«Queridos hijos míos:
Hoy deseo deciros que DIOS SANTIFICA VUESTRA VIDA. El Espíritu Santo es el santificador que os guía en el camino de la santidad. El actúa en vuestro espíritu para comunicaros la santidad de Dios. Ella es una semilla colocada en cada uno de vosotros porque estáis creados a imagen y semejanza de Dios fuente de toda santidad. Si decidís amar a Dios, entregaros a El y servirlo con amor la semilla de la santidad crecerá y se transformará en un árbol florido que regala alegría y descanso a todas las criaturas. Sí hijos míos, cada uno de vosotros puede y debe llegar a ser santos porque todos estáis llamados a resplandecer como verdaderos hijos de Dios, santos e inmaculados.
La santidad es un camino para todos y no un privilegio para pocos. Sin embargo muchos consideran a los santos individuos extraordinarios, favoritos de Dios, modelos inalcanzables en la vida de cada día. ¡No, no es así! La grandeza de los santos no está en sus capacidades excepcionales sino en la acción de Dios en ellos. Esta acción que a menudo es extraordinaria se vuelve posible por la disponibilidad de los santos a dejarse modelar por Dios, a dejar su propio egoísmo y colocarse a disposición del Espíritu Santo. Los más grandes santos han sido las personas más humildes y simples, que permitieron a la omnipotencia de Dios operar en ellos. Todo le es posible a Dios en una persona cuando esta es simple.
El Espíritu Santo os llama incesantemente al camino de la santidad hecho de simplicidad, humildad y abandono confiado a la acción divina. Sin embargo no son muchos los que responden porque los hombres prefieren sus falsas seguridades; temen tener que renunciar al propio bienestar para servir a Dios. ¡No penséis esto también vosotros! Dios no quiere quitaros nada, salvo aquello que os hace mal! ¡Cuántas cosas os hacen mal hijos míos y no os dais cuenta! Sabedlo también que la acción del Espíritu Santo es sanadora. El Espíritu Santo os conduce a Jesús que os cura con sus llagas y os entrega al Padre que os recibe y os regala una vida nueva.
La santidad es una vida nueva que nace del llamado de Dios y de vuestra respuesta. Si os decidís por la santidad la Santísima Trinidad os guía paso a paso hasta hacer de vosotros criaturas nuevas, capaces de pensar y actuar en armonía con las leyes de Dios que son las leyes de la vida. La santidad es también una vida plena, que no conoce la tristeza, a pesar de las pruebas de la vida. Dios no le quita las pruebas a sus santos; las permite precisamente para reforzarlos en la fe y hacerlos crecer en la santidad. Pero los santos salen siempre victoriosos porque en ellos actúa la fuerza de Jesús que resucitó de los muertos, y ellos resurgen con Él en cada prueba más fuertes que antes.
Hijitos, ¡daos cuenta que el mundo tiene necesidad de santos! Tiene necesidad de la respuesta de cada uno de vosotros, porque la humanidad no podrá cambiar si no cambian los corazones de los hombres. Os invito a una conversión verdadera. Dejad los pecados, las costumbres malas, los pensamientos malos y poned vuestras vidas en las manos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo para ser amados, sanados y guiados en el verdadero amor, que es solamente el de Dios.
Hijos queridos no os dejéis engañar por las promesas del enemigo que os ofrece una falsa felicidad a través de las cosas y de los reinos de este mundo. ¡Son ilusiones tontas! La verdadera felicidad es la santidad que os hace pertenecer a Dios, porque vuestro Creador no tiene otro deseo sino el de veros felices. Caminad con El, y si sufrís, sufrid con El. El sufrimiento no es amargo si es vivido con Dios, incluso está lleno de esperanza. Nada es pesado si Dios camina a vuestro lado. No olvidéis que estáis llamados a vencer el mal y a reinar para siempre con El en la creación nueva.
Yo os acompaño en el camino de la santidad y os sostengo en todas las pruebas. Os bendigo en el nombre de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.