para indicaros un camino; pero pocos de vosotros lo han comprendido. A menudo os habéis limitado a pedirme una gracia sin acoger aquello que quería deciros. Como niños testarudos habéis continuado sobre vuestro camino de siempre sin cambiaros a vosotros mismos, contentándoos con una caricia mía sin nunca echaros a mis brazos. Habéis llenado mis santuarios, aquellos que vosotros mismos construisteis, para llevarme vuestras penas sin nunca tomar lo que verdaderamente habría querido daros: la Vida de Dios que he llevado en mi seno y que llevo en mi Corazón: Jesús
Hijitos, no deseo reprocharos sino ayudaros a comprender. Todavía una vez más os invito a ofrecer vuestra vida a mi Hijo a través de mi Corazón de Madre. Poneos vosotros mismos y todas las cosas que poseéis en las manos de Dios, dejaos transformar por El. Renovad vuestros pensamientos, vuestras plegarias, vuestras aspiraciones. Elevaos a Dios y dejad aparte las cosas de la Tierra. Aún cuando poseáis muchas cosas una sola es la que cuenta: el amor a Dios; lo encontraréis cuando encontréis a Jesús en vuestro corazón.
Tratad de crecer como hombres y como creyentes. Tened con Dios una relación de calidad: no basta con recitar apresuradamente una plegaria o participar apresuradamente en algún rito. Si queréis formar parte de la creación nueva deberéis dejaros renovar completamente por el Espíritu Santo, y ser concientes de vuestra tarea de cristianos. ¿Cómo podéis hacer esto? Poniéndoos en camino seriamente sobre las huellas de Jesús. ¡Tantas veces y en tantos lugares diferentes, a lo largo de los siglos os he repetido la invitación de seguir a mi Hijo y a vivir según sus enseñanzas! Os he indicado cómo hacerlo usando siempre las mismas palabras, para que se imprimiesen en vuestras almas. Son las palabras que os repito también ahora: ofrecimiento de vosotros mismos a Dios, abandono a su voluntad, plegaria, penitencia, renuncia al propio egoísmo, conversión; sobre todo, el amor a Dios por encima de todo y de todos. Son palabras importantes que Dios me ha mandado deciros
Pero quedarán vacías si no os decidís a morir a vosotros mismos para renacer como criaturas nuevas.
Os reclamo una vez más a decidiros por Dios. Hijitos, no tenéis mucho tiempo para hacerlo porque Dios esta apretando los tiempos y si ahora permanecéis pasivos os encontraréis después en grandes dificultades, porque la mano de mi Hijo pasará velozmente y cambiarán muchas cosas. ¡por eso apresuraos a buscar al Señor; este es un momento de gracias especiales para cuantos quieran buscar a Dios!
Hijos míos tan queridos, yo estaré siempre con vosotros y rogaré por vosotros. Os digo, sin embargo, que se está por acabar el tiempo de mis apariciones sobre la Tierra. En los tiempos que vendrán podréis sentirme vuestro lado, en espíritu, sólo si estáis unidos a Dios. Mis apariciones han sido una gracia extraordinaria,
Concedida gratuitamente a toda la humanidad, para que se convirtiese. No ha sido así: la gran parte de la humanidad no ha creído en mis apariciones; se ha burlado y ha hostigado a quienes han creído. La Iglesia misma lo ha hecho objeto de discusiones y de negaciones sin fin y sin sentido. Aún mi presencia entre vosotros ha resultado un signo de contradicción, hasta en la Iglesia.
Ahora, el tiempo de las gracias concedidas gratuitamente está por acabarse, y Dios me envía a decíroslo. El Señor, Dios del universo, no permitirá más a aquellos que no creen ultrajar a sus hijos e impedirles el camino hacia El. Todos estáis llamados a una elección definitiva: con Dios o contra Dios; en el medio no puede quedar más nada.
Para aquellos que creen y caminan con fidelidad delante de Dios se abrirán en cambio, dimensiones nuevas: las gracias rechazadas por el mundo y también por muchos cristianos serán regaladas a los verdaderos hijos de Dios, aquellos en los que no hay falsedad. Se acabó el tiempo de la hipocresía. Se acabó el tiempo de las excusas ante la verdad. Los que son sinceros recibirán de Dios fuerza e inteligencia para comprender en su espíritu los signos de los tiempos y para colaborar con los instrumentos extraordinarios de Dios que están todos en acción en este tiempo.
Todos aquellos que en estos años se han consagrado a mi Corazón con amor y sinceridad, que han caminado conmigo, que sufrido y orado, me sentirán muy cerca, porque estaré junto a ellos. Mi presencia será percibida por las almas buenas y simples con la misma intensidad con que hoy la perciben en mis santuarios.
Como os he dicho, mis apariciones sobre la Tierra cesarán; sin embargo el Señor, en su gran misericordia, me ha concedido lo que le pedí: que en mis santuarios continúen operando gracias especiales. He pedido por vosotros esta gracia, para no dejar faltos de ayuda, sobre todo, a quienes entre vosotros, apenas que se han decidido por Dios y no están todavía en condiciones de sentirme en el espíritu. Si son sinceros y fieles, recibirán fuerza y sostén en mis santuarios. Sabed, sin embargo, que las gracias no serán más concedidas a aquellos que visitan mis santuarios sin fe, por pura curiosidad, por turismo o para obtener algo y después olvidarse de las gracias recibidas. Sabed, también, que mis santuarios no serán más “mercados religiosos”: deberán ser lugares de gracia y de silencio, donde el pueblo hará memoria de mi venida entre vosotros, y me honrará como Madre y Reina. Se acabó el tiempo de las astucias humanas y de las promesas no cumplidas. No se juega más con el Señor: quien promete seguirlo y serle fiel, deberá serlo en serio; esto vale para todos, desde el más grande al más chico en el pueblo de Dios.
Queridos hijos, ¡que no os parezca duro este lenguaje mío! Si os hablo así es porque os amo inmensamente y deseo que podáis un día entrar en la creación nueva. Os hice un reclamo a la seriedad de estos tiempos pero no deseo que os turbéis. Todo está en las manos de Dios y quien se confía a El no tendrá nunca nada que temer.
Estad sin embargo preparados a ser signos de contradicción para el mundo, porque esto os dará la posibilidad de ser verdaderos testimonios de Cristo.
Lo que os he dicho sucederá en los tiempos y en los modos previstos por Dios y que sólo El conoce; mucho dependerá de la decisión de los hombres, de lo que sucederá dentro de las almas. Por eso os invito de nuevo a decir SI a Dios dejando de lado preocupaciones y temores. Tened fe y Dios realizará en vosotros, a través de vosotros y en el universo entero cuanto tiene previsto para el bien de sus hijos. Quien rechace a Dios no podrá tener parte en su vida; os lo digo con dolor pero este es el tiempo en que Dios está evaluando a la humanidad. Después de tanta Misericordia de parte de Dios, comienza ahora el tiempo de su Justicia; ella es tan necesaria como la Misericordia para salvar a la humanidad de la corrupción de Lucifer. Pero no temáis: la Justicia de Dios va siempre del brazo con su Misericordia; si así no lo fuese ¿quién de vosotros podría estar delante del rostro de Dios?
He iniciado estas palabras hablándoos de la potencia de la Cruz. Ahora, más que nunca, esta potencia será viva y operante en el pueblo de Dios y mantendrá a distancia al enemigo. Os lo digo como vuestra Madre: tened fe y amad a Dios, el resto dejádselo El y El cumplirá perfectamente su obra. No hay más tiempo para afanarse por las cosas que pasan; es tiempo de empeñarse por el reino de Dios con gran responsabilidad. Estoy muy cerca vuestro y os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.