Queridos lectores: este mensaje de San Agustín, que se nos comunicó a través de Stefania Caterina, se inserta en el programa anunciado por San Miguel arcángel en el mensaje del 17 de marzo de 2013 con estas palabras: “Hoy comienza para todos vosotros un gran camino de renovación espiritual…” San Agustín subraya: “ Dios quiso que fuese yo quien comenzara con vosotros el camino de santificación previsto en este tiempo para el pueblo de Dios. Otros hablarán después de mí…los grandes testigos de Dios sobre la Tierra y en el universo”. ¿Qué quiere decir?
Dios Trino y Uno actúa siempre cada vez más en medio de vosotros. Su vida, que es santidad se manifestará más hasta el final cuando el Hijo aparezca en su gloria (Ap. 1, 7-8) Con el El se manifestarán sus santos (Z c. 14, 5), toda la santidad de todos los tiempos: ¡la Vida triunfará en la nueva creación!
Deseamos queridos lectores que no se queden en simples lectores sino que resultéis instrumentos de santidad, de la manifestación de la Vida. Disponeos para recibir todo lo que Dios desea comunicaros, ya sea individualmente, ya sea en los núcleos, a través de todos los santos, de todos los justos, a través de la comunión universal en el Espíritu Santo. Nosotros os acompañaremos buscando dentro de nuestros límites, transmitiros la santidad de Dios con nuestra vida, en la esperanza de poderos ayudar a ser santos. Os bendecimos con amor.
Stefania Caterina y Tomislav Vlasic
Mensaje de San Agustín, obispo y doctor de la Iglesia, del 3 de abril de 2013-
“Hermanos y Hermanas queridas: Dios quiso que fuese yo quien comenzara con vosotros el camino de santificación previsto en este tiempo para el pueblo de Dios. Otros os hablarán después de mí; será un diálogo profundo entre Dios y su pueblo, la iglesia, a través de diversos instrumentos que han sido y son los grandes testimonios de Dios sobre la Tierra y en el universo.
Dios desea que os hable de la santidad que es principio y medio de santificación para cada uno de vosotros y para la Iglesia entera. ¿Qué significa santificación? Significa que cada no de vosotros y todos juntos estáis destinados a ser glorificados en Dios y por Dios, o sea, a resplandecer en la gloria del Creador. El es Padre y por esto desea compartir con todos sus hijos, sin excluir a nadie, su gloria y su potencia. Desea, además, que el pueblo entero que le pertenece sea un pueblo glorioso, capaz de testimoniar su grandeza.
No se puede llegar a la santificación de cada uno y del pueblo entero sin la santidad. Ella no está lejos de vuestra existencia sino que forma parte de ella desde el principio. Efectivamente: el hombre conoce la santidad de Dios desde el momento de su concepción; en ese preciso momento se encuentra frente al Creador y está llamado a elegir entre Dios, sumo Bien, y Lucifer, principio del mal. Esto quiere decir que cada hombre experimenta la existencia de Dios y del Demonio, con certeza absoluta desde su concepción; desde entonces Dios lo asiste con su gracia para ayudarlo a elegir. Si elige a Dios, el hombre elige la santidad, porque Dios es Santo, y quien acoge a Dios en su vida acoge también su santidad. El hombre es libre de elegir y así permanece desde el primer momento hasta la eternidad. Sobre este punto no me detengo más porque habéis recibido muchas explicaciones en estos años.
Dios ha creado al hombre para que sea un hijo suyo, porque lo ha destinado a la santidad, lo llamó a la santidad desde su concepción. ¿Cómo podría aquel que es Santo, querer para sus propios hijos algo distinto a la santidad? Son las elecciones equivocadas del hombre las que lo corrompen porque Dios llama a cada uno a la santidad y el germen de la vida divina está en el espíritu humano. Por eso el espíritu del hombre conserva el recuerdo de Dios desde el momento de la concepción.
La vida terrena con sus pruebas, las luchas, las tentaciones y la presencia opresiva del mal pueden borrar aquel recuerdo inicial, pero no pueden apagarlo del todo. El permanece como un gemido profundo, casi siempre inexpresable en lo íntimo de cada hombre, aún cuando rechaza a Dios.
Cada hombre puede percibir en sí mismo la vida de Dios en la forma más conforme con su originalidad; tiende hacia esa vida, la busca como una planta busca la luz de la cual tiene necesidad para vivir. El hombre anhela incesantemente a Dios, aun cuando racionalmente ignora su existencia, porque el conocimiento de Dios no es un conocimiento raciona. El Espíritu Santo actúa en la profundidad del espíritu humano y lo orienta hacia lo que está por encima del hombre; lo eleva a Dios porque él mismo es Dios y se os comunica a sí mismo, uniéndoos al Padre y al Hijo como él mismo está unido a ellos.
La santidad es el fundamento de la santificación. Es una semilla plantada en vosotros por el Creador. Cuando el hombre acoge a Dios en su vida y lo ama la semilla se abre y despunta el germen de la santidad que crece hasta ser un árbol, el árbol de vuestra vida. El produce hojas y frutos que son las virtudes y las obras. Pasan las estaciones y vuestro árbol si está bien cuidado produce siempre frutos abundantes hasta que el Señor decide trasplantarlo a otro jardín, el de la eternidad. También aquí continúa fructificando hasta el momento en que sucederá la nueva creación donde cada árbol será puesto en su lugar para siempre. En la nueva creación se realizará la glorificación definitiva de cada hijo de Dios y de todo su pueblo; ni siquiera la gloria del paraíso es definitiva: los santos esperan la resurrección al fin de los tiempos, preludio de la creación nueva del reino eterno de nuestro Dios. Entonces la santidad de cada uno y de todos logrará su glorioso cumplimiento: hombres y criaturas serán santificados, esto es glorificados.
La santidad es entonces el medio para acceder a la nueva creación. Es aquello que necesitáis para caminar en este tiempo, en el que Dios espera que cada uno de vosotros y toda la Iglesia lleguen a la verdadera santidad. Jesucristo, primogénito de la nueva creación y cabeza de la Iglesia se santificó a si mismo mediante su Sacrificio, abriendo el camino a la santificación de todo el pueblo. Por esto, no debéis temer: Jesús os ha dado su Cuerpo y su Sangre como alimento, par a que el deseo de Dios que está en todos vosotros no quede solo en deseo sino que resulte una realidad concreta y visible en la santidad de cada uno y de la Iglesia entera.
Desearía que comprendieseis que las virtudes y las obras buenas de los cristianos son fruto de la santidad y no al revés. Prestad atención a este punto: el hombre puede hacer muchas obras buenas sin ser santo; puede tener comportamientos virtuosos que sin embargo no son virtud. El mundo está lleno de acciones humanitarias que no derivan de la santidad sino de la compasión humana, de la emoción de los sentimientos. Hasta aquellos que sirven a Satanás a menudo enmascaran su verdadera actividad detrás de obras aparentemente buenas. Para vosotros no debe ser así: todo lo que sois y todo lo que hacéis deben ser fruto del amor a Dios, de la sincera entrega a Él por medio de Jesucristo y del amor desinteresado a los demás.
No tengáis ninguna ambición. Sabed que existe una ambición sutil y peligrosa: la de ser santos para ser admirados por los hombres. Ella os aleja de la verdadera santidad, está falta de amor y hace vano todo mérito, como dice San Pablo ( I Cor. 13)
¿Quién es entonces verdaderamente santo y qué es la santidad? Santo es aquel que vive para la gloria de Dios Padre “por Cristo, con Cristo y en Cristo”, guiado por el Espíritu Santo. Quien vive así entra en la vida de la Santísima Trinidad, que un fluir incesante de amor entre las Tres Personas Divinas. Quien vive para Dios no puede vivir para sí mismo sino que busca la comunión con los hermanos y ama a los demás con el mismo amor con que es amado.
Para los cristianos la unión mística con Cristo es la llave que permite acceder a la verdadera santidad. Sólo Jesús nos revela al Padre y nos entrega a El; en el nombre de Jesús recibís al Espíritu Santo (Jn 14, 26) Por eso es preciso que la creación entera sea recapitulada en Cristo: todo debe ser reconducido al Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo. Sin recapitulación en Cristo no puede haber ni santidad ni santificación, mientras que Dios desea santificar la creación entera. Por eso la creación deberá necesariamente ser recapitulada en Cristo, y tal recapitulación es un proceso ya en desarrollo.
De todo esto podéis comprender qué es la santidad: la adhesión profunda del hombre a Dios Trino y Uno y a sus leyes, por medio de Jesucristo, en el Espíritu Santo. Es la relación del hombre con Dios, hecha de amor, respeto, libertad y gratuidad. La santidad se expresa en múltiples formas, tanto en cada uno como en la Iglesia.:
- La santidad es verdadera pobreza (Mt 5,3) El santo se vacía del propio yo para dar lugar a Dios. La verdadera pobreza es el despojo del propio egoísmo. En el despojo del hombre se manifiesta la santidad de Dios, que no tiene nada que ver con la grandeza humana. El despojo de los bienes materiales es secundario: ¿de qué sirve ser materialmente pobres si se es rico de sí mismo, de la arrogancia de las propias ideas?
- La santidad es verdadera sabiduría y verdadero conocimiento, porque aquel que vive con Cristo en Dios recibe el pensamiento de Cristo, del cual está escrito:”en el están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia”(Col.2,3) La verdadera ciencia consiste en conocer a Dios y es sabio aquel que busca a Dios. Si estáis unidos a Cristo estáis envueltos en el Espíritu Santo y no tenéis necesidad de estudiar a Dios para conocerlo porque El mismo se revela a vosotros en la profundidad de vuestro espíritu.
- La santidad es potencia divina que se manifiesta en el hombre plenamente unido a Dios. Ella supera la debilidad humana. Incluso se complace en habitar en aquel que reconoce sus propios límites y permanece humilde frente a Dios.( 2 Cor. 12, 9 ) El verdadero cristiano es aquel que le permite a Jesús vivir y actuar en él, y la verdadera comunidad cristiana es la fundada sobre la presencia viva de Jesús en cada miembro y en la comunidad misma. La presencia de Jesús vivo es la verdadera potencia del cristiano y de la Iglesia, delante de cual Satanás huye. (Fil 1, 12,26)
- La santidad es la comunión verdadera por os lleva a amar a todos, aún a los enemigos. En efecto, os libera del egoísmo del cual proviene el miedo a los demás. Quien vive la santidad no teme a los enemigos y sabe tender la mano también al adversario ; no teme perder nada porque posee el Todo que es Dios. De esta forma puede ir al encuentro de todos, buenos y malos, sin miedo. (Mt. 5 , 43,48)
- Finalmente, la santidad es pureza verdadera, porque quien vive en Dios evita lo que es impuro, no por obligación sino por elección natural: no se puede vivir en compañía de Dios y al mismo tiempo servir al demonio; por vosotros mismos entendéis que una cosa excluye a la otra. Por eso, el camino de la santidad es el camino de la purificación que os lleva, paso a paso a elegir el bien y rechazar el mal. Os vuelve límpidos, auténticos, honestos. (Mt. 6 , 22-24)
¡Queridos hermanos y hermanas, poned todo el empeño en haceros santos! La santidad está al alcance de todos. Dios sólo os pide desear la santidad y colocaros a su disposición con generosidad. Si hacéis esto, Dios comienza a trabajar en vosotros y os transforma: transforma vuestro pensamiento y vuestra vida que se hace santa. Recordad sin embargo, que la santidad no es obra humana sino divina, no deriva de vuestros esfuerzos humanos, aunque se precisa vuestra colaboración personal y la buena voluntad.
Dios os llama incesantemente y de muchas formas para despertar su recuerdo en vuestro espíritu y espera que le respondáis. Si decís un sí fuerte y sincero, el Espíritu Santo, el Santificador que os lleva a la perfección comienza su obra. Os conduce a la santidad, también a través de las pruebas; estas son necesarias para fortalecer vuestra decisión. Os pone a prueba pero os regala sus dones. Poco a poco os colma de sus frutos: amor, alegría, paz, ternura, paciencia, humildad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí mismo. (Gal.5, 22) ¡Poneos pues, a la escucha de Dios que os llama y dejad que se despierte en vosotros su vida!
Tomad ejemplo de la vida de los santos que os precedieron y llegaron a la gloria, pero no tratéis de ser iguales a ellos. Cada santo tiene su propia originalidad así como cada uno de vosotros tiene la suya. No seáis una copia torpe de algún otro sino sed vosotros mismos, tal como sois delante de Dios. Entregaos a él para que él haga resplandecer vuestra originalidad en el pueblo de Dios. ¡Cada uno de vosotros es inimitable e irrepetible!
¡No hagáis de un santo un ídolo! A menudo los santos son invocados más que Dios y muchos piensan que los milagros los hacen los santos. No hermanos, el santo es sólo un instrumento a través del cual fluye la santidad de Dios. Es una chispa pero no es el fuego: es un faro pero no es la Luz; es un rayo pero no es el Sol. Sólo Dios es el Santo, todos nosotros somos sus hijos, sus criaturas, podemos reflejar su imagen pero sólo Dios es Dios.
Hoy la Iglesia está llamada da redescubrir la santidad como su principal misión, de la cual derivan todas sus obras. Si la Iglesia no manifiesta la santidad de Dios Trino y Uno no es más la Iglesia fundada por Jesús; se reduce a una organización benéfica fundada sobre las ideas y los esfuerzos de los hombres.La Iglesia que es el pueblo de Dios apoya sus cimientos en la santidad de su Señor y está llamada a hacer visible el rostro de Cristo en cada hombre.
La Iglesia tiene necesidad de María Santísima que es la Madre de la Iglesia y de la santidad de San José. Ellos velaron sobre la casa de Nazaret como ahora velan sobre la Iglesia, que es la casa de Dios en medio de los hombres. Es indispensable y es justo unirse místicamente a sus Corazones, los corazones más cercanos al Corazón de Jesús.
La santidad de la Iglesia es el único signo de esperanza para la Tierra y trazo el camino a la nueva creación. Cuando los hombres de buena voluntad van a llamar a las puertas de la Iglesia, esta debería responder enseñándoles a todos el camino de la fe, de la esperanza y del amor; de esto tiene necesidad vuestra humanidad. La casa de Dios que es la Iglesia no tiene necesidad de poseer oro ni plata ( Hechos,3.6) porque posee ya el tesoro más grande del universo: la santidad. Esta que le corresponde como está escrito:”la santidad le corresponde a tu Casa por toda la duración de los días, Señor”(salmo 92,5). ¡Empeñaos hermanos en hacer cada vez más rica la casa de Dios! No os faltará la ayuda.
Os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.