Mis queridos hijos:
Hoy deseo deciros que DIOS SALVA DEL PECADO Y DE LA MUERTE. El es el único que puede salvaros. Mi Hijo Jesucristo, segunda Persona de la Santísima Trinidad descendió entre vosotros y se encarnó sobre la Tierra para salvar hombres y criaturas de la corrupción de Lucifer, señor del pecado y de la muerte. Después del pecado original cometido por los progenitores el pecado y la muerte entraron en la creación obstruyendo el camino al verdadero Dios. Los hombres adoraban falsos dioses, que no eran otra cosa que demonios; así la humanidad de la Tierra se alejaba siempre, cada vez más, del Dios Trino y Uno. Por eso Dios Padre, que vela siempre sobre sus hijos mandó a Jesús para reabrir el camino hacia Dios y transformar la vida de los hombres. Muriendo y resucitando por vosotros, Jesús os dio la posibilidad de ser criaturas nuevas.
Hijos míos, ¡no os ilusionéis con encontrar la liberación del mal y del pecado por fuera de Jesús!
No es posible porque Jesús es verdadero Dios y verdadero Hombre y lo que El ha realizado es obra de Dios. Jesús no es un justo entre los demás, un profeta, un héroe o un soñador. Es Dios. Por su medio Dios entró en vuestra historia de hombres con todo su poder y os ha salvado. ¿Qué seguridad más grande que esta podéis tener? No escuchéis la voces de aquellos que os engañan mostrándoos un Jesús humano, fundador de una religión que se llama cristianismo. ¡No existe un “Dios cristiano” que se mezcla con los otros dioses! Existe un solo Dios, Trino y Uno; ese Dios que se ha hecho visible sobre la Tierra en mi Hijo Jesús. Frente a Él los falsos dioses desaparecen porque no tienen otra fuerza que la que le dan los hombres.
Hijitos, el mundo está lleno de falsos dioses y hay muchos que están listos para adorarlos. Tienen nombres y rostros diversos pero un mismo espíritu, el de Lucifer, que se esconde detrás de ellos para seducir a los hombres y llevarlos lejos del verdadero Dios. ¡Prestad atención, hijos! El demonio es astuto y fuerte y os tienta de todas las formas. Os induce a la rebelión contra el verdadero Dios, pone delante de vuestros ojos ídolos de todo tipo, os seduce con promesas falsas de riquezas fáciles y de poder. Os hace creer que vosotros mismos sois como Dios, capaces de vencer todos los obstáculos. ¡No, esto no es verdad!
Hijos míos: os invito a reconocer con humildad que sois solamente criaturas y que tenéis necesidad del amor y de la protección de Dios. Este es el primer paso para una auténtica conversión. Poned aparte el orgullo y dejaos salvar por Jesús. ¿Salvaros de qué cosa? Del pecado, que es violación de las leyes divinas y que os lleva a la muerte. La muerte no solo física que pone fin a la existencia terrenal. Hay una muerte más disimulada y sutil que muchos de vosotros experimentan cada día: la falta de paz, de alegría, que está unida al peso de las preocupaciones y al sentimiento de culpa. La verdadera muerte es la falta de la vida de Dios dentro de vosotros, que solo Jesús puede daros. La vida de Dios es una vida que surge continuamente y que no conoce impedimentos. Jesús ha vencido la muerte por vosotros, para regalaros una vida nueva con la que podéis enfrentar y vencer las tinieblas del mundo. Os lo repito: ¡Dejaos salvar por Jesús!
Reconocerse como simples criaturas no significa no valorarse. Muchos piensan que Dios quiera someteros a Él, negando o infravalorando vuestras capacidades. ¡Es un engaño! Al daros la vida, Dios os ha hecho el regalo del amor, de la inteligencia, de la fuerza. Os ha creado a su imagen y semejanza, y vuestro destino es el de ser hijos de Dios, colmados de gloria y de esplendor. Hijos míos no despreciéis los talentos que Dios os ha dado, sino ¡entregad vuestra vida a Jesús! Él la llenará de su Espíritu y os conducirá al Padre y seréis salvos, dignos, felices.
Hijos míos, la vida sobre la Tierra es breve; es sólo un soplo frente a la eternidad. Utilizad bien vuestro tiempo y haced de vuestra vida un espejo de la belleza y de la bondad de vuestro Señor. Él os ama y os amará siempre, más allá de todas vuestras debilidades. Y si os sucede que pecáis ¡no temáis! Id humildemente a Mi Hijo Jesús y decidle que le amáis aunque no os sintáis capaces de amarlo. Os acogerá, os perdonará, os salvará. Mediante la Eucaristía os nutrirá con su Cuerpo y con su Sangre seréis regenerados, listos para participar de una nueva vida. Y yo estaré con vosotros cada vez que busquéis a Jesús; os ayudaré siempre a encontrarlo e intercederé por vosotros.
Os acompaño en vuestro camino y os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.”