Queridos lectores: el mensaje de este mes nos lleva a comprender mejor la importancia de las leyes del Espíritu en nuestra vida. Son leyes que nacen del amor, de la inteligencia y de la fuerza de Dios, como explica el Espíritu Santo. Os auguro que os dejéis guiar siempre más por estas leyes sublimes, para estar preparados a entrar un día en la nueva creación.
Permanezco unida a vosotros en el amor y en la plegaria y os bendigo. El Señor os dé paz.
Stefania Caterina
MENSAJE DEL ESPIRITU SANTO del 12 de setiembre de 2012-
¡Os saludo, hijos míos queridos! Hoy deseo afrontar un tema muy importante para vuestra vida espiritual: le ley de Dios y el lugar que ella ocupa en vuestra existencia.
¿Qué ley? Muchos de vosotros pensarán seguramente en los Diez Mandamientos que Dios le dio a su pueblo por la mano de Moisés, como sabéis por el Antiguo Testamento. Esas son las leyes de Dios para esta Tierra; pero Dios ha dado su ley también a las humanidades fieles a El en el universo, en los modos y en las formas más adaptadas a la originalidad de estos pueblos. Era necesario que los hombres tuviesen a los ojos una síntesis codificada de lo que Dios pide y desea de cada uno y de toda la humanidad. Los Diez Mandamientos os fueron dados para ayudaros a discernir entre el bien y el mal; ellos os indican lo que es bueno para vosotros y os aseguran una vida digna de hijos de Dios. Hacéis muy bien, entonces, en respetarlos, porque, obrando así elegiréis lo mejor para vuestras vidas; lo mejor que el mismo Dios, vuestro Creador, que os ama y os conoce, os indica.
Sin embargo, cuando hablo de la ley de Dios, no me refiero solamente a los diez mandamientos, cuanto a un complejo de leyes que operan principalmente en la dimensión del puro espíritu, que despliegan sus efectos, también, en el mundo material y en la vida de cada criatura en todo el universo. Deseo ayudaros a comprender, refiriéndome, específicamente, a la Tierra
Sobre todo debéis saber que las leyes naturales y físicas, tal como las conocéis, están subordinadas a las leyes del espíritu: aquello que sucede en la materia es sólo el efecto, porque la causa está en el espíritu. En otras palabras: determinados eventos no sucederían en la realidad material si antes no estuvieron preparados en la realidad espiritual. Os doy un simple ejemplo: ningún hombre sería concebido en el seno materno si la vida no fuese creada por Dios, que es puro espíritu. La vida nace primero de todo en el pensamiento de Dios, en la dimensión purísima de su Espíritu; Dios, al pensar, crea. A partir de este impulso divino, comienzan a operar las leyes naturales que llevarán a la formación de un ser humano; lo mismo vale para todo otro ser viviente creado por Dios, vale para la creación entera. Si el impulso no parte de Dios ninguna ley puede actuar.
El hombre se ilusiona de poder crear la vida por fuera de las leyes del Espíritu, manipulando la naturaleza y plegándola a sus caprichos. Ahora bien, os digo, que ningún embrión “producido” en vuestros laboratorios tendría en sí la vida si Dios no diese su impulso vital a esa criatura. La vida es obra de la Santísima Trinidad, no del hombre. Nace en la dimensión del espíritu y vuelve a la dimensión del espíritu, una vez agotada la fase material y terrena. Dios no le permitirá al hombre jugar por siempre con la vida; aún respetando vuestra libertad, no permitirá que la manipulación de las leyes de la vida sobrepase determinados límites.
Volvamos a las leyes del Espíritu. Ellas son universales porque valen para cada una de las dimensiones de que se compone la creación y para cada ser que se mueve en el universo; las leyes naturales, en cambio, no son las mismas en todos lados, porque se adaptan a las diversas realidades de que se compone el universo.
Por medio de las leyes espirituales Dios gobierna toda la creación: a los ángeles, a los hombres, a los animales, a las plantas etc. ¿qué significa que Dios gobierna la creación? Significa que la Santísima Trinidad crea y sostiene continuamente la vida en cada criatura y en el universo entero mediante su AMOR, su INTELIGENCIA y su FUERZA. Estas tres prerrogativas de Dios manifiestan su potencia creadora, redentora y santificadora y se expresan en las leyes espirituales . En otras palabras, estas leyes contienen en sí la potencia que deriva del amor , de la inteligencia y de la fuerza de Dios; tal potencia es indispensable para garantizar que los procesos vitales de todo ser viviente se desarrollen en modo correcto, ya sea en plano espiritual como en el físico.
Las leyes espirituales fluyen de Dios Trino y Uno pero soy yo, el Espíritu Santo quien asegura el funcionamiento de las leyes espirituales, para que ellas se mantengan en perfecta sintonía con el pensamiento trinitario. De este modo las leyes de Dios alcanzan su objetivo que es doble: alimentar el soplo de la vida y poner en funcionamiento las leyes físicas que gobiernan los procesos vitales de cada ser viviente.
Volvamos al ejemplo de la vida humana,de vuestra vida: vosotros nacéis no cuando una mujer os trae al mundo, sino cuando Dios os crea. La creación es un acto libre y sublime de Dios en el cual El expresa toda su potencia total. Con su pensamiento y su voluntad Dios decide crearos a su imagen y semejanza; no estaría
obligado a hacerlo, pero El os considera preciosos y por eso os crea. Dios no es un ser solitario que gobierna un inmenso espacio vacío: El ha querido que sus criaturas llenasen el universo, para colmarlo de su vida. Innumerables formas de vida pueblan el cosmos, cada una de las cuales lleva en sí el sello de su inmenso Creador, de su bondad, de su amor . Dios ama de modo sublime a los ángeles, que son espíritus puros, y a los hombres que son seres dotados de espíritu, lo que los hace más semejantes a El.
Dios ama, sin embargo a toda criatura, aun cuando menos perfecta que los ángeles y los hombres. Tened bien presente esto cuando os acercáis a un animal, a una flor y a cualquier otra criatura;¡qué no os suceda nunca despreciar lo que Dios ha creado!
Dios os piensa, y en el momento en que os piensa, os crea. Desde ese instante yo comienzo a actuar en vosotros de modo que las leyes espirituales trabajen correctamente: ellas activan vuestro espíritu y lo vuelven plenamente capaz de actuar; el espíritu pone en acción el alma y el alma el cuerpo. En este punto entran en juego también las leyes naturales que deben guiar todos los procesos biológicos necesarios para formar un hombre. Desde vuestra concepción hasta la muerte, las leyes espirituales estarán siempre por encima de las naturales para mantenerlas en el justo equilibrio, de modo tal que vuestro cuerpo funcione según el pensamiento de Dios. Así las leyes del Espíritu custodian la vida de vuestro ser: espíritu, alma y cuerpo. Todo esto, sin embargo, no es todavía suficiente. En efecto, cuando llegáis al mundo os encontráis viviendo en un determinado ambiente y debéis insertaros correctamente en ese ambiente. Las leyes espirituales operan entonces y esta vez, ponen en acción las leyes naturales que actúan en vuestro cuerpo y en la naturaleza que os recibirá: de esta forma el cuerpo se adaptará a un cierto clima, a la alimentación, y así por el estilo. Lo mismo sucede para todas las otras formas de vida diversas de la vida humana: todo debe ser regulado según el pensamiento divino. Nada de esto sería posible si las leyes espirituales no le dieran una dirección precisa a la acción de las leyes naturales.
Las leyes espirituales son el ámbito dentro del cual se mueven todas las leyes físicas que gobiernan la materia. Las leyes espirituales son armoniosas porque provienen del Creador que no tiene en sí ninguna desarmonía. Actúan para llevar cada cosa creada al bien y a la plenitud. Por eso están por encima de las leyes físicas que gobiernan la materia, las cuales, por sí solas, no bastarían para regir el universo.
Las leyes espirituales son muchas y descienden de las tres prerrogativas de Dios de las que hemos hablado. Actúan directamente en los espíritus puros, en el espíritu del hombre e indirectamente sobre todo lo creado, mediante las leyes naturales que les están subordinadas. Algunas leyes naturales derivan del AMOR de Dios: sirven para llenar del amor divino a los espíritus puros y a los espíritus de los hombres; los hacen capaces de amar a Dios y al prójimo y de ser amados; protegen la vida en las criaturas, aseguran la paz. Otras leyes se derivan de la INTELIGENCIA de Dios: hacen capaces a los espíritus de conocer a Dios y la realidad, tal como es en Dios, abren horizontes siempre nuevos al conocimiento. Otras, finalmente, descienden de la FUERZA de Dios: tienen el objetivo de reforzar la voluntad del bien en los espíritus, les otorgan la prontitud para acoger y amar la divina voluntad, para superar las pruebas, para perseverar en la fe, etc.
Las leyes naturales gobiernan los procesos de la vida en cada fase de su desarrollo: los procesos cognitivos del hombre, los ritmos de la creación para que todo esté en armonía con el pensamiento divino. Cada ser viviente está envuelto por la potencia de las leyes espirituales y por la acción de las naturales; si no fuese así no habría vida en el universo. Esto os da a entender que la creación entera está bajo la mirada atenta de Dios que guía todo hacia el bien. Pensad en esto cuando observáis la majestuosidad del cielo estrellado, cuando contempláis la belleza de un bebé, la perfección de un animal, de una planta que florece, etc. Sabed que todo está en las manos de Dios y que yo actúo siempre para hacer que nada de lo creado se aparte de las leyes divinas.
Los científicos de la Tierra se limitan a estudiar las leyes naturales y a observar los efectos. Estudian y hacen experimentos durante años y años, pero no ponen el mismo empeño en conocer las leyes del espíritu; para muchos de vuestros estudiosos el espíritu ni siquiera existe. Actuando de esta forma no llegan nunca a conocer verdaderamente lo que sucede en el mundo físico, porque no tienen un marco de referencia, indispensable para conocer el porqué de lo que sucede en la naturaleza. Están confinados en la observación de fenómenos. Si vuestros científicos estuvieran más cerca de Dios descubrirían con facilidad cosas que hoy les parecen indescifrables.
Si Dios gobierna todas las cosas ¿por qué el mal lo afecta al hombre? ¿Por qué la naturaleza, a menudo es enemiga y provoca catástrofes? La respuesta hay que buscarla en la existencia de Lucifer y en las elecciones del hombre respecto del bien y del mal. Veamos qué sucede en vuestro planeta. El pecado original cometido por vuestros progenitores abrió el camino para la acción del mal. Lucifer existe y opera sobre la Tierra; no es una figura imaginaria o una ciega superstición; es una cruda realidad. El se opone a Dios desde siempre y a los hijos de Dios, esperando ser un día adorado como único señor y ser el dueño de la creación. Desgraciadamente una buena parte de vuestra humanidad le presta fe a los halagos del demonio y cree poder obtener poderes y privilegios aliándose con él. No obstante la venida de Jesucristo y de su obra de redención, la mayor parte de la humanidad de la Tierra continúa rechazando al Padre, negando al Hijo e ignorando al Espíritu Santo.
Lucifer no puede interferir de ningún modo en el funcionamiento de las leyes del Espíritu, porque Dios no lo permite. Sin embargo, desde siempre trata de perturbar la acción de las leyes naturales; Dios lo permite por justicia: si la mayor parte de los hombres no se opone al maligno, escogiendo decididamente a Dios, entonces es justo que soporte las consecuencias de sus elecciones. Sobre la Tierra muchas leyes naturales son manipuladas, violadas, trastocadas al punto de causar grandes daños al planeta. Lucifer es un espíritu puro, inteligente y conserva el conocimiento que poseía como ángel de luz, antes de rebelarse a Dios. Sabe cómo actuar sobre las leyes naturales para forzarlas; sugiere a sus seguidores cómo hacer para plegar la naturaleza a sus fines egoístas. Podéis ver esto sobre la Tierra: la mayor parte de las catástrofes naturales son causadas por las elecciones malvadas de muchos hombres aliados de Lucifer. No es Dios la causa de las catástrofes de la Tierra; por el
contrario Dios ha dispuestos todas las cosas para el bien de sus hijos. El mal no viene de Dios porque Dios es el SUMO BIEN, y nunca causaría el mal a sus hijos. Las elecciones malvadas de los hombres, la corrupción de su espíritu los lleva a buscar al que es el principio del Mal, y del cual brotan todos los males del universo: Lucifer.
El mal está causado por el mal, cuanto antes lo comprendáis será mejor para vosotros. En vez de imprecar contra Dios, mejor le sería al hombre de la Tierra observarse a sí mismo y corregirse lo más pronto posible.
El hombre de la Tierra está llamado a elegir incondicionalmente amar y servir a Dios. Esto implica que el verdadero creyente se ofrezca a Dios para resultar hijo de Dios. Quien dice que ama a Dios y se comporta como egoísta no es sincero. Quien ama a Dios se pone a su disposición renunciando al egoísmo; sólo así podrá ser guiado por Dios hacia el bien. Si el hombre elige libremente pertenecer a Dios , yo puedo actuar en su espíritu; entonces las leyes espirituales operan plenamente y también las naturales despliegan su acción sin sufrir interferencias de parte del mal. De esta forma el hombre su eleva en su espíritu y mejora también en su cuerpo. Por el contrario, si el hombre se abandona al mal no podrá más que retroceder en todos sus niveles: las leyes espirituales no podrán actuar libremente, con graves consecuencias para el espíritu, el alma y el cuerpo; de aquí los padecimientos y las enfermedades.
¿Por qué entonces los santos, aún habiendo elegido a Dios, han sufrido en el espíritu y en el cuerpo? Porque han aceptado seguir hasta el final a su Señor que tomó sobre sí toda la corrupción del hombre para vencerla definitivamente con su muerte y resurrección. Todos vosotros estáis llamados a seguir al Hijo de Dios en su pasaje de la muerte a la vida, y todos estáis inevitablemente expuestos a la acción del mal que está bien presente sobre la Tierra. Por esta razón no podéis estar nunca exentos del todo de los sufrimientos; ellos son parte de la experiencia terrenal, triste herencia de vuestra rebelión a Dios.
Dios no quiere el sufrimiento de sus hijos: excepcionalmente lo permite cuando este puede servir a su plan de salvación, como sucedió con los santos. Estos aceptaron el sufrimiento como participación en los sufrimientos de Cristo y como contribución a la salvación de sus hermanos. Lo podéis hacer también vosotros, porque todos estáis llamados a la santidad; experimentaréis entonces que el sufrimiento ofrecido a Dios pierde aquella amargura que tantos de vosotros experimentan. Otras veces Dios permite el sufrimiento para reforzaros en la fe y para llevaros a hacer la elección justa: Dios cierra todos los caminos placenteros y deja abierta sólo la puerta estrecha; esto os hace sufrir. Pero si aceptáis el pasaje estrecho vuestra fe crece y también vuestro espíritu, y las situaciones difíciles se resuelven. De esta forma el Señor transforma en bien aquello que podría apareceros como un mal. Dios os salva muchas veces de graves peligros a través de un sufrimiento porque vosotros, en vuestra terquedad, elegiríais siempre lo que es más cómodo aunque más dañoso para vosotros.
¿Podéis vencer el mal? Si, podéis. Dios permite que enfrentéis el mal para vencerlo y nunca para ser sobrepasados. Cuando os abandonáis completamente a
Dios y os ofrecéis a El, sois amaestrados por El en vuestra intimidad y sois elevados a una dimensión distinta de aquella en la que se encuentra buena parte de esta humanidad: es la dimensión del espíritu, donde operan las leyes espirituales, las leyes perfectas de Dios. Entonces comenzáis a ver la realidad de modo distinto y enfrentáis diversamente también las situaciones dolorosas de la vida. Las leyes del espíritu toman la delantera sobre la leyes naturales y vosotros no estáis más bajo el dominio de la materia sino del espíritu. Aquí suceden las curaciones y los milagros porque el espíritu está sobre la materia.
La dimensión del espíritu se alcanza con la fe y no con la religiosidad. Debéis tener fe en Dios y dejar que sea El quien se ocupe de vosotros. No debéis volveros pasivos, por el contrario debéis estar atentos para acompañar mi acción, pero debéis ser concientes que cada solución viene de Dios y no de vuestras capacidades humanas.
Estas son útiles si están sometidas a Dios, pero pueden ser peligrosas si sois presuntuosos y egoístas. Para esto es preciso la verdadera plegaria; muchos de vosotros rezan sin entrar nunca en la dimensión elevada del espíritu; su plegaria es fruto de una costumbre o de un deber que cumplir; proviene de la religiosidad. La fe en cambio lleva a la oración profunda, donde vuestro espíritu se encuentra con Dios en un intercambio puro de amor, del que nace todo conocimiento.
La dimensión del espíritu se alcanza con una disciplina interior; no hablo de penitencias rigurosas o de renuncias exageradas, hablo de una sabiduría interior que os hace elegir lo que es útil para vuestro crecimiento interior, y os hace descartar lo que es inútil y que no os ayuda. Vuestro espíritu y el alma junto con el cuerpo son educados para escoger el alimento apropiado. Esto vale para hoy más que nunca, porque Lucifer tiene a disposición muchos medios que capturan vuestro tiempo y vuestra atención apartándoos de las cosas de Dios. ¡Tomaos algunas pausas de silencio en el ruido de vuestras jornadas y elevad vuestro pensamiento a Dios!
Basta muy poco para restablecer un contacto vital con la fuente de todo bien. Tenéis necesidad de la paz, de otra forma sufriréis; la paz la encontráis en Dios y no en el mundo que no tiene paz.
Dios desea introduciros en la dimensión del espíritu. Por el contrario, Lucifer trata de aprisionaros en la esfera de los placeres egoístas, en la dimensión material, hecha de intereses y de bienes ligados al mundo y a las cosas del mundo. En este mundo se mueve a sus anchas, pudiendo interferir con las leyes que gobiernan la esfera material. El mundo material es su reino, poblado por egoístas, indiferentes al amor de Dios. ¡No os dejéis encerar en esta cárcel! Buscad a Dios para que El os atraiga a sí, en la dimensión más alta donde su ley perfecta puede haceros verdaderamente felices.
En este punto, quisiera proponeros algunas preguntas, os invito a reflexionar y a responder con sinceridad: ¿qué felicidad buscáis? ¿La que proviene de Dios o la que os ofrece el mundo? ¿Cuál es para vosotros el sumo bien y de dónde proviene: de Dios, de vosotros mismos, o de los otros? ¿Sois libres o dependéis de alguien o de alguna cosa para ser felices?
Examinaos delante de Dios antes de responder. Buscad comprender si vuestra búsqueda del bien y de la felicidad nacen de la plenitud que sentís en vosotros porque
sois de Dios, o de un vacío que no sabéis cómo llenar. Existe el amor de Dios que llena y el amor humano que vacía, porque desea poseer y basta. Decidid qué amor queréis. Si elegís el amor de Dios, debéis aceptar vivir según sus leyes, que son puras como El es puro; si estáis unidos a El, El os hará comprender toda su ley que es perfecta y que os volverá perfectos en Dios. Si eligierais el amor del mundo estaréis bajo el dominio de la materia, con todo lo que de esto se deriva.
Sois libres de elegir qué ley queréis respetar: la ley de Dios o la del mundo; el espíritu o la carne. Sabed sin embargo que Dios no permitirá para siempre que Lucifer se insinúe en la creación para llevarla lejos del Creador. Dios es el Señor del universo y reunirá en sí la creación íntegra. ¡Por lo tanto, no temáis vosotros que amáis a
Dios! Vuestros sufrimientos son un holocausto agradable a Dios, por cuyo medio muchos hermanos obtienen misericordia; pero no sufriréis por siempre. Dios intervendrá para salvar a sus fieles y liberarlos del mal.
La creación será toda nueva, y será regalada a los hijos de Dios. Será gobernada para siempre por las más sublimes leyes espirituales, las leyes perfectas del Espíritu que es la vida. Sed concientes que podéis abreviar los tiempos de la intervención de Dios, con el amor, la entrega y la plegaria. Estoy con vosotros, estoy en vosotros y os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.