Queridísimos hermanos y hermanas. ¡el Señor esté con vosotros!
Como ya os lo hemos escrito en este tiempo que se abre delante de nosotros os seguiremos y rezaremos por vosotros; os transmitiremos todo aquello que el Señor nos revela. Para tal fin os proponemos el mensaje de Jesús del 18 de mayo pasado que nos ha llegado a través de Stefania, al comienzo de nuestro encuentro que hemos desarrollado para la fiesta de Pentecostés. A este mensaje le seguirán otros dos: el del Espíritu Santo y de Dios Padre, respectivamente del 19 y del 20 de mayo, siempre en ocasión del citado encuentro.
A través de estos 3 mensajes la Santísima Trinidad se ha expresado y nos ha aclarado los contenidos de aquello que la Iglesia de Jesucristo del universo debe vivir y transmitir mediante la evangelización.
Ofrecidos a la Sma . Trinidad por vosotros os saludamos y os bendecimos
MENSAJE DE JESUS: “ ¡Pueblo mío, apacienta mis corderos!”
Queridísimos hijos,
Os abrazo a todos uno por uno y los bendigo.
Os habéis reunido en la vigilia de un gran evento esperado durante milenios por mi Madre, María Santísima y por todos los santos: la manifestación del Reino de Dios. El Reino de Dios se manifiesta a través de su pueblo o sea su Iglesia. En estos años habéis comprendido que sois un pueblo sacerdotal, real y profético. Todo esto debe manifestarse ahora.
Hoy los mando al mundo a recoger a mis ovejas perdidas. A ti pueblo mío le digo: “apacienta mis corderos”(1) Hay tantos corderos del rebaño de Dios dispersos sobre esta Tierra: almas pequeñas, delicadas, humildes y escondidas. Se esconden en las zarzas, en las grutas, en medio de las espinas del mundo. Estos corderos deben sentir la voz de mi Pueblo, así podrán dirigirse a la casa de Dios, su Iglesia.
Yo os mando pobres de medios humanos pero ricos de gracia. Os mando con la sonrisa de mi Madre en el rostro. Entonces los corderos dispersos saldrán de sus escondites y llenarán la casa de Dios. No os pido otra cosa que manifestar mi vida gozosa.
Hoy asumo todos vuestros sufrimientos sobre este altar, elevo a mi Padre vuestras lágrimas, las lágrimas de los justos que lavan la Tierra.
Os agradezco por el camino que habéis hecho y por el coraje que manifestáis.
No temáis nada porque nadie podrá arrebataros de mis manos.(2) Si no os comprenden o si os expulsan de sus sinagogas no temáis. Ninguno de vosotros está solo, ninguno está olvidado. Todos vosotros, donde quiera estéis, seréis mi Iglesia.
Una vez más os lo repito: ”¡Pueblo mío, apacienta mis corderos!”
Os bendigo con toda la potencia Trinitaria en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
- 21,16-19
- 10,28