“Convertíos, porque el reino de los cielos esta cerca” (Mt.3, 1-2)

Queridos lectores:

El mensaje que hoy os  propongo nos reclama una vez  más a la realidad de  nuestro tiempo y  a  nuestra responsabilidad frente a Dios y a  nuestros   hermanos. Para muchos de vosotros  no se trata de temas nuevos porque desde hace tiempo somos instruidos sobre la acción de Dios en este tiempo. San Juan Bautista  nos advierte  que el tiempo apremia  y que se acerca el reino de Dios. Por eso debemos estar preparados a los que el Señor tiene dispuesto para cada uno de  nosotros y para la  humanidad entera. Os auguro que comprendáis la urgencia y la importancia de nuestra sincera conversión y de  nuestra respuesta a Dios.

El Señor os dé  paz.

                                                                                     Stefania Caterina

MENSAJE DE S. JUAN BAUTISTA  del 12 de setiembre de 2013-

 

 

Muy queridos  hermanos y hermanas de la Tierra, os saludo. Os hablo hoy en nombre del Dios Altísimo para llamaros la atención sobre algunos aspectos fundamentales de este tiempo.

 

Como sabéis, fui el precursor de la venida de Jesucristo a la Tierra: le preparé el camino en el pueblo de Israel, pueblo elegido que esperaba la venida del Mesías, el Salvador.

Por eso llamé a los hijos de Israel a la conversión, porque solo así habrían podido comprender el evento grandioso que les  esperaba: el hijo  de Dios  debía hacerse hombre entre ellos para toda la humanidad existente en el universo. Sabéis lo que sucedió: Jesucristo nació, murió en la cruz, resucitó y ascendió a los cielos.

Jesús volverá todavía al final de los tiempos, glorioso y  potente, para juzgar a la humanidad y recoger los frutos de su viña, o sea del pueblo que se formó en todo el universo. Todos lo verán  y el género humano entero será llamado a la  presencia del Hijo del Hombre; cada hombre y toda la humanidad serán juzgados por Jesucristo. También los muertos resucitarán para el juicio. Quien sea encontrado digno entrará con Jesús en la nueva creación, quien no sea digno quedará bajo la Gran Barrera en compañía de Lucifer y sus demonios. Así será separado para siempre el Bien del  Mal, los hijos de la luz de los hijos de las tinieblas.

Entonces retornará el Señor en el esplendor de su gloria.  Os digo que el tiempo se acerca. Yo no soy el precursor de la venida gloriosa de Cristo, como lo fui para su venida a la Tierra. Esta tarea corresponde al glorioso arcángel San Miguel: el emprendió y venció la primera gran batalla contra Lucifer al  principio de  la creación. Le corresponde a él sostener  la última gran batalla contra Lucifer a la cabeza de los ángeles y del  pueblo de Dios.

San Miguel está en acción  potentemente en todo el universo, acompañado por tres instrumentos poderosos en este tiempo: los ángeles, el Núcleo central y hermanos del universo fieles a Dios. Está llamando a reunirse a los hijos de Dios desde todos los rincones del universo para que, lo más rápido posible todo sea recapitulado en Cristo. Al término de esta acción san Miguel  presentará el  pueblo a Jesús y renovará su plena sumisión a él; otro tanto harán los instrumentos extraordinarios .Acabará toda acción y todo será puesto en las manos de Cristo al cual le corresponderá el último y definitivo juicio. Al pueblo  considerado digno lo conducirá a la nueva creación y se someterá junto al  pueblo, al Padre en el Espíritu Santo. Será el comienzo de una creación completamente nueva, el reino de Dios tan esperado.”Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre” (Mt.13, 43)

 

El Señor me confía hoy estas palabras para vosotros, de la Tierra, para que estéis concientes del tiempo en el que os encontráis y de la responsabilidad que tenéis como hijos de Dios. Me dirijo primero de todos a los cristianos y después a todos los hombres y las mujeres de buena voluntad. Os propongo algunos puntos sobre los cuales haréis bien en reflexionar  para tomar después vuestras decisiones. Sabéis que  Dios no os fuerza nunca. Os juzga capaces de elegir entre el bien y el mal porque os ha creado a su imagen y semejanza. Como Padre, sin embargo, o pone en guardia sobre los  peligros y os indica el camino  maestro que conduce al bien y a la felicidad. Sus  mandamientos no son constricciones sino  indicaciones seguras para una vida sana y digna. Sin embargo sois  libres de aceptar o no. Del mismo modo estas palabras que os dirijo en nombre de Dios no son órdenes sino  afligidos concejos; no son siquiera juicios de condena sino  exhortaciones fraternas para vuestra felicidad. He aquí entonces los puntos.

1-      la primera cosa que Dios os pide en este tiempo  es la conversión. La conversión n e s un hecho extraordinario y raro, reservado a los grandes santos sino que  contempla a cada hombre de buena voluntad y es el primer deber de los cristianos. Ella no  es otra cosa que un  proceso interior mediante el cual el  hombre se coloca delante de Dios sin hipocresía; se reconoce débil y pecador y  se arrepiente del mal cometido. Después pide la intervención del Señor para que su vida cambie. Al pedir esto acepta que Dios lo transforme hasta volverlo una criatura nueva. Así el hombre se entrega a sí  mismo a Dios para encontrarse a sí  mismo  en Dios. De esto habla el apóstol san Pablo: “ No os conforméis con la mentalidad de este mundo, sino  dejaos transformar por Dios con un cambio completo de vuestra mente. Así seréis capaces de comprender cuál  es la voluntad de Dios, vale decir, aquello que es bueno, que le es agradable,  perfecto”.(Rom  12, 2)

Sin conversión  no hay transformación  y tampoco comprensión. En efecto, el hombre sólo puede comprender las cosas de Dios  sólo si está vuelto hacia Dios y no hacia sí  mismo o hacia  cualquier otro ídolo, de lo cuales está lleno vuestro mundo: poder, dinero, carrera, etc. Si  queréis comprender la acción de Dios en este tiempo y  si queréis participar debéis necesariamente cambiar vuestra vida: es preciso  que salgáis de la mentalidad corrupta y  destructiva que domina la Tierra y que os decidáis a vivir como hijos de Dios que rechazan toda hipocresía,  todo engaño,  toda avidez, todo apego insano y todo desorden afectivo ¿Estáis dispuestos a hacerlo?  Si vuestra respuesta es negativa podéis dejar de leer los demás puntos porque este  mensaje no os servirá de nada. Si en cambio vuestra respuesta es afirmativa os esperan otros pasos.

 

Sin conversión no hay tampoco una fe sólida. La conversión es el primer paso de la fe: el hombre intuye la existencia de Dios y se coloca frente a él. Capta la  presencia divina en sí  mismo y a su alrededor y se decide a creer, a confiarse en Dios.  Todo  esto es obra del Espíritu Santo que despierta el espíritu del hombre y lo orienta a Jesús. Jesús se hace presente en el espíritu del hombre y espera que el hombre se decida a recibirlo: “Escuchad, Yo estoy a la puerta y llamo. Si alguien me escucha y me abre  Yo entraré y cenaremos juntos, Yo con él y él conmigo.”(Apok. 3,20). El hombre debe aceptar la presencia operante de Dios en el mismo, de otra forma su fe es débil y se reduce a una serie de costumbres religiosas que no inciden sobre su existencia.

Os encontráis en tiempos especiales en los cuales se despliega la potencia de Dios que está operante en el universo; pero se despierta también la ira de Lucifer  que  siente acercarse el tiempo del juicio y del cara a cara final con Jesucristo. Ahora más que nunca precisáis un íntimo y profundo conocimiento de Dios, mediante el que podréis distinguir lo que está bien de lo que está mal. Si  no os  convertís, o sea si no permitís que el Espíritu Santo actúe en vosotros y os transforme no sobréis orientaros y dependeréis siempre del juicio de los demás. ¡Por eso convertíos y  permitid que Dios os transforme!

2-  El segundo paso es tan importante como el primero: se os ha   pedido  ofrecer vuestra vida a Dios. Este es el primer fruto de la conversión sincera. Sin la entrega a Dios vosotros no podéis progresar en el camino de la salvación. ¡Dejad de refugiaros en la religiosidad, ilusionándoos  de haberlo comprendido todo y de estar salvados en virtud de vuestras buenas prácticas religiosas; estas sirven también, pero por sí solas no  bastan si no os ofrecéis a Dios. ¿Qué quiere decir ofrecerse a Dios? Quiere decir dejarle las manos libres en vuestra vida, para que enderece y corrija todo aquello que no funciona en vosotros. Significa abrirle las puertas de vuestra alma y aceptar vivir con él, y ver las cosas como él las ve y no como las veis vosotros.  Significa dejar morir vuestro egoísmo. Todo  esto está bien resumido en las palabras del Señor:” Si alguno quiere venir tras de mí niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame”.(Lc.9, 23) Jesús se ha ofrecido a sí mismo al Padre por todos vosotros; también vosotros debéis ofreceros a Jesús para que os volváis instrumentos de salvación en su sus manos. ¿Estáis dispuestos a hacerlo?

Ofrecerse a si mismo no significa necesariamente morir de modo cruento o de enfermedad; significa sólo ponerse a disposición para aquello que el Señor quiera, sin hipocresía, sin compromisos, sin excusas. Dios os custodiará de todo mal y si debéis sufrir a causa de la dureza   de la vida sobre la Tierra, tendréis la ayuda y el consuelo de Dios y superaréis toda prueba.

Sobre la Tierra os  ha sido dado un medio sublime para ofrecer la vida a Dios: uniéndoos a Jesús  en el sacrificio de la santa Misa; en aquel momento  si sois sinceros y lo deseáis sois elevados al Padre juntamente con Jesús y renováis vuestra alianza con Dios por medio de Jesucristo. De este modo, por medio de Jesús vosotros participáis plenamente en la vida de la Santísima Trinidad y sois interiormente reforzados  y renovados. El ofrecimiento  de la vida a Dios es la  más grande plegaria que el hombre puede elevar a Dios. Recordad las palabras de san Pablo:  “os exhorto hermanos a ofreceros vosotros mismos a Dios como sacrificio viviente, dedicado a El y a El agradable. Este es el verdadero culto que le debéis”(Rom.12, 1)

 

Dios os hizo también un gran regalo: María  Santísima, nuestra Madre y Madre de todos los hombres del universo, y san José.Confiaos a ellos para ser conducidos a Jesús y no os equivocaréis. La consagración a María Santísima y a san José es un medio formidable para acceder a la vida de Dios. ¡No os privéis de semejante ayuda!

3-El tercer paso es la integridad. Convertirse y creer en Dios significa decidirse a vivir íntegros delante de Dios. El hombre íntegro no se rebaja a componendas con la Verdad, y la Verdad es Jesucristo. Tomad pues el Evangelio y confrontad vuestra conducta con cuanto el Señor os ha indicado. Si observáis que alguna cosa en vosotros no está en línea  con las enseñanzas de Jesús convertid vuestra conducta y reparad  vuestros errores, pidiéndole a Dios la luz y la fuerza de hacerlo y permitiéndole actuar en vosotros para transformaros.  Como veis la conversión  es una disposición constante  del creyente, porque cada día se os  pide modificar algo en vosotros  y colocarse humildemente delante de Dios. De esta forma se abre delante de vosotros una etapa siempre nueva  del camino; así Dios os transforma día a día, de momento a momento, porque estáis dispuestos a la conversión continua.

 

El hombre íntegro no deja espacio para la hipocresía, porque ama a Dos que es Verdad. Rechazad la hipocresía y comportaos como quienes saben que están constantemente bajo la mirada de Dios. El hipócrita ofende la mirada de Dios y se engaña a sí mismo. Cuando externamente asumís una actitud correcta pero que no se corresponde con la actitud interna sois hipócritas; pensáis una cosa y hacéis otra. La hipocresía es un pecado grave a los ojos de Dios y es sin embargo muy frecuente entre los cristianos, los cuales quieren mostrarse justos delante de los hombres pero no se cuidan de aparecer justos a los ojos de Dios. Se muestran obedientes al Evangelio pero en sus corazones alimentan  sentimientos de odio, de celos, de rivalidades que los corrompen. Así, predican la justicia y cometen injusticias, cumplen grandes obras de caridad pero no  soportan al propio vecino y no  perdonan las ofensas sufridas; citan las Sagradas Escrituras pero viven  de modo opuesto a lo que está escrito.

Los hipócritas son un gusano que corroe desde adentro al pueblo cristiano. No olvidéis que Jesús ha condenado con fuerza la hipocresía  de los fariseos.

El hombre íntegro no anda en pillerías y no se fía del conocimiento humano. ¡Liberaos de la astucia y de la falsa ciencia!  Ambas se derivan de la falta de fe en Dios que os lleva a confiar solo en vuestros medios, en vuestras capacidades y  del conocimiento que os llega de afuera. Prestad atención, porque así os dejáis  envolver por el espíritu del mundo  que vive de astucia, de engaño y de una ciencia superficial que no nace del deseo de la verdad sino de la curiosidad y del deseo de dominar. Mirad cómo el mundo celebra a los hombres astutos, embebidos de arrogancia y de falsa ciencia, los considera ejemplos virtuosos y así se precipita en el vórtice de Lucifer que domina la Tierra mediante los pillos y los arrogantes que ignoran y desprecian la ley de Dios. Sed aquello que sois delante de Dios, no busquéis mejoraros por vosotros mismos, no  podéis. Dejaos en cambio transformar por Dios.¡Os lo digo una vez más: convertíos!

 

4- El cuarto paso es la comunión con los hermanos. Quien quiere pertenecer a Cristo no puede prescindir de amar a su prójimo: Jesús ama al Padre y a cada hombre como su hermano; el cristiano debe, entonces, amar a Dios y amar a cada hombre como a su hermano. Jesús ha dicho a sus apóstoles: “Yo os doy un mandamiento nuevo: amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Por esto sabrán todos  que sois mis discípulos: si os amáis lo unos a los otros” (Jn 13, 34-35)

 

A lo largo de los siglos  los cristianos han cometido graves faltas con relación al mandamiento del amor. Esto ha debilitado su testimonio frente al mundo. Los cristianos no siempre han sido creíbles porque están divididos entre ellos, a menudo se odian y combaten entre sí y todavía están divididos. No me refiero solamente a las divisiones entre católicos, ortodoxos y protestantes porque estas son el  fruto  de una división más profunda y sutil: aquella entre hermano y  hermano. Os traigo el ejemplo de los católicos: están divididos entre ellos en una misma parroquia, en un mismo  grupo de oración y hasta  en un mismo convento. No sucede algo mejor en las iglesias ortodoxas y protestantes. Esta falta de caridad y de paz no les permite a los cristianos presentarse como un cuerpo único y poderoso frente al espíritu del mundo. Por esto los cristianos no son plenamente eficaces en su testimonio y no  logran parar el odio y las guerras: porque el odio y las guerras las llevan en su seno. ¿Con qué voz pueden entonces hablarle al mundo?

Quien  quiere entrar en la nueva creación debe vivir en comunión: en la nueva creación no entrará un conjunto de individuos sino un pueblo unido por el vínculo del amor fraterno. Por eso os llamo a la comunión fraterna que es condición esencial para ser recapitulados en Cristo, para ser parte del pueblo nuevo que se está formando en el universo y sobre la Tierra. Removed de  vuestra intimidad todo sentimiento de rencor, todo  juicio de condena, toda maledicencia en relación  con vuestro  prójimo. Sed benévolos y misericordiosos con todos,  perdonad  y dejar en las manos de Dios las ofensas y las heridas del  alma. Dad vuelta la página y estad prontos a recomenzar el diálogo fraterno. No permitáis a Satanás sembrar cizaña entre vosotros y los hermanos.

¿Os parece difícil esto? Lo es si pensáis  hacerlo  solos. Pero vosotros no estáis solos  porque Dios actúa en vosotros: cuando decidís amar, perdonar, socorrer a los hermanos  es Jesús mismo quien ama en vosotros,  quien perdona, quien socorre.

Vosotros  participáis en su acción sanadora  poniendo a  su disposición  vuestro ser, como el apóstol san Pedro ponía a  disposición  su barca  desde la que Jesús hablaba a la multitud. Vosotros sois como la barca de Pedro: os alejáis de la tierra,  o sea de la mentalidad del mundo para dejar libre a Jesús hablar a vuestro prójimo. Entonces comienzan los  milagros en vuestra vida: se sanan las relaciones y se cura el mundo a vuestro entorno. Ningún hombre, por más hábil y potente que sea, puede curar a la humanidad; sólo Jesucristo, Salvador y Redentor puede hacerlo. Jesús busca colaboradores  humildes y  sinceros para tocar con su amor la creación entera.¡Miraos dentro y apresuraos a reconciliaros y amar a vuestro prójimo; hacedlo antes que sea demasiado  tarde!

5-La comunión entre los hombres de la Tierra no es  suficiente. Ella debe abrazar a todos los hombres que viven sobre otros planetas  del universo.  Este es un punto muy delicado para vosotros de la Tierra,  sobre  todo para los cristianos, pero es una realidad  de la cual ninguno de vosotros podrá escapar. Dios ha  sido hasta ahora paciente  en mostraros  plenamente  este aspecto de su creación, aún habiéndoos dada  muchas señales. Esto es porque a los pueblos de la Tierra se les mantuvo oculta esta realidad, a causa del silencio culpable de las mentiras de los poderosos y de muchos de los jefes de las religiones,  comprendida también la cristiana.

Ahora  es el tiempo en el que la vida del universo  debe manifestarse plenamente a los hombres de la Tierra porque se trata de un diseño insustituíble del gran mosaico de la creación. ¿Qué se os ha pedido entonces? No ciertamente demostrar la existencia de la vida en  el universo o convencer a otros de esta realidad; de este se encargará el Señor que posee la sabiduría y los medios para hacerlo en el momento justo. Se os pide simplemente  no cerrar vuestro corazón y vuestra inteligencia a esta verdad, sino aceptarla como regalo  de Dios. Lo que no entendáis dejadlo  aparte y poneos en la actitud humilde de escucha, pidiendo a Dios la gracia de comprender. Es siempre la gracia divina la que os abre a la comprensión del misterio, no vuestra racionalidad, ni vuestra cultura o vuestras creencias, aun las religiosas. Hablamos de una realidad  cósmica que Dios desea revelar a partir del espíritu de cada uno: después vendrán los signos externos. Esto no puede suceder si los hombres rechazan la idea misma de que existen  otros hombres en el universo, otros hijos de Dios como vosotros.

La comunión  con los otros hermanos  del universo  es indispensable para vosotros: no entraréis solos en la nueva creación. Todo  el rebaño de Dios sobre la Tierra y en el universo deberá ser reunido en Cristo que es el Pastor de toda la humanidad, que ama a todos con el mismo amor, que ha salvado a todos con su sacrificio. ¿Porqué consideráis ser los únicos en el universo? ¿Quizá porque os consideráis los mejores?

¡Arrepentíos de vuestra soberbia! No sois los mejores y llegará el día en que os daréis cuenta. Pedid más bien al Señor que os haga amar a vuestros hermanos  donde se encuentren en el universo  y que estéis un día en condición de recibirlos como verdaderos hijos de Dios.

Os digo a vosotros. Cristianos, sobre todo a  los sacerdotes  y consagrados: que no os suceda comportaros como los sacerdotes de Israel que no aceptaban que Jesús fuese el Hijo de Dios, tanto que  lo consideraban un blasfemo. No lograban cambiar de ningún modo las propias convicciones  basadas sobre su interpretación de la ley y de la realidad de Dios. Ninguna convicción, por más enraizada que este en vosotros puede ser un criterio de discernimiento: las cosas de Dios   se  comprenden sólo con la luz del Espíritu Santo, que es preciso pedir con humildad. No os es lícito juzgar y condenar sobre la base de lo que vosotros  pensáis o sobre la base de vuestra doctrina. Si Dios no revela inmediatamente una realidad es porque tiene sus buenos motivos, pero no por esto se puede negar la existencia de tal realidad: en el momento justo Dios la revela,  cuando  sois capaces de soportar su  peso (Jn16, 12).

La Santísima Trinidad fue revelada solo con Jesucristo y no antes de entonces. El rechazo de esta realidad condenó a muerte a Jesucristo. ¿No habría sido  mejor pedir humildemente la ayuda de Dios antes que aferrarse a sus propias convicciones y poner en la cruz la Verdad?  ¿Queréis hacer vosotros lo mismo? ¿Cuántas veces todavía queréis crucificar la Verdad? Arrepentíos y humillaos delante de Dios. Solo así podréis  comprender y juzgar.

6- Estáis llamados también a entrar en comunión con  los  tres grandes instrumentos extraordinarios de este tiempo. Os repito cuáles son: los ángeles, el Núcleo Central, y los hermanos fieles a Dios. La comunión con ellos os permitirá caminar más rápido y más seguros. También en este caso se os  pide abriros a esta realidad  más allá de aquello que logréis entender. Rezad en  comunión con estos instrumentos y  confiaos en Dios. En el tiempo  justo también la acción de estos instrumentos será plenamente revelada; pero si ahora no lo aceptáis después podría ser tarde para vosotros y podríais no  comprender más. ¡Atención!  La paciencia de Dios es grande pero no está bien aprovecharse mucho.

En conclusión os repito las palabras claves de este tiempo,  que son para vosotros pasos obligados y vías  maestras para participar plenamente en la acción de Dios:

 

Conversión,

Entrega de vosotros mismos a Dios,

Consagración a María Santísima y a San José,

Integridad,

Comunión con la humanidad íntegra del universo,

Comunión con los instrumentos extraordinarios de Dios.

 

Os invito a no retardar vuestra decisión de pertenecer a Dios. No  esperéis ser perfectos  para creer, creed y seréis perfectos. La perfección  delante de Dios no es la que los hombres piensan: la perfección delante de Dios consiste en la  fe verdadera y en la humildad sincera

 

Os repito que el reino de Dios se acerca. Rezad mucho y estad vigilantes. El maligno acosa pero no puede nada con quien se ofrece a Dios .

Ruego por vosotros y os bendigo e el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

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