MENSAJE DE LA MADRE DE LA HUMANIDAD A Stefania Caterina 13 de octubre de 2018

Queridos hijos míos:

Hoy deseo deciros que LA VIDA FLORECE EN LA PLENA IDENTIDAD DE LA PERSONA. De la plenitud de la identidad derivan la autonomía, el desarrollo humano y espiritual, la felicidad.

¿Qué es la identidad? Es la esencia de vuestro ser, aquello que sois. En la identidad se expresa vuestra originalidad, o sea el conjunto de pensamientos, de sentimientos, experiencias que hacen de vosotros un ser único  e irrepetible, no solo sobre esta Tierra sino en todo el universo.

La identidad comprende el ser y el actuar, dos aspectos estrechamente ligados entre sí. Cuando la persona alcanza su plena identidad, el ser y el actuar están equilibrados y armoniosos entre ellos y expresan aquello que la persona realmente es.

La identidad se delinea ya en el momento de la concepción por medio de la elección realizada en aquel instante y del cual ya os hablé. Si el hombre escoge amar y servir a su Creador adquiere la identidad de verdadero hijo de Dios, capaz de amar sin hipocresía y sin interés. En este caso la imagen y la semejanza  con Dios que son propias de cada ser humano y lo distinguen de las demás criaturas emerge con fuerza y claridad. En el transcurso de la vida la identidad de este hombre se refuerza con la fidelidad a Dios en las pruebas y en las experiencias vividas. Ni siquiera el pecado puede anular su identidad de hijo de Dios porque el Señor conoce bien su fragilidad y escruta la profundidad de su espíritu: Jesús dio la vida por él y puede levantarlo después de cada caída. Así el verdadero hijo de Dios,  día tras día crece, vive y actúa en sintonía con las leyes de la vida. Su identidad logra la  plenitud; resulta portadora de la vida y de la santidad de su Creador.

No sucede así  para quien rechaza a Dios en el momento de la concepción y elige a Lucifer. El espíritu de este hombre está invadido por tinieblas que le impiden  ver la verdad y lo colocan en contra de Dios y de sus leyes. De esta forma, a pesar de ser creado a imagen y semejanza  de Dios, no vive ni actúa como hijo de Dios. Las pruebas y experiencias de la vida no hacen más que acentuar la infidelidad; su identidad deviene indefinida y oscura. Este pobre hombre no es portador de vida sino de muerte. Su pecado lo aplasta y se encierra en el egoísmo, la culpa y la desesperación. Si supierais cuánto sufre mi Corazón por estos hijos. Sin embargo bastaría que se dirigieran a Jesús para ser salvados. Rezad conmigo, hijitos, para que estos corazones tan duros encuentren el camino  hacia Jesús Salvador.

El hombre que en el momento de la concepción no ha optado ni por Dios ni por Lucifer, enfrenta la vida en un estado de permanente incertidumbre y preocupación. Delante de las elecciones pequeñas o grandes, frente a cada prueba, revive la angustia de tener que decidir.

Como un pájaro encerrado en una habitación choca contra una pared y otra y no sabe cómo salir. Aun cuando se dirige a Dios lo hace sin convicción y si fe. La identidad de este hombre es indefinible y sus acciones son imprevisibles; pasa de grandes entusiasmos a quemantes desilusiones y no alcanza a lograr  nada. Deviene una persona ansiosa, miedosa e incapaz de una verdadera relación con el prójimo. Son muchos los que viven de esta manera sobre la Tierra. También por estos hijos mi Corazón está afligido. Rogad junto conmigo para liberar de tanto sufrimiento a estos hermanos vuestros frágiles y perdidos. No juzguéis a nadie, hijos, sino rogad por todos para que todos puedan ser salvados. El Corazón de Jesús es inmenso e inmensa su misericordia.

Por todo esto podéis entender cómo vuestro desarrollo humano y espiritual, vuestra autonomía en el pensar y en el actuar y vuestra misma felicidad no pueden prescindir de vuestra plena identidad. Si os parece que todavía no habéis logrado la plenitud, si os sentís frágiles y pecadores, cansados por los problemas y de tantos sufrimientos de la Tierra sabed que yo estoy junto a vosotros.

Estoy aquí para deciros que todo puede ser resuelto si dejáis todo en las manos  de Dios Omnipotente. Por eso os suplico, hijos míos: ofreceos vosotros mismos a Dios por medio de mi Corazón.  Solo así tendréis la oportunidad de comenzar una  vida nueva y llegar a ser criaturas nuevas. Decidid ahora cambiar vuestras vidas; no es demasiado tarde. El Señor os saldrá al encuentro y os tenderá sus manos y yo estaré con vosotros.

Os bendigo y os acompaño en todos los caminos de vuestra vida  en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

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