Reflexiones y oraciones
A cargo de Tomislav Vlašić
¿Oraciones o la oración?
7ª Parte
Os saludo a todos, hermanos y hermanas oyentes que participáis en la oración. Continuamos ahora nuestras reflexiones y nuestras oraciones unidos a Cristo. El tema que desarrollamos hoy es: ¿Oraciones o la oración? ¿Como hacemos nuestras oraciones, las recitamos o nuestra vida es una oración? Comenzamos con la oración: En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Oh Señor Jesús, enséñanos a orar o más bien llévanos a tu corazón, porque participemos en tu oración, que estemos en el mismo Espíritu, tu Espíritu que te une al Padre. Atráenos porque te hemos ofrecido nuestra vida y la hemos ofrecido a María Santísima y con San José por la paz en el mundo, a la humanidad. Nos has llamado a este camino para ser recapitulados y recapitularlo todo en ti. Enséñanos los pasos a seguir, ilumínanos el camino, danos la comprensión de los signos y de toda la actividad de Dios que podamos acoger las gracias y vivirla en la gracia. Ilumina ante nosotros la misión por la que vivimos, con el fin de que nuestras oraciones pueden ser dirigidas a este propósito: la unión mística contigo, para que podamos entrar en las leyes puras del Espíritu Santo. Amen.
Como todos sabemos, el Papa Francisco ha invitado hoy a todos a orar y ayunar, no sólo a los cristianos, sino también a las personas de otras religiones, incluyendo a los laicos, y como hemos escuchado a través de los medios comunicación, incluso los laicos han respondido que deseaban ayunar. En esta oración universal a la que nos reúne el Santo Padre, se unen diferentes voces, diferentes maneras de orar, diferentes recitaciones. Nosotros, los cristianos tenemos muchas oraciones inspiradas que encontramos en la Sagrada Escritura que rezamos, tenemos la oración que nos ha transmitido la Iglesia, como la oración enseñada a los discípulos. Tenemos las oraciones aportadas a lo largo de la historia de la Iglesia, a María Santísima, los santos, de forma particular el rosario, la meditación, etc. Quiero, al empezar, remarcar el aspecto de que hay un espíritu que une a todos los que oran o ayunan, sean laicos, sean cristianos o personas de otras religiones: un espíritu que desea la paz. Nosotros, los cristianos estamos llamados a dar aquella calidad de oración que Jesucristo nos ha dado. Así que deseo que en esta reflexión, en esta oración, avancemos en el camino que Jesucristo nos ha indicado y que hagamos nuestro servicio en torno al Papa para implorar la paz, y por supuesto invitar a todos vosotros a aportar aquello que para este camino es fundamental: ofrecer nuestra vida por la paz.
No me detengo en esta reflexión sobre la oración, simplemente pongo este tema en un paréntesis. Yo, hoy, quiero desarrollar el concepto de LA ORACIÓN en mayúscula, con todas las letras mayúsculas, la oración por excelencia, LA ORACIÓN. ¿Como es ésta oración? Ésta oración es una relación viva que abarca todas nuestras facultades, todo nuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, nuestra expresividad hacia Dios, hacia nosotros mismos, hacia nuestro prójimo. La oración que desarrolla la identidad de cada uno de nosotros, la identidad del pueblo de Dios, que desarrolla la vida integra en la fe, en la esperanza y en la caridad, tanto a nivel individual, como a nivel colectivo como lo fue en Pentecostés. Entonces, LA ORACIÓN en mayúscula es nuestra relación total, integra, inmersa en el Espíritu Santo, unido a la oración de nuestro Señor Jesucristo y sacerdote delante de Dios Padre. Entonces, la identidad de la oración de los cristianos es la siguiente: inserirse en la vida del Dios Uno y Trino como vibra la vida en la Santísima Trinidad entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Así podrá vibrar en nosotros, naturalmente en el camino, en el recorrido para llegar a aquella plenitud que está en Dios, pero siempre desarrollo de aquella semilla que Dios ha puesto en nosotros, despertada en nosotros por el poder del Espíritu Santo a través de Jesucristo. Y esto nos lleva, al Pentecostés. Cuando hablamos de nuestra unión con la oración de Jesucristo, esto no puede quedarse en algo abstracto. En la ultima reflexión hablamos de la participación en el memorial de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. El desarrollo de nuestra oración cristiana pasa por el camino por donde ha pasado Jesús, sufriente, victorioso. Por lo tanto, en la verdadera vida de la Eucaristía, en la verdadera participación en la Eucaristía, nosotros participamos de este camino. Y si nos fijamos en la Eucaristía, en su dinamismo, involucra a todos los niveles, a todos los aspectos de nuestra vida y nos lleva, con Jesucristo, a elevarnos. La verdadera oración en cada alma viviente debe desarrollar la Eucaristía viviente, así que el cristiano participa en una Eucaristía continua porque está unido a Cristo místicamente. Con sus lágrimas, con sus gemidos, con el gozo y con su sacerdocio real que lleva a Cristo en todas las situaciones del mundo, como todos nosotros ahora queremos presentar la situación de Siria, que no es solo la situación de Síria sino la situación de toda la tierra y de todo el universo, porque todo lo que nos oprime, amenaza, esté en las manos de Cristo, que se ofrece al Padre, interceda, y nosotros intercedamos en él.
No puede ser una oración fuera de la Eucaristía, fuera del camino de Jesucristo, de todos los acontecimientos que Cristo vivió, porque él tomó sobre sí nuestra naturaleza; y nuestra naturaleza así como es, con él debe levantarse victoriosa. Es la oración la que aumenta nuestra relación íntima y profunda con Dios, cambia toda nuestra vida para transformarla en la vida nueva, la vida de la nueva criatura. Nos unimos no sólo con Jesucristo, nos unimos particularmente con María Inmaculada, nuestra Madre. Y esta unión con María Santísima no es una elección libre, es indispensable y esencial porque es nuestra Madre, Madre inmaculada, Madre que se encuentra en la Santísima Trinidad, en la gloria de Dios. Nadie como ella ha participado en la vida de Jesús y nadie como ella está cerca de Dios ahora. Ser Madre no es un título de honor, es la Madre que nos engendra en Dios que sostiene a los hijos. Del mismo modo, en sus mensajes, tenemos que ver a su lado a San José. San José no puede ser reducido a las obras de caridad. «Falta el arroz y pongo una cazuela delante de la figura de San José». Hay ejemplos como este. Debemos y podemos ser libres ante Dios, ante los santos, pero hay una relación mayor con San José. La Iglesia llama a San José, Guardián de la Iglesia, no es el custodio de edificios o palacios. Es el guardián de la vida de Dios en cada uno de nosotros, en toda la Iglesia junto con María. tampoco esta no es una opción de libre elección. Como sabéis la Iglesia celebra cada día un santo, y celebramos muchos santos locales en las iglesias locales, ¿por qué? Por qué es un momento excepcional, donde todo el cielo celebra aquel santo y donde Dios derrama a través de aquel santo gracias especiales sobre nosotros. Hay espíritus puros, ángeles, que contemplan el rostro de Dios y nos transmiten aquella vida porque en ellos las vibraciones de la vida son potentes. Hemos explicado que en el universo hay hermanos y hermanas fieles a Dios, que viven muy, muy unidos a Cristo. En todo el universo hay justos, pero al mismo tiempo hay también personas de buena voluntad que buscan la salvación y por sí solos no pueden alcanzarla. Por lo tanto, todo esto nos inmerge en una comunión universal que no puede ser de libre elección. La riqueza universal, quien la reduce a poco, se empobrece a sí mismo, empobrece a los demás. De modo que, en Jesucristo, en el Espíritu Santo, nuestra oración debe recorrer siempre este camino de comunión universal, empezando por nosotros mismos, con nuestro prójimo. Aquí está el crecimiento, aquí está el camino que hemos indicado, que toda la humanidad deba entrar a través del pasaje Pascual en el Pentecostés cósmico.
¿Qué tiene que ver esto con la oración de hoy? Tiene mucho que ver. Si vivimos unidos a los Espíritus puros en la Santísima Trinidad, se derrama mucho sobre los hombres de buena voluntad. Es el Espíritu Santo quien comunica esto. Jesús dijo: «Vosotros sois la sal de la tierra, pero si la sal se vuelve insípida, con que se hará salada otra vez?» (Mt 5,13). Si participamos en el espíritu del mundo y dejamos que el espíritu del mundo nos envuelva, somos mundanos e insípidos, sin sabor. Si nos elevamos en el Espíritu Santo, aunque no nos conozcamos físicamente, estemos muy lejos el uno del otro, el poder del Espíritu Santo se propaga. Como si nos fijamos en la noche cuando no hay luz, entonces empiezan a encenderse una luz aquí, otra allá, y poco a poco se encienden muchas luces y se ilumina la ciudad. Por lo tanto, este es nuestro trabajo y por eso invitamos a todos los que estáis escuchando a ofrecer la vida a Jesús a través de María Santísima y con San José, en comunión con todos los que están en el Espíritu Santo y los que tratan de llegar a los frutos del Espíritu Santo, y en esta ocasión en particular la paz.
¿Cómo podemos orar cuando hablamos de la ORACIÓN en mayúsculas? Lo que nos ha dicho Nuestra Señora en el último mensaje dado a través de Stefania: ser sencillos. Dejemos que Dios cambie nuestro pensamiento, nuestras reacciones, nuestros deseos, que nos relacionemos con simplicidad. En Medjugorje, la Virgen dijo una vez : «Muchas personas rezan, muy pocos entran en la oración». Muchos rezan las oraciones, pero entrar en la oración significa entrar en la vida de la Santísima Trinidad. Entrando en la vida de la Santísima Trinidad, la vida de la Santísima Trinidad, se derrama sobre nosotros y a través de nosotros. He aquí algunos puntos sencillos, para entrar en la oración:
En primer lugar, entrar en oración, apartar de nuestro interior todos los pensamientos, confiar a Dios todas nuestras preocupaciones, nuestros pecados, eliminar los resentimientos, presentar nuestras heridas, dolores, la culpabilización de nosotros mismos, de los demás, perdonar. Y luego, abandonarse totalmente a Dios, confiados, para encontrar la paz en nuestro interior y liberar el espíritu. Esto es un proceso, nadie puede reemplazarte, ningún sacerdote, ningún carismático, nadie. Cada uno debe realizar esto en su interior. Los demás sólo pueden indicarnos el camino.
Cuando vosotros realizáis este paso llegáis a estar tranquilos con Dios, libres en Dios, entonces podréis escuchar la palabra de Dios deseando que el Espíritu Santo os haga escuchar y comprender aquella palabra. La palabra del Evangelio no es una palabra técnica. En cada palabra está Dios, está el Hijo de Dios con todo el poder del Espíritu Santo enviado por el Padre. Esa palabra nos da la vida. Desde la apertura de nuestro corazón vamos a ser capaces de escuchar, de entender, de absorber por así decir aquella palabra, recibirla en nuestras vidas, porque nuestro espíritu es capaz de abrazarla, de acogerla, de hacerla nuestra, no sólo como palabra técnica, sino como la palabra llena del Espíritu Santo que actúa en la profundidad de nuestro ser. Nos despierta a todo lo que Jesús nos enseña, hace, y nos lleva a participar en la acción del sacerdote Jesucristo y nos eleva al Padre. Al oírla se genera automáticamente la alegría, la vida, la respuesta. No podemos pretender llegar a la respuesta definitiva que será al fin de los tiempos, en una plegaria. No nos ayudan las visiones, locuciones… poco, pero podemos conseguir que esa semilla dentro de nosotros, despertada por el Espíritu Santo empiece a crecer. Crezca y llegue a dar flores, alcance la madurez para dar frutos y la vida explote en la alegría, y la vida explote en la gratitud a Dios. Todo esto, en la oración, es impulsado por el amor puro. ¿Qué amor? Amar al amor, amar a Dios y aquello que está en Dios. Cuanto más desprendidos estemos de nuestras intenciones, aunque sean necesarias en la vida cotidiana, confiándolas a Dios, tanto más seremos recompensados. Jesús dice: «Buscad primero el Reino de Dios y todo lo demás os será dado» (Mt 6,33). Aquí debemos recorrer nuestra vida hasta amar al Amado, como un enamorado ama al otro enamorado y desea unirse a él. Así, en lo profundo de nuestro espíritu nace la oración que involucra a todas las facultades del alma y del cuerpo, nos eleva y nos transforma. Este es el motor de la oración, no las técnicas, o los métodos. Sin esta llama de nuestro interior que es la llama de la vida, el aliento de vida que estalla en nosotros y a nuestro alrededor, no se llega a la oración. Por lo tanto, nuestra oración, si sigue estos pasos para participar en la oración de Cristo que pasa a través de las vicisitudes de la Tierra, es siempre fiel al Padre en el Espíritu Santo, lo afronta todo, se eleva. Vivimos nuestra vida sacerdotal, nuestra elevación y portando las situaciones que nos afecten, como en este caso la guerra en Siria a Jesús, y Jesús ora ante el Padre. El Padre escucha al Hijo, pero escucha cuando queremos ser elevados, entrar en el Espíritu puro, así el poder del Espíritu Santo involucra a todos, creyentes, no creyentes, cristianos, no cristianos, que buscan los valores profundos, buscan a Dios que a veces no conocen. Por lo tanto, nuestra oración fructifica. La oración que no nos lleva a esta serenidad, a dar fruto, a la acción de gracias, al canto, a la alegría, no la alegría que vemos en los espectáculos, sino la alegría que inunda todo nuestro ser y se expresa con sencillez. Si falta este punto de llegada, es que no hemos seguido el camino de la verdadera oración.
Hemos experimentado cuando el Arcángel San Miguel, con los otros seis arcángeles y con los otros ángeles regresan de la batalla del infierno, él canta una oración contenida en el capítulo 15 del Apocalipsis. Lo proclamamos todos juntos:
Oh Señor, Dios Soberano del universo, tus obras son grandes y maravillosas.
Oh Rey de las naciones, Tus acciones son justas y verdaderas.
¿Quién no te mostrará respeto y obediencia, oh Señor,
quien puede negarse a alabar tu nombre?
Sólo tú eres santo.
Todas las naciones vendrán y todos los pueblos te adorarán
porque tus obras justas están ante los ojos de todos.
Esta oración canta San Miguel. Esta oración puede permanecer en nuestro interior, silenciosa, pero viva en nuestro interior. Y podemos custodiar esta oración en nuestro interior, creer en el Dios Todopoderoso, Soberano, bueno, experimentar esto. Si nuestra oración es esta relación con el Dios vivo como la carta a los Hebreos en el capítulo 12 presenta, entonces nuestra vida está viva, aquella vida de la Santísima Trinidad, se derrama en nosotros, sobre nosotros ya través de nosotros, y la misión del cristiano ha iniciado con el poder del Espíritu Santo.
Os invito, hermanos y hermanas, a uniros a esta oración no sólo hoy, en estos días que estamos sensibilizados de una manera especial para orar por la paz en el mundo, en Siria, pero continuando rezando así, encontrar el tiempo para esta camino. Y esta oración si participamos muchos sacudirá la tierra, sacudirá incluso el universo. Os doy las gracias.
Ahora oremos juntos, unidos a todo el universo, a todos los hombres, a todas las criaturas de buena voluntad:
Padre nuestro,
que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad
en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.
Amén
Dios Padre, fuente de la vida, fuente de la luz, fuente de la paz, fuente omnipotente que supera todo mal por medio de su Hijo Jesucristo, con el poder del Espíritu Santo, nos bendiga y bendiga en nosotros, y a través de nosotros a todos aquellos en los que pensamos, con los que estamos conectados no tanto en el nivel físico
sino también en el nivel del Espíritu Santo que comunica en todo el universo.
Descienda sobre nosotros, descienda sobre el pueblo de Siria, sobre los líderes de las naciones que deciden sobre la guerra o la paz. Desciende sobre los pequeños, los grandes, y que esta paz permanezca en todos nosotros.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amen.