LA LEY DEL SEÑOR ES PERFECTA… (Salmo 18 (19),8)

Queridos lectores:   el mensaje de este mes nos lleva a comprender mejor la importancia  de las leyes del Espíritu en  nuestra vida. Son leyes  que nacen  del  amor, de la inteligencia y  de la fuerza de Dios,  como explica el Espíritu Santo. Os auguro que os dejéis guiar siempre más  por estas leyes sublimes,  para estar preparados  a entrar un día en la nueva creación.

Permanezco unida a vosotros  en el amor y en la plegaria y os bendigo.   El Señor os dé paz.

                                                                                Stefania  Caterina

MENSAJE DEL ESPIRITU   SANTO  del 12 de setiembre de 2012-

¡Os saludo, hijos míos queridos!     Hoy  deseo afrontar un tema muy  importante  para vuestra vida espiritual: le ley de Dios y el lugar que ella  ocupa en vuestra  existencia.

 

¿Qué ley?  Muchos de vosotros pensarán seguramente en los Diez  Mandamientos  que Dios le dio a su pueblo por la mano de Moisés, como sabéis por el Antiguo Testamento. Esas son las leyes de Dios para esta Tierra; pero Dios ha dado su ley  también a las   humanidades fieles a  El  en el universo, en los modos y en las formas  más adaptadas a la originalidad  de estos pueblos. Era necesario que los hombres tuviesen a los ojos una síntesis  codificada  de lo que Dios pide y desea  de cada uno y de toda la humanidad. Los Diez Mandamientos os fueron dados para ayudaros a discernir entre el bien y el mal; ellos os indican lo que es bueno para vosotros y os aseguran una  vida digna  de hijos de Dios.   Hacéis muy bien, entonces, en respetarlos,  porque, obrando así elegiréis lo mejor para vuestras vidas; lo mejor que el mismo Dios, vuestro Creador, que os ama y os conoce, os indica.

Sin embargo, cuando hablo de la ley de Dios, no me refiero solamente a los  diez mandamientos, cuanto a un complejo de leyes que   operan principalmente en la dimensión del puro espíritu, que despliegan sus efectos,  también, en el mundo material  y en la vida de cada criatura en todo el universo.  Deseo ayudaros a comprender, refiriéndome, específicamente, a la Tierra

Sobre todo debéis saber  que las leyes naturales y físicas, tal como las conocéis, están subordinadas a las leyes del espíritu: aquello que sucede en la materia es sólo el efecto, porque la causa está en el espíritu. En otras palabras:  determinados eventos   no sucederían en la realidad material  si antes no estuvieron preparados en la realidad   espiritual. Os doy un simple  ejemplo: ningún hombre sería concebido en el seno materno si la vida no fuese creada por Dios, que es puro  espíritu.  La vida nace primero de todo  en el pensamiento de Dios,  en la dimensión purísima de su Espíritu;  Dios, al  pensar, crea. A partir de este impulso divino,  comienzan a operar las leyes naturales que llevarán a la formación de un ser humano; lo mismo vale para todo otro ser viviente creado por Dios, vale para la creación entera. Si el impulso no parte de Dios ninguna ley puede actuar.

El hombre se ilusiona de poder crear la vida por fuera de las leyes del Espíritu, manipulando la naturaleza y plegándola a sus caprichos. Ahora bien, os digo, que ningún  embrión “producido” en vuestros laboratorios  tendría en sí  la vida si Dios no diese su  impulso vital  a esa criatura. La vida es obra de la Santísima Trinidad, no del hombre. Nace en la dimensión del  espíritu y vuelve a la dimensión del espíritu, una vez agotada  la fase material y terrena. Dios no le permitirá al hombre jugar por siempre  con la vida; aún respetando  vuestra libertad,  no   permitirá que la   manipulación  de las leyes de la vida sobrepase determinados límites.

 

Volvamos a las leyes del Espíritu. Ellas son universales porque valen  para cada una de las dimensiones de que se compone la creación y para cada ser que se mueve en el universo;  las leyes naturales, en cambio, no son las  mismas en todos lados, porque se adaptan a las diversas realidades de que se compone el universo.

Por medio de  las leyes espirituales Dios gobierna toda la creación: a los ángeles, a los hombres, a los animales, a las plantas etc. ¿qué significa que  Dios gobierna la creación? Significa que la Santísima Trinidad crea y sostiene continuamente la vida en cada criatura y en el universo entero  mediante  su AMOR, su INTELIGENCIA y su FUERZA. Estas tres prerrogativas de Dios   manifiestan  su potencia creadora, redentora y santificadora y  se expresan en las leyes espirituales . En otras palabras, estas leyes  contienen en sí   la potencia que deriva del amor , de la inteligencia y  de la fuerza de Dios;  tal  potencia es indispensable para garantizar que los procesos vitales de todo ser viviente  se desarrollen en modo correcto, ya sea en plano espiritual como en el físico.

Las leyes espirituales fluyen de Dios Trino y Uno  pero soy yo,  el Espíritu Santo quien asegura el funcionamiento  de las  leyes espirituales,  para que ellas se mantengan en perfecta sintonía con el pensamiento trinitario.  De este  modo las leyes de Dios alcanzan su objetivo que es doble: alimentar el soplo de la vida y  poner en funcionamiento  las   leyes físicas que gobiernan los  procesos vitales  de cada ser viviente.

Volvamos al ejemplo de la  vida  humana,de vuestra vida:  vosotros nacéis no cuando una mujer os trae al mundo, sino cuando Dios os crea.  La creación es  un acto libre y sublime de Dios en el cual El expresa toda su potencia total.  Con su pensamiento y su voluntad Dios decide crearos a su imagen y semejanza; no estaría

obligado a hacerlo, pero El os considera preciosos y por eso os crea. Dios no es un ser solitario que gobierna un inmenso espacio vacío: El ha querido que sus criaturas llenasen el universo, para colmarlo de su vida. Innumerables formas de vida pueblan el cosmos, cada una de las cuales lleva en sí el sello de su inmenso Creador, de su bondad, de su amor . Dios  ama de modo sublime a los ángeles, que son espíritus puros, y a los hombres  que son seres dotados de espíritu, lo que los hace más semejantes a El.

Dios ama, sin embargo  a toda criatura,  aun cuando menos perfecta que los ángeles y los hombres. Tened bien presente esto cuando os acercáis a un animal, a una flor y a cualquier otra criatura;¡qué no os suceda nunca despreciar  lo que Dios ha creado!

Dios os piensa, y en el momento en que os piensa, os crea. Desde ese instante yo comienzo a actuar en vosotros de modo que las leyes espirituales trabajen correctamente: ellas activan vuestro  espíritu y lo vuelven plenamente capaz de  actuar; el espíritu pone en acción el alma y  el alma el cuerpo. En este punto entran en juego  también las leyes naturales  que deben guiar todos los procesos biológicos necesarios para formar un  hombre. Desde vuestra concepción hasta  la muerte, las leyes espirituales  estarán siempre por encima de  las naturales para mantenerlas en el justo equilibrio, de modo tal que vuestro cuerpo funcione  según el pensamiento de Dios. Así las leyes del Espíritu    custodian la vida de vuestro ser: espíritu, alma y cuerpo.  Todo esto, sin embargo, no es todavía suficiente.  En efecto, cuando llegáis al mundo os encontráis viviendo en un determinado ambiente y debéis insertaros correctamente en ese ambiente. Las leyes espirituales operan entonces y esta vez, ponen en acción  las leyes naturales que actúan en vuestro cuerpo  y en la naturaleza que os  recibirá: de esta forma el cuerpo se adaptará a un cierto clima, a la alimentación, y  así por el estilo. Lo mismo sucede para todas las otras formas de vida   diversas de la vida humana: todo debe ser regulado según el pensamiento divino. Nada de esto sería  posible si las leyes espirituales no le dieran una dirección  precisa a la acción de las leyes naturales.

Las leyes espirituales son el ámbito dentro del cual se mueven todas las leyes físicas que gobiernan la materia. Las leyes espirituales son armoniosas porque provienen del Creador que no tiene en sí  ninguna desarmonía. Actúan para llevar cada cosa creada al bien y a la plenitud.  Por eso están por encima de las leyes físicas que  gobiernan la materia, las cuales,  por sí solas, no bastarían para regir el universo.

Las leyes espirituales son muchas y descienden de las tres prerrogativas de Dios de las que  hemos hablado. Actúan directamente en los  espíritus puros, en el  espíritu del hombre e indirectamente sobre todo lo creado, mediante las leyes naturales que les están subordinadas. Algunas leyes naturales derivan  del AMOR de Dios:   sirven para llenar del amor divino a los espíritus puros y  a los espíritus  de los hombres; los hacen capaces de amar a Dios y al prójimo  y de ser amados; protegen la vida en las criaturas, aseguran la paz. Otras  leyes se derivan  de la INTELIGENCIA de Dios: hacen capaces a los espíritus de conocer a Dios y la realidad, tal como es en Dios, abren horizontes siempre nuevos al conocimiento. Otras, finalmente,  descienden de la FUERZA  de Dios: tienen el objetivo de reforzar la voluntad  del bien en los   espíritus, les otorgan la prontitud para acoger y amar la divina voluntad,  para superar las pruebas, para perseverar en la fe, etc.

Las leyes naturales gobiernan  los procesos de la vida en cada fase de su desarrollo: los  procesos cognitivos del  hombre, los ritmos de la creación para que todo esté en armonía con el  pensamiento divino. Cada ser viviente está envuelto por la potencia  de las leyes espirituales y por la acción de las naturales; si no fuese así no  habría vida en el universo. Esto os da a entender que la creación entera  está bajo la  mirada atenta de Dios que guía todo hacia el bien. Pensad en esto cuando observáis  la majestuosidad del cielo estrellado, cuando contempláis la belleza de un bebé, la perfección de un animal, de una planta que florece, etc. Sabed que todo  está en las  manos de Dios y que yo actúo siempre para hacer que nada  de lo creado se aparte de las leyes divinas.

Los científicos de la Tierra  se limitan a estudiar las leyes naturales y a observar los efectos.  Estudian y hacen experimentos  durante años y años, pero no ponen el mismo empeño en conocer las leyes del espíritu; para muchos de vuestros estudiosos el espíritu ni siquiera existe. Actuando de esta forma no llegan nunca a conocer verdaderamente lo que sucede en el mundo físico,  porque no tienen un marco de referencia, indispensable para conocer el porqué de lo que sucede en la naturaleza.  Están confinados en la observación de fenómenos. Si vuestros científicos estuvieran más cerca de Dios descubrirían con facilidad cosas que hoy les parecen  indescifrables.

Si Dios gobierna todas las cosas  ¿por qué el mal lo afecta al hombre? ¿Por qué la naturaleza, a menudo es enemiga y  provoca catástrofes? La respuesta hay que buscarla en la existencia de Lucifer y en las elecciones del hombre respecto del bien y  del mal. Veamos  qué sucede en vuestro planeta. El pecado original cometido por vuestros progenitores  abrió el camino para la acción del mal. Lucifer existe y opera sobre la Tierra; no es una figura imaginaria o una  ciega superstición; es una cruda realidad. El se opone a Dios desde siempre y a los hijos de Dios,  esperando ser un  día adorado  como único señor y ser el dueño de la creación. Desgraciadamente una buena parte de vuestra humanidad le presta fe a los halagos del demonio y cree poder obtener poderes y privilegios aliándose con él.  No obstante la venida de Jesucristo y de su  obra de redención, la mayor  parte de la humanidad de la Tierra continúa rechazando al Padre,  negando al Hijo e ignorando al Espíritu Santo.

Lucifer no puede interferir  de ningún modo en el funcionamiento de las leyes del Espíritu, porque Dios no lo  permite. Sin embargo, desde siempre trata de perturbar la acción de las leyes naturales; Dios lo  permite por justicia: si la mayor parte de los hombres no se opone al maligno, escogiendo decididamente a Dios, entonces es justo que soporte  las consecuencias de sus elecciones. Sobre la Tierra muchas leyes naturales son manipuladas, violadas, trastocadas al punto de causar grandes daños al  planeta. Lucifer es un espíritu puro, inteligente y conserva el conocimiento que poseía como ángel de luz, antes de rebelarse a Dios. Sabe cómo actuar sobre las leyes naturales para forzarlas; sugiere a sus seguidores cómo hacer para  plegar la naturaleza a sus fines egoístas. Podéis ver esto sobre la Tierra: la mayor parte de las catástrofes naturales son causadas por las elecciones malvadas  de muchos hombres aliados de Lucifer. No es Dios la causa de las catástrofes de la Tierra; por el

contrario Dios ha dispuestos todas las cosas para el bien de sus hijos. El mal no viene de Dios porque Dios es el  SUMO BIEN, y nunca causaría el mal a sus hijos.  Las elecciones malvadas de los hombres, la corrupción de su espíritu los lleva a buscar al que es el  principio del Mal, y   del cual brotan todos los males del universo: Lucifer.

El mal  está causado por el mal, cuanto antes lo comprendáis será  mejor para vosotros.  En vez de imprecar contra Dios, mejor le sería al hombre de la Tierra  observarse a sí mismo y corregirse lo más pronto  posible.

El hombre de la Tierra está llamado a elegir incondicionalmente  amar y servir a Dios. Esto implica que el verdadero creyente se ofrezca  a Dios para resultar hijo de Dios. Quien  dice que ama a Dios y se comporta como egoísta  no es sincero. Quien ama a Dios se pone a su disposición renunciando al egoísmo; sólo así podrá ser guiado por Dios hacia el bien. Si el hombre  elige libremente pertenecer a Dios , yo  puedo actuar en su espíritu; entonces las leyes espirituales operan plenamente  y también las naturales despliegan su acción  sin sufrir interferencias   de parte del mal. De  esta forma el hombre su eleva en su espíritu  y mejora también en su cuerpo. Por el contrario, si el hombre se abandona al mal no podrá más que retroceder en todos sus niveles: las leyes espirituales no  podrán actuar libremente, con graves consecuencias para el espíritu, el alma y el cuerpo; de aquí los padecimientos y las enfermedades.

¿Por qué entonces los santos, aún habiendo elegido a Dios, han sufrido en el espíritu y en el cuerpo? Porque han aceptado seguir hasta el final a su Señor que tomó  sobre sí toda la corrupción del hombre para vencerla definitivamente con su muerte y resurrección. Todos  vosotros estáis llamados a seguir al Hijo de Dios en su pasaje de la muerte a la vida, y todos estáis inevitablemente expuestos a la acción  del mal que está bien presente sobre la Tierra. Por esta razón  no podéis estar nunca exentos del todo de los sufrimientos; ellos son parte de la experiencia terrenal, triste herencia de vuestra rebelión a Dios.

Dios no quiere el  sufrimiento de sus  hijos: excepcionalmente lo permite cuando este puede servir a su  plan de salvación, como sucedió con los santos. Estos aceptaron el  sufrimiento  como  participación en los sufrimientos de Cristo y como contribución  a la salvación de sus hermanos. Lo podéis hacer también vosotros, porque todos estáis llamados a la santidad;  experimentaréis entonces que el sufrimiento ofrecido a Dios  pierde aquella  amargura que tantos de vosotros experimentan. Otras veces Dios  permite el sufrimiento para reforzaros en la fe y  para llevaros a hacer la elección justa: Dios cierra todos los caminos placenteros  y deja abierta sólo la puerta estrecha; esto os hace sufrir. Pero si aceptáis el  pasaje estrecho vuestra fe crece  y también vuestro espíritu, y las situaciones  difíciles se resuelven.  De esta forma el Señor  transforma en bien aquello que podría apareceros como un mal. Dios os salva muchas veces de graves peligros a través de un sufrimiento porque vosotros, en vuestra terquedad, elegiríais siempre  lo que es  más cómodo  aunque más dañoso para vosotros.

¿Podéis vencer el mal?  Si, podéis. Dios  permite que enfrentéis el mal para vencerlo y nunca para ser sobrepasados.  Cuando os abandonáis completamente a

Dios y os ofrecéis a El, sois amaestrados por El en vuestra intimidad y sois elevados a una dimensión distinta de aquella en la que se encuentra buena parte de  esta humanidad: es la dimensión del espíritu, donde operan las leyes espirituales, las leyes perfectas de Dios. Entonces comenzáis a ver la realidad de modo distinto y enfrentáis diversamente también las situaciones dolorosas de la vida. Las leyes del espíritu toman la delantera sobre la leyes naturales y vosotros no estáis más bajo el dominio  de la materia sino  del espíritu. Aquí  suceden las curaciones y los milagros   porque  el espíritu está sobre la materia.

 La dimensión del espíritu se alcanza con la fe y no con la religiosidad. Debéis tener fe en Dios y dejar que sea El quien se ocupe de vosotros. No debéis volveros pasivos, por el contrario debéis estar atentos para  acompañar mi acción, pero debéis ser concientes que cada solución viene de Dios y no de vuestras capacidades humanas.

Estas son útiles si están sometidas a Dios, pero pueden ser  peligrosas si sois presuntuosos y egoístas. Para esto es preciso la verdadera plegaria; muchos de vosotros   rezan sin entrar  nunca en la dimensión  elevada del espíritu; su  plegaria es fruto  de una  costumbre o de un deber que cumplir; proviene de la religiosidad. La fe en cambio lleva a la oración profunda, donde vuestro  espíritu se encuentra con Dios en un intercambio puro de amor, del que nace todo conocimiento.

La dimensión  del espíritu se alcanza con una disciplina interior; no hablo de penitencias rigurosas o de renuncias exageradas, hablo de una sabiduría interior que os hace elegir  lo que es útil para vuestro crecimiento interior, y os hace descartar lo que es inútil y que no os ayuda. Vuestro espíritu y el alma junto con el cuerpo son educados  para escoger el alimento apropiado. Esto vale para hoy más que nunca,  porque Lucifer tiene a disposición muchos medios  que capturan vuestro tiempo y vuestra atención apartándoos de las cosas de Dios. ¡Tomaos algunas pausas de silencio  en el ruido de vuestras jornadas y elevad vuestro pensamiento a Dios! 

Basta muy poco para restablecer un contacto vital con la fuente de todo bien. Tenéis necesidad de la paz, de otra forma sufriréis; la paz la encontráis en Dios y no en el  mundo que no tiene paz.

Dios desea introduciros en la dimensión del espíritu. Por el contrario, Lucifer trata de aprisionaros en la esfera de los  placeres egoístas, en la dimensión material, hecha de intereses y de bienes ligados al mundo y a las cosas del mundo.  En este mundo se mueve a sus anchas, pudiendo interferir con las leyes que gobiernan la esfera material. El mundo material es su reino,  poblado por egoístas, indiferentes al amor de Dios. ¡No os dejéis encerar en esta cárcel!  Buscad a Dios para que El os atraiga  a sí, en la dimensión más alta donde su ley perfecta puede haceros verdaderamente felices.

En este punto, quisiera proponeros algunas preguntas, os invito a reflexionar y a responder con sinceridad: ¿qué felicidad buscáis? ¿La que proviene de Dios   o la que os ofrece el mundo?  ¿Cuál es  para vosotros el sumo bien y de dónde proviene: de Dios, de vosotros mismos, o de los otros? ¿Sois libres  o  dependéis de alguien o de alguna cosa para ser felices?

Examinaos delante  de Dios antes de responder. Buscad comprender  si vuestra búsqueda del bien y de la felicidad nacen de la  plenitud  que sentís en vosotros porque

sois de Dios, o de un vacío  que no sabéis cómo llenar. Existe el amor de Dios que llena y el amor humano que vacía, porque desea poseer y basta. Decidid qué amor queréis. Si elegís el amor de Dios, debéis aceptar vivir según sus leyes, que son puras como El es puro; si estáis unidos a El, El  os hará comprender toda su ley que es perfecta y que os volverá perfectos en Dios.  Si eligierais el amor del  mundo  estaréis bajo el  dominio de la materia, con todo lo que de esto se deriva.

Sois libres de elegir qué ley queréis respetar: la ley de Dios o la  del mundo; el espíritu o la carne. Sabed sin embargo que Dios no permitirá para siempre que Lucifer se insinúe en la creación  para  llevarla lejos del Creador. Dios es el Señor del universo y reunirá en sí  la creación íntegra. ¡Por lo tanto, no temáis vosotros que amáis a

 Dios!  Vuestros sufrimientos son un holocausto agradable a Dios, por cuyo medio muchos hermanos obtienen misericordia; pero no sufriréis por siempre. Dios intervendrá para salvar a sus fieles y liberarlos del mal.

 

La creación será toda nueva, y será regalada a los hijos de Dios. Será gobernada para siempre por las más sublimes leyes espirituales, las leyes perfectas del Espíritu que es la vida. Sed concientes que podéis abreviar los tiempos de la intervención de Dios, con el amor, la entrega y la plegaria. Estoy con vosotros,  estoy en vosotros y os bendigo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

 

 

 

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