Como las semillas

24 de marzo 2021 – Vigilia de la Fiesta de la Anunciación

Mensaje de María Santísima – “Como las semillas”

Toda la Iglesia de Jesucristo del Universo está llamada hoy a una tarea verdaderamente grande, aquí sobre la Tierra como sobre los otros planetas: manifestar la victoria de mi Hijo sobre la muerte y sobre el infierno. De modo especial esto debe suceder sobre vuestro planeta, a través de vosotros que habléis decidido vivir según los programas que os han sido revelados en estos años. Son programas que valen para todos aquellos que sinceramente desean pertenecer a Jesús a través de mi Corazón.

 

“Queridísimos hijos:

Henos aquí todavía juntos en estos días de preparación para las grandes fiestas del tiempo pascual. Hoy más que nunca debéis estar conscientes de lo que quiere decir morir y resucitar con Jesús. Porque la verdadera misión del pueblo de Dios no consiste en proclamar con palabras que Jesús murió y resucitó, sino en testimoniar que su muerte y resurrección son un hecho real que sucede en cada uno de vosotros y en todo el pueblo.

Toda la Iglesia de Jesucristo del Universo está llamada hoy a una tarea verdaderamente grande, aquí sobre la Tierra como sobre los otros planetas: manifestar la victoria de mi Hijo sobre la muerte y sobre el infierno. De modo especial esto debe suceder sobre vuestro planeta, a través de vosotros que habléis decidido vivir según los programas que os han sido revelados en estos años. Son programas que valen para todos aquellos que sinceramente desean pertenecer a Jesús a través de mi Corazón.

Hijos míos, os invito a sumergiros completamente en el Sacrificio de mi Hijo a través de Mí, para ser corredentores junto conmigo que soy la Corredentora. Os pido que viváis la Santa Pascua no solo como un recuerdo de los eventos, sino como un auténtico memorial que actualiza en vosotros aquellos eventos, haciéndolos vivos y operantes hoy, en el momento histórico que está atravesando la Tierra.

Os pido que seáis como las semillas que mueren para dar fruto. Jesús ha dicho: “Si la semilla caída en la Tierra no muere, se queda sola; en cambio si muere produce mucho fruto”. (Jn 12, 24) Jesús ha fundado su Iglesia de todo el Universo sobre la Tierra, la ha escondido en las profundidades de la historia, como a una semilla en la Tierra. En esta profundidad ha esperado que su Iglesia muriese a todo egoísmo y superase las pruebas y las persecuciones a lo largo de los siglos. Poco a poco ha madurado y ha brotado como una plantita, y ahora se fortalece cada vez más para dar el alimento que nutre a la humanidad entera.

Ahora sois visibles sobre esta Tierra como la Iglesia de todo el Universo; pero esto no es suficiente. Sois todavía como tiernas plantitas, y Jesús está aquí en medio de vosotros, en esta su VENIDA INTERMEDIA, para daros fuerza, para que seáis granos maduros listos para sus graneros. El continúa plantando en lo profundo de esta Tierra otras semillas. Las confía a vosotros, a su Iglesia para que las ayudéis a crecer y resultar pan de vida; pero no podréis ayudar a nadie si antes no morís a vosotros mismos.

Hijitos; son muchos todavía que toman estos programas de modo superficial. Les sirven para sobrevivir, para llenar su mente con alguna revelación más,  para hacer alguna bella cita, o para probar nuevas emociones; pero no es esto, ciertamente, lo que Dios espera de su Iglesia. Estos programas se aceptan totalmente, o no se aceptan. No se puede tomar una parte sí y otra no. Para servir a Dios en su Iglesia es necesario estar dispuestos a morir a sí mismos y a vivir según las leyes de Dios que trastocan la escala de valores del mundo. Según estas leyes, quien desea enriquecerse debe hacerse pobre, quien quiere ganar debe estar dispuesto a perder, quien quiere vivir debe aceptar morir, para pasar con Jesús de la muerte a la vida, aquella verdadera que el mundo no puede ofreceros.

Por esto seréis odiados por el mundo: porque buscáis la vida de Dios y no apreciáis la vida mundana que está llena de cosas materiales y pobre de espíritu. Sabed bien que ni el dinero, ni el placer o el poder, ni las emociones superficiales podrán sanar a la humanidad, sino solo la aceptación de los valores cristianos que se derivan de las leyes divinas que el Padre imprimió en vuestro espíritu.[1] Jesús los lleva a su cumplimiento y el Espíritu Santo los confirma; pero esto puede suceder solamente en aquellos que aceptan pasar con Jesús de la muerte a la vida, mediante la propia muerte. No hablo de la muerte física, ni me refiero al martirio cruento: hablo de esa muerte sutil que sucede en vuestra vida cotidiana, cuando estáis obligados a elegir entre la verdad de Dios y la mentira, entre la seducción y integridad, que no admite compromisos. El cristiano muere a si mismo cuando permite a mi Hijo vivir en él y dirigir sus pensamientos, palabras y obras. Nadie puede llamarse cristiano si Cristo no vive en él.[2]

Por esto, hijitos, os pido una vez más, que dejéis en mis manos vuestras intenciones, aun cuando sean nobles, y vuestras aspiraciones por más que sean legítimas. Yo deseo ayudaros a crecer pero solamente puedo hacerlo si me dejáis las manos libres, aceptando despojaros de todo aquello que habéis interiormente construido sin Dios y que os trae tanto peso y dolor. Dejádmelo todo a Mí para que yo lo ofrezca a Aquel que tiene el poder de enderezar lo que está torcido; de perdonaros y salvaros.

Dejad de lado toda plegaria egoísta, centrada sobre vuestros problemas personales. Dios conoce vuestras necesidades y desea más que vosotros liberaros de pesos inútiles, para que lo podáis servir. También yo conozco vuestros afanes y como Madre los tomo en mi Corazón y os protejo, porque todavía sois delicados como plantitas recién brotadas, expuestas a la intemperie. A menudo os veo bajar la cabeza bajo el peso del mundo; pero no os preocupéis, porque yo estoy a vuestro lado para hacer de vosotros espigas de semillas robustas, capaces de resistir toda tentación. Confiad en Mí y no hagáis nada solos, porque el odio de Lucifer contra la Iglesia de mi Hijo es muy fuerte en este tiempo.

El Señor está aquí hoy en medio de vosotros; ha bajado de nuevo a la Tierra, aunque de modo invisible a vuestros ojos, para realizar plenamente cuanto está escrito en el Evangelio: “El tiene en su mano la zaranda para separar el grano de la paja. Al grano lo recogerá en su granero, pero a la paja la quemará en fuego eterno.” (Mt 3, 12).

Ahora comienza la gran obra de purificación de mi Hijo, que se completará con el juicio universal al final de los tiempos. El desea que su Iglesia lo acompañe en esta obra; por eso vosotros, debéis ser los primeros en purificaros para ser instrumentos íntegros en sus manos. Por eso, dejaos formar por Jesús, paso a paso, día a día, sin temor, con la plena confianza de que el amor de Dios no os herirá nunca, pero os purificará para que resplandezcáis con su luz.

Estoy a vuestro lado para sosteneros y os bendigo en el Nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.”

[1] Cfr. Mt 16, 17; Jn 21,15-19

[2] Cfr. Gal 2;19-20

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